Quizá no les resulte extraño (hasta ahora) ver a los gatos rondando por los tejados.
Nunca bromeo cuando digo que desde ellos se ve absolutamente todo.
Cualquier ser humano tiene por costumbre y rutina el salir a las calles, a mezclarse entre sus pares.
A amarse u odiarse, o a pasar desapercibidos, da igual, porque lo cierto es que cuando regresan a su hogar se quitan la máscara que se pusieron antes de salir, esa que usan para odiar, amar o ser invisibles.
Y desde los tejados vemos eso, los rostros despojados de sus máscaras, al natural… como generalmente no les gusta verse.
Sonrisas que quedan colgadas de un perchero, dejan lugar a adustos gestos de aburrimiento, soledad y depresión.
No es tampoco todo tan malo, porque suelen filtrarse gotas de felicidad entre tanta frustrada carrera quien sabe detrás de qué, eso sí que no lo entendemos, pero debe de estar en la naturaleza de los humanos.
Pueden salir apurados y olvidarse unas llaves, el celular o al hijo, pero jamás salen sin su máscara.
La próxima vez que abras tu ventana y veas un gato sobre el tejado, no te gastes en correr por tu máscara, porque ya es tarde. Él está al tanto de todo…