No hay mayor desilusión que crecer y ver que las utopías socialistas son como los espejismos. Parecen estar a la vuelta de la esquina Como si pudiéramos apenas extender la mano y tocarlas con los dedos.
Pero siempre se desvanecen. Las revoluciones socialistas viran inevitablemente en miseria, subdesarrollo y devastación. Incluso sus líderes se convierten en paranoicos opresores, peores aún que quienes lograron desplazar. Se auto justifican de la dictadura en la que caen por la presencia de los enemigos que asechan la revolución, externos primero, internos después.
Abjuran del capitalismo aquellos que ansían ver al hombre liberando al hombre. A las personas descubriéndose más allá del egoísmo, sobrellevando la miseria de la existencia con la solidaridad, el compañerismo y los descubrimientos compartidos. Haciendo, si es posible, del dinero algo innecesario y trivial, apenas un valor transitorio para ordenar el caos del trueque del valor de cada uno en la colaboración continua.
¡Pero nunca sucede, jamás! Y es devastador...
No somos capaces de poner en práctica tantas virtudes, pero hay algo de consuelo en que podamos por lo menos imaginarlas y aspirar a ellas. El socialismo es la religión laica que postula que podemos ser mejores, que podemos vivir en una sociedad realmente hecha para el hombre por el hombre y para el hombre.
¿Que nos ofrece en cambio el capitalismo o la democracia liberal? ¿Cuál es la virtud de una multitud consumidora de estupideces, velando cada uno por si mismo o como mucho por su familia directa?
¿Qué tiene de mérito ganar dinero especulando en la bolsa, por que vive mejor un futbolista o un banquero que un maestro o un enfermero?
¿No es más noble el que dedica su vida a ayudar o enseñar que el que se especializa en especular o comerciar?
Sin duda lo es, no hay forma de disfrazar esta dicotomía. El capitalismo no recompensa a las virtudes, sólo recompensa el valor económico de determinada actividad y no siempre justamente. Muchas veces el juego está arreglado y ganan los que tienen influencia en las reglas o directamente las imponen.
La horrible realidad del capitalismo triunfante es que es mezquino. Apela a lo peor de la condición humana. A pesar de que lo llamen “meritocracia” no es tal. No hay mayor mérito para una persona que ponerse en segundo lugar ante la necesidad de los demás. Nadie considera valioso o meritorio al que remarca los precios para proteger su pequeño negocio burgués o que paga lo mínimo que puede al empleado de su empresa. Ni es un héroe el que compra dólares para proteger su ahorro o se aprovecha de la necesidad para obtener una ganancia extraordinaria. No son ángeles, pero no son miserables. Son sencillamente humanos.
Escucho las canciones de Silvio Rodríguez y me dan ganas de empuñar un fusil para defender la libertad de los pueblos ante los canallas que los oprimen. Y son canallas, no hay dudas de eso. No importa como lo disfracen, el capitalismo es una canallada, una pústula. Una organización horrenda de explotadores y explotados que tiene una sola cosa a su favor…
tan sólo una…
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