Miré de soslayo y casi de manera instintiva, volví atrás hasta lograr que nuestros ojos se volvieran a encontrar. Su mirada penetrante se volvía amable si se observaba con mayor detención. Irradiaba una suerte de súplica, al mismo tiempo que su seguridad resultaba imperturbable.
Su mirada me invitó a ingresar.
Me encontré con su alma, la percibí vieja, pese a que ninguno de los sentidos me ayudó a explorarla. Tenía cicatrices, muchas cicatrices que ostentaba con orgullo, como si cada uno de los aprendizajes de su existencia, enalteciera su ser.
Sin palabras me comunicó que a través de los sueños se podía tener acceso a vidas pasadas y/o paralelas.
Frente a mí comenzaron a sucederse una seguidilla de imágenes:
Cuba. Soy un hombre de color, corpulento, de unos cincuenta años, soy chofer de un auto chevrolet de 1951. El sol es muy fuerte, me encandilo, tal parece que choqué y morí.
EEUU. Soy un delincuente, visto chaqueta de cuero negro larga, como las que se usaban en la década de los sesenta. Me llevan a un edificio de ladrillos en ruinas, me lanzan. Veo mi cuerpo inerte tirado en el el pavimento.
Italia. Soy una mujer que vuelve a su casa con una bolsa de compras, tal parece que alimentos, me siento y pongo mis pies en alto, estoy cansada y con un embarazo avanzado. Espero una niña que se llamará Renata.
Soy prostituta, me están practicando un aborto. La mujer que lo hace es mi madre en la vida actual.
Soy una niña, tal parece que en situación de calle, corro, tengo mucho miedo, tropiezo, caigo, rápidamente me pongo de pie y sigo corriendo en lo que parece ser un basural. Dos hombres me persiguen, quieren ultrajarme.
Las imágenes cesan, salgo de aquel lugar y vuelvo a sus ojos, sus ojos de mirada intensa. Los desafío sin quitar la mirada. Finalmente, me alejo del espejo.
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