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Pasó la semana de calor canicular. Al atardecer, Reme y Agripina volvieron a sentarse en el último banco del paseo. Estaban hablando animadamente cuando Agripina exclamó:
—¡Mira quién viene por ahí, "la calurosa"!
—¡Te he oído Agripina! —anunció Sole riéndose a carcajadas mientras caminaba hacia ellas—. ¡Le tengo dicho que por el aire circulan las palabras y pueden ser escuchadas por orejas indeseables! ¡Vaya, ahora resulta que tengo otro mote para el verano!
Al llegar a la altura del banco, solicitó:
—Chicas, ¿puedo sentarme en medio de las dos?
Ambas se levantaron a la vez y fueron a los extremos del banco para dejar sitio. Agripina aprovechó la oportunidad para comentar:
—¿No te han hecho las tardes eternas?
—¡Qué va! —aseguró Sole—. Después de comer fregaba los tres platos y me tumbaba en el sofá. Sobre las cuatro, con el bañador puesto, regaba el suelo de mi patio de las flores y a continuación, me duchaba con la manguera. Esperaba un par de minutos para poner la protección solar y me tumbaba en la hamaca con un libro. Cuando tenía calor, repetía la operación de echarme agua.
—Mujer, si estabas en tu patio de las flores que nadie te ve, el bañador sobraba...
—Tiene razón Reme— afirmó Sole, pero en cuanto salía agua de la manguera, acudían moscas y avispas de los corrales lindantes. Como después tomaba el sol, me daba repelús ver moscas posando en ciertas partes de mi cuerpo... De todas maneras mi Paco tuvo una idea genial.
—Tenemos los oídos abiertos —apremió Reme.
—Resulta que un día me quedé dormida. Paco me tocó el hombro. Vi que había regresado de la huerta, pues iba vestido con ropa de trabajo y tenía la azada en el hombro. Le confesé que me daba pereza ir al baño para ducharme con gel. Soltó la azada en un rincón y entró en la casa. Al poco, regresó con una toalla, mi esponja y la botella de jabón. Me dijo:
"—Ya que está preparada, es mejor que lo hagas aquí.
—Pero Paco, ¿qué pasa si viene alguien?
—objeté quitándome el bañador.
—Son horas de preparar la cena, no de visitas. Además, eres dueña de la casa; tú decides cuándo, cómo y dónde te duchas —sentenció Paco.
—En eso, tienes razón...
—Pues venga. Ya te ayudo con la manguera. Mañana tendrás instalada una ducha para el verano".
—¡Esto sí que es un hombre y los demás son tonterías! —aplaudió Agripina.
—Sin lugar a dudas, la más grande y segura que existe —apuntó Reme.
Sole asintió con la cabeza y continuó hablando:
—Desde entonces, si decidíamos ver una película, ya me vestía cómoda. Si dábamos un paseo, al regresar como tenía calor, iba directamente al patio.
—"Pos" el hijo de Antolin estará divertido, viéndote.
—Imposible. Su ventana está lejos y si se asoma, solo verá la parte superior de la pared opuesta a la ducha.
—Pero aprovechará la oscuridad para poner una cámara oculta en lo alto de su pared y "a luego" podrá verte en su "inmóvil" cómodamente.
Sole sonrió. Puso los brazos en jarras y ladeando la cabeza de un hombro para el otro dijo en tono divertido:
—¡Vaya, vaya! Usted lo que quiere es que me pille el toro.
—¡Pero después os quejáis de que en la tele solamente dan películas guarras! —Se defendió Agripina.
Sole se inclinó hacia adelante para sacudír con la mano derecha una hormiga que subía por la pierna izquierda. Giró la cabeza hacia Reme y comentó bajando la voz:
—¿Qué mosca le ha picado a Agripina? La encuentro un poco nerviosa.
Reme puso ambas manos en el asiento del barco para sentarse con la espalda más recta. Cuando su cabeza quedó a la altura de Sole, le explicó:
—Que yo sepa, ninguna. La única novedad es que tiene cita con la asistente social para primeros de septiembre.
Agripina mantenía recto su bastón entre sus piernas. Tenía apoyadas las manos sobre el mango del bastón y su barbilla descansaba en el dorso de su mano derecha. Parecía estar absoluta mirando cómo se ocultaba el sol detrás del cerro, cuando de repente se puso a reflexionar en voz alta:
"—Tened muchos hijos, que después os cuidarán" decía mi madre—. ¡Ja! Tengo dos hijas y ni entregando mi paga de jubilación ni la pensión de viudedad, ninguna puede tenerme porque trabajan.
—Ni que te ocurra dar una perra chica. El dinero es tuyo —le advirtió Sole—. Son ellas las que tienen que ganar su sueldo.
—¡Pero si están cuidando a personas mayores!
—Lo sé. Es un trabajo muy digno y duro a la vez. Pero cuando se jubilen, tendrán su pensión.
—No, si eso lo comprendo... —Agripina volvió a mirar al horizonte y bajando la voz declaró:
—No sé por qué, pero creo que he dado el primer paso para ingresar a una residencia.
—Ya te puedes quitar la idea de la mente. Mientras puedas hacer las cosas por tu sola y tengas la cabeza bien, no te llevarán a ninguna parte. Además, cuando tengas la persona, tendrás todo el tiempo para hacer ganchillo y leer tus telenovelas
—argumentó Reme.
El rostro de Agripina se ilusionó durante unos instantes. Después volvió a su semblante serio y planteó la siguiente hipótesis:
—Vale, aparto la idea de la residencia. Tengo algún dinero que mi Rogelio me dejó. Puedo contratar a una persona a tiempo completo cuando esté peor. Cuando el dinero se acabe, ¿Quién me cuidarán? Mis hijas están hipotecadas hasta las cejas.

Reinó un gran silencio. Reme y Sole miraron hacia el horizonte para ver cómo se ocultaba el sol mientras cavilaban sobre la pregunta de Agripina. Finalmente, fue Reme quien encontró una respuesta:
—Chicas, pienso que nos hemos pasado por alto una cuestión. Es cierto que a partir de una cierta edad tenemos menos futuro y no sabemos qué enfermedades tendremos. Pero está en nuestras manos cuidarnos para que nuestra vejez sea más saludable y longeva posible. En mi caso, como la chica que viene va a comprar y hace una vez por semana la limpieza de la casa, mi dolor de cadera ha reducido. Eso sí, por prescripción médica, tengo que caminar una hora al día para mantener los músculos en forma.
Sole, viendo que Agripina no salía de su ensimismamiento, cambió de tema:
—¿Qué, le explicó el párroco eso de la Luna?
—¡Ah, sí! Me enseñó en su "inmóvil" un video sobre la Luna y lo entendí todo.
—¿Ves cómo no eres tan ignorante? Lo que pasa es que ha pasado toda tu vida cosiendo zapatos.
En los ojos de Agripina emitió un brillo de agradecimiento. Asintió con la cabeza y después volvió a su habitual parloteo:
—"Pos" pensaréis que soy una terca, pero tengo oído que Dios creó la Luna en un día determinado.
Sole sacó su móvil de su bolsillo del pantalón. Tras reflexionar unos instantes, anunció:
—Creo que está en el Génesis —comenzó a teclear.
Agripina se agachó para observar algo.
—No tengo ninguna Biblia debajo de mi móvil —le aclaró Sole.
—Eso ya lo sé. Estoy buscando la antena.
—¡Ah, bueno! Ahora las antenas de los móviles son muy pequeñas y caben en el interior —Sole continuó explicando—. De hecho, este pequeño y delgado objeto, es un ordenador. Aparte de llamar por teléfono, puedes ver videos, programas de televisión, escuchar música, buscar información por Internet, chatear con tus amigos...
—Me da un poco de miedo que este trasto pueda hacer tantas cosas...
—Es verdad lo que dice Agripina —respondió Reme —. En junio pasado estuve de vacaciones en Alicante con mi hermana para ir a la playa. No veas cómo van la gente; ¡No paraban de mirar el móvil mientras caminaban por la calle!
—También hay un lado positivo: el teletrabajo. Gracias a esta tecnología, pueblos pequeños que estaban a punto de desaparecer, han conseguido atraer personas de las grandes ciudades.
—¿Tele que...? —quiso saber Agripina.
—Teletrabajo —repitió Sole—. Trabajo a distancia con un ordenador.
—¿Y qué cómo se hace?
—Supongo que el alcalde ya habrá solicitado el ingreso en una plataforma de pequeños pueblos —explicó Sole—. Después instalarán una antena para tener acceso a internet. Mientras tanto, el ayuntamiento, con la ayuda del gobierno regional, construirán viviendas nuevas...
—En una palabra; cuando vengan los nuevos vecinos, la Reme y yo estaremos en el camposanto —concluyó Agripina.
Sole detuvo con el dedo pulgar derecho el desplazamiento de la pantalla hacia arriba la pantalla de su móvil. Clicó con el mismo dedo el enlace y aviso:
—Escuchad chicas, ya lo he encontrado. Está en el Génesis 1:14—19:

"...14 Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, 15 y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. 16 E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas. 17 Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, 18 y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. 19 Y fue la tarde y la mañana el día cuarto..."

—Esta vez, tiene razón Agripina —confirmó Sole.
—Ya no "m'acuerdo" si fue en el poco tiempo que fui a la escuela o me lo explicaron cuando iba a hacer la comunión
—comentó Agripina sin levantar la barbilla del mango de su bastón.
Reme observó que Sole permaneLecía muy atenta a la pantalla de su móvil. Tocó el brazo para saber si le sucedía algo:
—¡Ah, no! Solo que he visto una web donde dice que la luna tiene 4500 millones de años. Por otra parte, si Dios creó el sol y la luna al cuarto día, aquí hay un dato que no concuerda...
Reme se quedó pensativa unos instantes. Después respondió:
—Es cierto que la Biblia explica que hizo la Tierra en 6 días, pero no dice cuanto tiempo era un día... Creo que la información que da esta web puede ser correcta.
—Si querréis, se lo pregunto al cura
—sugirió Agripina sin dejar de mirar al horizonte.
—Buena idea —admitió Sole—. Siempre es bueno contar con una segunda opinión.

Reme y Sole imitaron a Agripina. El arco del sol cada vez era más pequeño hasta que desapareció detrás del cerro. Después, sin ponerse de acuerdo previamente, exhalaron un profundo suspiro; ya había terminado un día más. Sole apoyó sus manos a ambos lados del borde del banco. Se levantó, caminó unos pasos, dio media vuelta y anunció:
—Tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos con los brazos cruzados.
—¡Je! Como no sea una puntilla para el nuevo mantel de la iglesia... —reflexionó Agripina.
—Esto está dicho y echo —respondió Sole. Este domingo, después de la misa, pediremos permiso al párroco para medirlo. Me tendrás que decir el hilo que gastas para enviar un WhatsApp a Virtudes.
—¿Un wasap...?
—Sí, es un mensaje escrito desde el móvil. Llega al instante.
—Ya entiendo... De todas maneras, no cuesta nada ir en una escapada a la mercería el lunes a primera hora.
—¿Qué tienes en mente? —terció Reme para cambiar el tema.
—Escribir un libro sobre los vecinos del pueblo.
—¡A buenas horas, mangas verdes! ¡Si somos cuatro gatos mal contados!
—exclamó Agripina.
—Lo sé, pero por Facebook hay un grupo muy numeroso. Cuando lo proponga en el chat, lloverán ciento de historias de sus abuelos, padres e hijos... —Sole calló unos segundos, miró a sus amigas y continuó hablando—: He pensado que vosotras me podéis ayudar, solo tenéis que contar parte de vuestras vidas. De esta forma cogeré práctica a la hora de escribir...
—¡Un momento! —protestó Agripina—. Si piensas en publicar nuestros chascarrillos, no cuentes conmigo.
—¡Pues mira, no es una idea tan descabellada! Sería un magnífico best seller . No creo que habrá muchos libros que cuenten historias de tres amigas en un banco viendo el atardecer. Puedes estar tranquila, que los tiros no van por allí. Pienso que detrás de cada puerta cerrada hay una crónica que si nadie lo remedia, desaparecerá para siempre. —Sole suspiró y dirigiéndose a Reme preguntó—: ¿Quieres ser la primera?
—De acuerdo, aunque no comprendo qué interés puede tener la vida de una ex panadera.
—Estoy convencida de que tienes vivencias, anécdotas y recuerdos interesantes que nosotras no sabemos
—la animó Sole.
—¿Y cómo lo vas a escribir si no has traído ni boli ni libreta?
—No te preocupes, tengo la solución.
—Abrió una nueva nota de su móvil, lo puso cerca de su cara y le explicó—: Mira, cuando empiece a hablar, pulsaré el micrófono. Todas tus palabras quedarán impresas en el bloc. Cuando termines, tiempo tendremos de añadir, quitar o corregir frases hasta que nos guste cómo ha quedado.
Reme asistió con la cabeza. Alzó la vista hacia el cielo y tuvo la impresión de que Venus estaba más brillante que días anteriores. Tras unos segundos de reflexión, comenzó a narrar:
—El primer recuerdo fue a los 6 años. Estaba en la casa del campo cuando mi padre regresó de la casa del molinero porque había reparado una pieza. Le pagó, en lugar de dinero, con un saco de harina y otro más pequeño de levadura. Mi abuelo, que fue panadero en tiempo de la república, enseguida se puso a hacer pan. Una vez terminada la masa, la dejó reposar en un bol. Una hora antes de comer, la colocó dentro de una olla para meterla en la lumbre. Aquel día fue un auténtico festín. Por la noche, después de cenar, mi madre siguiendo las indicaciones de mi abuelo, amasó dos hogazas y las dejó reposar en dos fuentes. Por la mañana temprano fue al lavadero con dos vecinas, mientras que mi abuelo encendía la chimenea. Cuando regresaron, țoda la casa olia a pan recién hecho. Lo probaron y como tenía buen sabor, le encargaron dos panes para el día siguiente. Solo tenían un contratiempo. No sabían a qué hora vendrían a recogerlos, pues la casa estaba retirada del pueblo. Mi madre enseguida dio con la solución: les dijo que mi padre se los llevaría a sus casas en su bicicleta.

"Así comenzó todo. Primero se hizo el horno. Tiempo después, pudieron comprar una furgoneta de segunda mano. A veces mi madre nos daba a mi hermana y a mí una parte de la masa para que hiciéramos nuestros propios panes..."

"Un día vi que mi padre regresó en el asiento del copiloto. Se quedó inmovilizado de la pierna derecha y.acudió a su ayuda un mozo, hijo de un amigo suyo. El médico le receptó un antiinflamatorio y unos días de descanso. Acordaron el precio diario por repartir el pan. De esta forma, nos hicimos novios. Un domingo, después de terminar su trabajo, me propuso ir al nacimiento del rio y acepté. Allí lo hicimos por primera vez, a jornada completa... —Reme calló unos segundos y viendo los gestos afirmativos de sus amigas, continuó hablando—: Cuando regresé, mi padre estaba leyendo una novela de oeste en la entrada de la casa. Observó que traía el pelo mojado. Solamente me preguntó si lo quería; respondí moviendo la cabeza de arriba a abajo y entré rápidamente a casa."

"Cuatro meses más tarde se celebró la boda en la explanada de nuestra casa. Solo vinieron nuestros padres, dos amigos nuestros y el cura. Como algo extraordinario mi suegra cocinó un arroz con conejo de muerte y mi madre preparó el pastel de novios. Bebimos cava y licores que trajeron nuestros amigos. Después del convite, fuimos a nuestro primer hogar: una habitación en la antecámara. Mi madre confeccionó dos gruesas cortinas de color verde hierba que servía como pared y puerta".

"Fueron malos y duros tiempos . Trabajábamos de sol a sol y de domingo a domingo. Únicamente teníamos tiempo libre al atardecer para dar un paseo por la carretera. Veía que mi marido se quedaba embobado cada vez que pasaba un camión y no volvía en sí hasta que desaparecía de la vista. Confesó que quería ser camionero. Me las ingenié para poder pagar la primera entrada del camión y tuve que apuntarme para sacar el carné de conducir.
Tenía un miedo atroz de suspender el examen práctico porque nos obligaría a contratar a una persona para repartir el pan y subir un poco el precio. Tuve la suerte de contar con su ayuda. Realicé muchas prácticas en un descampado y cuando creyó oportuno, me animó a conducir por el pueblo a la hora de la siesta. Me enseñó la ruta que hacía, los cruces más conflictivos y cómo aparcar en una cuesta. Perdí el miedo y aprobé a la primera."

"Cuatro años más tarde vino a verme mi suegro. Me propuso que dejaba su amplia habitación para que abriera una panadería y que él dormiría en la habitación que daba al patio. Accedí sin meditarlo dos veces, pues la guardería y la escuela estaban a la vuelta de la esquina. Después de completar el itinerario, abría la panadería".

"Un incidente puso en jaque nuestro matrimonio. Fui al médico porque tenía una infección de orina. Al extender la receta, preguntó que si lo había hecho con otros hombres, me dejó de piedra; no supe qué responder.
La respuesta llegó tres días después. Regresó de un viaje con los mismos síntomas que yo. El doctor después de
reconocerlo, supe la verdad. Salí de la consulta con la cara más roja que una gamba. Dejé de hablarle, dormía en el sofá y evitaba cruzarme con él. Solamente intercambiamos algunas palabras a la hora de comer para que nuestros hijos no se dieran cuenta de que estábamos enfadados".

"Al cabo de una semana, fue a buscar el alta médica. Me encontró en el lavadero del patio. Anunció que se iba para Huelva después de comer. Sin ningún tipo de pudor, propuso, si lo hacíamos ahora mismo, jamás tocaría el pelo de otra mujer. Giré sobre mis talones para darle una tremenda bofetada, pero en el último instante cambié de idea; me quedé mirando fijamente su cara durante un interminable minuto. Después, sin apartar la vista, comencé a desabotonar rápidamente y con rabia, los botones de mi bata. Por su parte, cogió mis muñecas, negó con la cabeza y me dio un beso de película. Pidió que le dejara a él. Puso mis manos en el borde de la pila y que diera unos pasos hacia atrás para poder inclinarme. Cada vez que recibía un empujón, mojaban mis mejillas, lágrimas de impotencia, de no comprender lo que estaba pasando y por qué actuaba de esta forma. Cuando terminó, mientras me ponía la falda, por el rabillo del ojo, observé su rostro. Se mostraba contento, animado y hasta parecía haber rejuvenecido. Creo que prometió cambiar todas las tuberías del cuarto de baño a su regreso. Sin embargo, este día descubrí una cosa importante: lo que acabábamos de hacer fue la tabla de salvación de nuestra relación."

—¿Padecía satiriasis? —dedujo Sole.
—¿Qué es eso? —quiso saber Agripina.
—Es una adicción al sexo —le aclaró Sole.
—¡Ah, ya! —exclamó Agripina volviendo a poner la barbilla en su mango de su bastón.
—Bueno, el médico suplemente dictaminó que estuvo a punto de contraer este trastorno. Eso sí, me previno que si después de hacerlo no se quedaba satisfecho o sufría cambios de carácter en un solo día, que fuese inmediatamente al centro médico; pero eso, nunca sucedió. Solo que cuando lo quería hacer, no le importaba la hora —Reme se quedó pensativa y después continuó hablando: Ten en cuenta que la época de que te hablo, no tiene nada que ver con la actual. Conducir, por ejemplo, no era lo habitual entre las mujeres.
—Ni leer en público —añadió Agripina–. Se me ocurrió sentar en una silla baja de anea en la acera de mi puerta para leer mis telenovelas y así aprovechaba los últimos ratos de sol de la tarde. Algunas vecinas me saludaban. Otras, en cambio, no decían nada, pero cuando caminaban unos metros, me miraban por encima del hombro en señal de reproche. Un día, no tenía ganas de leer y saqué el ganchillo. Todas se volvieron más mansas que un cordero recién nacido. Incluso se acercaban para ver si podían sacar la muestra....
—Me hago cargo —comprendió Sole—. Mientras tenías las manos ocupadas, aprovechaba el tiempo. No pasaba lo mismo con leer. Sé que eran otros tiempos, aun así no puedo evitar que tenían, para evitar palabras más ofensivas, una mentalidad obtusa. Ahora, ya hay mujeres, agricultoras, ganaderas camioneras, taxistas, doctoras... es decir, profesiones que antiguamente eran ocupaban por hombres —Sole hizo una pausa para coger aire y continuó—: De todas formas, debe continuar nuestra lucha. Para igualdad los mismos derechos y obligaciones entre hombres y mujeres y vencer de una vez por todas, esa lacra social del machismo.
—No, si te presentarás como alcaldesa, te votaríamos seguro —sentenció Agripina.
—Gracias chicas por vuestras confianzas, pero la política, no es mi punto fuerte.

Reme se rascó la rodilla derecha para quitar un trozo pequeño de piel muerta. Una vez hecho esto, se masajeó suavemente la zona afectada mientras reemprendió su historia:
—Cuando me pusieron la prótesis de la cadera, tuve que contratar a un ayudante para repartir el pan y llevar la panadería. Por aquel entonces, mi marido viajaba menos porque se cansaba mucho. —Reme se detuvo un momento para coger fuerzas y poder continuar—: Por si esto fuera poco, nos pilló en plena ola de la inmigración. Hizo cálculos y con números en mano, me demostró que si nos jubilaríamos hoy mismo, con el dinero que tenemos en el banco más la pensión que percibiríamos cada uno, tendríamos dinero para el resto de nuestra vida; e incluso podríamos contratar una persona para limpiar la casa y realizar la compra. Así lo hicimos; él vendió el camión y yo, cerré la panadería que volvió a ser dormitorio con un pequeño cuarto de baño.
—"Pos", si estaba en casa todo el santo día, ¿no te buscaba? —puntualizó Agripina.
—Durante el primer año, sí —admitió Reme —. Aunque no siempre lo conseguía.Tenía que caminar de una punta a otra de la acera, varias veces al día por el tema de la cadera. De modo que no tuvo opciones para elegir: o me esperaba cuando regresaba de andar o lo dejaba para otro día. —Reme miró a Sole y vio que afirmaba con la cabeza, continuó hablando—: Después, se aficionó a hacer puzles y echar la partida de dominó en hogar del pensionista. Nunca supe si había cambiado, pero de momento, todo parecía indicar que tendríamos una buena vejez; hasta aquella maldita tarde de un viernes...
—Cierto, mi marido fue testigo de cómo se cayó de la silla —corroboró Agripina.
—Sí, le dio un ictus. Estuvo postrado en cama durante año y medio... —Reme se calló de repente, miró al horizonte con los ojos húmedos.
Sole acudió a su ayuda:
—No te preocupes. Esto y asuntos íntimos, no lo escribiré en el libro; solo me interesa tu trabajo como panadera.
—Por eso te decía si merecía la pena de contar mi vida.
—Te equivocas. Vale de la primera palabra hasta la última, si piensas en publicar una novela autobiográfica. —Sole se apartó con la mano izquierda un mechón de pelos de su frente. Miró hacía el firmamento como si buscara alguna cosa y resolvió—: Tengo dos preguntas que hacerte.
—Dime.
—En la panadería, ¿vendías otras cosas?
—¡Claro! Magdalenas, tortas de aceite, diferentes tipos de galletas, sequillos... hasta tuve cierto éxito con unas empanadillas.—Reme contempló las caras de asombros de sus amigas. Sonrió y les explicó—:
—Un día vi a un pastor que conducía su rebaño de ovejas para ir a pastar al monte. Almorzaba con cierta dificultad su bocadillo. Pensé en elaborar unas empanadillas un poco más largas que la palma de una mano, pero que la masa fuera más consistente para que, en caso de que fuese necesario, utilizar una mano para poder comer. Preparé una docena con finas rodajas de tomates, rodajas de morcillas con el mismo grosor que los tomates y láminas delgadas de queso de cabra. La otra docena llevaba rodajas delgadas de chorizos con finas lonchas de queso seco. Las repartí como muestra entre mis clientas para saber su opinión. Al día siguiente tuve que volver deprisa porque me encargaron varios pedidos.
—Seguro que estaban riquísimas —declararó Sole—. Por cierto, si pasado mañana te llevo en mi coche para pasear por el pueblo, ¿recordarás de tu ruta que realizabas?
—¡Por supuesto que sí! Calle, puerta, dueños y hora de entrega.
—¡Esto se pone interesante, las casa abandonadas ya tienen nombre! —exclamó Sole—. Confeccionaré una lista con una foto del portal hecha con mi móvil y la pondré al final del libro, como información adicional.
—"Pos" no cantes victoria todavía. Cuando fui moza, ya había varias casas vacías; ni Reme ni yo sabemos quienes vivían
—advirtió Agripina.
—Hum... en este caso, lo consultaré en el padrón del ayuntamiento. Se quedó unos momentos reflexionando sobre si el funcionario pondría pegas o sería todo facilidades. Después, sonrió a Reme, anunciando —: Bueno, ahora voy a imprimir tu texto.
Reme giró la cabeza de izquierda a derecha y preguntó:
—¿Dónde está la impresora? No la veo.
—Se encuentra en mi casa —informó Sole—. Lo he imprimido desde una aplicación de mi móvil. En cuanto la encienda, lo primero que saldrá será tu historia. Mañana por la mañana, pasaré por tu casa para darte una copia; de esta manera la puedes repasar con tranquilidad. Por la. tarde, en el paseo, me dices si quieres cambiar o modificar algo.
—De acuerdo —matizó Reme—. Vaya, vaya con la tecnología. Lo acabo de ver, pero comprenderás que me cueste de creer.
—Y después, le toca a usted —la animó a Agripina.
—¡"Pos" ya puedes ir apagando ese "inmóvil" del diablo! —bramó Agripina.
Mira, mi vida ha sido sencilla pero dura. Me levantaba a las cinco de la mañana para coser zapatos. A las ocho, preparaba el desayuno a mis hijas para que fueran a la escuela. En cuanto se marchaban, hacía la faena de la casa, iba a comprar, preparaba la comida y aún tenía tiempo para volver al trabajo. Después de comer, si no había prisa por entregar los zapatos, me sentaba en mi mecedora y echaba sueño. Me despertaba con el propio balanceo, entonces volvía al trabajo hasta las siete de la tarde. Cenaba y paseaba con dos amigas por el camino de la ermita. A las nueve y media ya apagaba la luz de mi habitación. Fiestas: el 15 de agosto y el 25 de diciembre. Y así casi 40 años sin contar que tuve que cuidar a mi madre durante 5 años...
—¡Eres la reina de la simplicidad! —admiró Sole—, pero ¿no aprendiste a leer telenovelas que te dejaba una vecina?
—Cierto. Venía después de comer. Trajo un pequeño libro que su hijo no lo utilizaba porque ya sabía leer. Repasamos las vocales y las combinaciones de las sílabas. Por mi parte, cuando me cansaba de trabajar, cogía el libro y pronunciaba en voz alta lo que había aprendido el día anterior; de esta manera, en pocas semanas, ya leía cortas frases. Entonces, me dejaba tus telenovelas y tiempo después, novelas de Corín Tellado. Me sentía muy orgullosa de poder ir al kiosco y comprar novelas para intercambiar con ella...
—Nunca lo pondré en duda —corroboró Sole. ¿Y tu marido? ¿No le visitaban los vecinos cuando era por un asunto de herencia o participaciones de tierras porque consideraban un hombre justo?
—Eso también es verdad —dijo Agripina levantándose del banco para dar a entender que la conversión había
finalizado—. ¿Qué vas a cenar?
—Ensalada de lentejas —contestó Sole.
—¡Un plato caliente con estas calores! —Se extrañó Agripina.
—También se puede tomar fría —le explicó su receta —. Se dejan escurrir y una vez frías, se vuelcan en un bol. A continuación, se añade trozos pequeños de tomates, rodajas de pepinos, una lata de atún, pimientos del piquillo...

Reme caminaba unos pasos más atrás. Pensaba en la propuesta de Sole. Lo que le había contado era solo la punta de un gran iceberg. Si empezara a hilvanar pequeñas historias, obtendría un buen tomo. Dos cosas le hacía ilusión. La primera, tener su propio libro en sus manos, significaría que la vida ha merecido la pena vivirla. Y en segundo lugar, que cuando dejase de existir, el libro aún seguiría vivo algún tiempo. "Bueno, esta noche lo consultaré con la almohada. Mañana, ya tomaré una decisión". Pensó Reme.


NOTAS:
Es la segunda parte del cuento "La Luna no está en el cielo". Sin embargo, son dos relatos independientes.

Los textos entre comillas doble " " debería haber utilizado las comillas las comillas angulares. como recomienda la RAE. No las he puesto porque cuando subo el cuento, aparecen una línea de caracteres extraños.

Texto agregado el 23-07-2023, y leído por 372 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-07-2023 Que buen cuento y sobre todo que bien descrito todo Me parecía estar entre esas tres amigas e ir dando el visto bueno a esa historia verídica que contaba lo que pasa en la vida misma. Pienso que se necesitaran otros capítulos... Me encantó***** Un abrazo Victoria 6236013
 
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