Aquella tarde...
acaricié tu horizonte sin palabras,
fui sólo presente y continente;
apresando fuerte, el grito de no verte.

Más tarde resbaló tu esencia 
sobre mi surco tibio, inquieto de mariposa, 
como una copa rebosante de vino.
Un vino embriagante que nos remontó lejos,
entre lunas, soles y planetas violetas. 

Y sellaste mi piel en la memoria de la carne,
dentro del ritmo febril de tamboriles desnudos,
inmerso en mí desesperadamente,
nos fuimos unidos hacia el infinito.

Y me refresqué en el arroyo de tu savia
mientras te esparcías como una vela derretida
en la carne, junto a mi sangre.

Tuve tu corazón en mi regazo
con toda la humanidad de regalo
y me alejé con el cuerpo vibrando
para que en la pequeña muerte
de todas las noches
y de algunos días,
me sigas soñando.



Fragmento de mi poema: "Vibrante de vida"