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Cómo les va. Los libros son una mierda. A ver. Hablo de los libros de esos de papel y cartón, ustedes los han visto, esas cosas que uno agarra con las manos y abre y tienen hojas de papel y en una de esas capaz que lee, vieron, que suelen estar quietecitas juntando mugre en estanterías, ocupando lugar al pedo o de adorno, por cierto de mal gusto, en casas de gente que nos quiere hacer saber o creer que ha leído, ¿no? Ah pero al libro se lo respeta. Hay cierta cuestión cultural de respeto a los libros, digamos los libros de carne y hueso, claro, que son los que yo digo que son una porquería que ocupa lugar en las casas de la gente, qué sé yo, como las revistas de papel, que por lo menos sirven para envolver huevos o para que los pibes recorten figuritas porque las revistas no gozan del respeto de los libros. Yo la otra vuelta encontré en casa un diccionario de 1957 en dos tomos con las páginas marrones y un olor inmundo, seguramente heredado de algún familiar. ¿Qué fue lo primero que hice? Obviamente fui hasta la C y busqué “culo”. Después lo tiré. Para mí un libro de papel vendría a ser como una botella vacía, pero cuidado, no una botella de cerveza vacía porque esas son retornables: uno las guarda para cuanto tiene que reponer el contenido, claro está, conque no vamos a comparar la utilidad de una botella vacía de cerveza en un rincón del garaje con “Cien años de soledad” en la estantería del living aunque, podría decirse, hayamos consumido ambos contenidos. “Cien años de soledad” en una estantería para mí vendría a ser como una botella de vino vacía en el bajomesada, digamos. Pero hay quienes afirman que la gracia está en el papel y desconfían de esa aberración de los electrónicos, vieron, esos que uno lee como una persona normal en cualquier dispositivo aun en condiciones que serían verdaderamente adversas para los libros de carne y hueso, verbigracia en la cama con la luz apagada mientras el de al lado duerme. «Ay pero yo necesito tener ese contacto con el papel en las yemas de los dedos y ese olorcito a libro» me decía uno la otra vuelta, un tipo raro de esos nostálgicos supongo, y lo primero que se me ocurrió fue que si te gustan las cosas horribles, querido, por qué en vez del WhatsApp no le escribís con una birome una cartita a tu señora para avisarle que llegarás tarde porque estás siendo un melancólico conmigo ahora mismo. O llamala por un teléfono de esos con cable, no sé. Y eso que yo soy viejo, eh, ya ven. Soy de la época de que cuando uno tenía ganas de coger era capaz de cualquier cosa, desde salir a la calle y hablar con alguien desconocido hasta aprenderse un pasito de baile, no como ahora que se mandan fotopijas con el telefonito o se exhiben en tanga en esas páginas como Instagram como si estuvieran en la vidriera de un prostíbulo en Ámsterdam nomás que con un gatito o una chocotorta al lado. O el Tinder, que uno mira a qué distancia está el objetivo porque tampoco es cuestión de andar mucho ni mucho menos de tomarse un bondi porque hay que volver temprano a casa a hacerse la pajita de antes de dormir que mañana hay que trabajar como le pasó a un amigo, que llegó al edificio y la mina lo estaba esperando en la puerta con un forro en la mano onda dale dale, Augusto, que llegaste once minutos tarde y 9:45 p.m. me toca karaoke con las chicas, pasá ahí abajo de la escalera querés y no te pongas muy cómodo que ya nos vamos. Logística del garche en tiempos del coronavirus podría llamarse porque lo que es el cólera, esa porquería, iba en libros de papel. Que alguien lo escriba please en el Notepad aunque sea. Ah pero la gente de plástico quiere libros de carne y hueso que suden tinta y huelan a perro mojado. Me acuerdo de cuando los millennials descubrieron los discos de vinilo que pensé cagamos ahora van a volver esas porquerías y yo ni en pedo compro eso, pero no pasó o eso creo. Lo cierto es que el libro digital tiene muchas ventajas. Yo la vez pasada me preocupé por el desuso del puntoicoma en la literatura contemporánea y agarré un libro digital y busqué cuántos puntoicomas había en esas ciento setenta y cuatro páginas para compararlo con uno escrito en el siglo pasado de cuando los escritores usaban esas máquinas mecánicas que sonaban a carrera de caballos y les encantaba hacer bollos para embocarlos en el tacho de la basura. A ver los románticos cómo mierda harían con sus mamotretos de papel con olor a culo para obtener esa información que a mí me tomó menos de tres segundos, que encima capaz que están mugrientos y confunden un puntoicoma con una pata de mosca o algo así, qué asco. Otra es que estos libros modernos sirven para que los ciegos los escuchen y se ahorran el Braile ese. Hay uno en el departamento de al lado que lo que pasa que parece que además es medio sordo y cada vez que se pone a disfrutar de la literatura yo me entero y no voy a negar que un poco hincha las bolas esa voz de robot con poca pila que pretende leer poemitas. Aprendé de Neruda, querido, que a mí también me gusta cuando callás es decir cuando no leés. Esa manía de los ciegos de hacer cosas de gente vidente como, no sé, leer y jugar al fútbol porque, ¿a mí me da por jugar al tenis? ¿Correr carreritas de lisiados en sillas de ruedas? ¿Tocar el ukelele? No. Claro que no porque soy un tipo consciente de mis limitaciones. Pero vos, querido, ubicate querés, vos tendrías nomás que hacer cosas de ciegos como perderte los atardeceres y golpear las paredes con un bastón blanco y andar con un perro hasta en el subte y tener algo en común con Borges, pero vos que vivís en el departamento de al lado además querés hacer cosas de sordo, hijo de puta, ¿por qué no te pegás un balazo en la rodilla y te comprás una silla de ruedas a nafta también, eh? O un tractorcito de esos que te subís y cortás el pasto, que hacen más ruido y de paso te caés por la escalera, ¿no cierto? O salís a pasear por el edificio con una motosierra encendida porque total no ves un carajo que igual ojos que no ven oídos sordos o corazón que no siente una motosierra, yo ya no sé pero dale, ¿no? Es que me acuerdo y me pongo nervioso yo también. Ponete auriculares para ciegos y listo. Qué te cuesta, amigo. Y no es que tenga yo nada contra los ciegos, ojito, si es más, la otra vuelta se me metió un murciélago por la ventanita del baño y no lo maté ni nada. La cosa que leer libros de papel se me hace re, no sé, Tarzán, digamos, por lo salvaje y por los árboles. Antes de que me olvide, ¿alguien sabe qué mierda comen los murciélagos? Bueno me lo dicen por Twitter que no tengo para anotar. Decía que ahora resulta que Romualdo no quiere los libros digitales porque es romántico igual que Tarzán. ¿Qué sigue? ¿Salir a cazar vacas para comer? Porque de eso hay mucho también, eh, gente que gusta de la caza y de la pesca y entonces dizque ah yo lo que pasa que lo que pesco me lo como o ah lo que pasa que lo que cazo es para comer. Mirá vos, y uno pensando que era más barato comprar unas milanesas que todas esas cosas de fierro que llevás encima sin contar, claro, que capaz te fuiste desde Liniers hasta el Impenetrable a matar un bicho de esos para comer, no como toda esa gente aburguesada que consume lo que otra gente aburguesada anda criando como ganado y pollos y verduritas que solemos comer y que para vos vendría a ser como millennials o algo así, no sé, burgueses, mientras que vos te levantás a las 3 para salir en tu 4x4 a cazar un jabalí o pescar una tararira para el almuerzo, vamos, que nomás te falta hablar con una pelota y tomar agua inmunda de un arroyito putrefacto, Rambo, porque lo primero es la comida, gordo escopeta. Muy bien, eh, pero dejame decirte que la gente civilizada va al supermercado y mientras vos oís un gallinazo sobre tu gorrita de sicario nosotros el escáner del chino porque los gallinazos como las campanas cuando hacen ruido es que ya todos sabemos qué, que la gente civilizada lee libros en una pantallita o pantallota pero vos que la tenés clara podés ir a las pirámides de Egipto a leer jeroglíficos y de paso pegarle un tiro a un camello o a algún turista filipino para el desayuno, ¿no cierto? Acá por ejemplo tenemos al portero del edificio que tiene parientes en Chascomús y cuando se va a coger por ahí le dice e la jermu que se va a pescar a la laguna con el primo. Capaz que se pasa un fin de semana mamado y con putas y el lunes a la vuelta para en la pescadería y compra unos pejerreyes para disimular. La cosa es que un día se apareció con dos kilos de calamares porque era lo único que había y la mina medio que se avivó y le dijo cómo pescaste esto, Roberto, y el tipo le dijo no sabés lo que pasó, Mirta, creció el mar de puta madre, un tsunami fue, poné el agua que traje bizcochitos. Otro hijo de puta, como esos que ponen de fondo en el Zoom una biblioteca y resulta que están tomando birra y jugando al Tetris en plena entrevista laboral. Además esa gente que rechaza la tecnología lectora suele ser en el fondo prejuiciosa y mala. Creer o reventar. Son como el cazador que vuelve llorando porque un jabalí en el Chaco le despanzurró el perro, que vos decís bueno, Juan Manuel, de última fue en legítima defensa, viste, hay que aguantársela un poquitín, eh, capaz Sultán estaba más cómodo en casita con el aire acondicionado y vos lo obligaste a ser un depredador de los montes salvajes, ¿no?, que para eso lo llevabas a la plaza del barrio a mutilar niños en bicicleta, ¿o no, Juanma?, media pila, campeón. Porque hay tipos de este tipo que son hijos de puta y lo primero que hacen cuando van a tu casa y miran tu biblioteca de libros de carne y hueso se dan cuenta de que leíste o pretendés que leíste a, no sé, capaz que pura mierda que total estás en tu derecho, ponele Alejandro Dolina, Paulo Coelho, equis, y piensan mirá las pelotudeces que lee el infeliz este. O capaz que el tipo empieza a joder con que si te gustó García Márquez tenés que leer a Carpentier o a algún ruso que nomás él conoce y se te pone a explicar las bondades de tal autor porque él lo leyó y supone que vos no y así, siendo que capaz lo invitaste nomás para coger y el tipo sigue con la zanguangada y te sentís un ser inculto y censurado o pensás que la próxima en vez de boludear en Tinder mejor te vas a la casa de alguna tía a mirar HBO, o en una de esas te caen las fichas y ves la luz y te decís esto con los pdf no pasa y ya que estás tirás todas esas porquerías a la mierda y pintás la pared y ponés una tv de ochenta pulgadas para mirar programas de preguntas y respuestas, la puta que los parió, Francisco, vos y tus lecturas de pijamuerta que a quién carajos le importan. Por cierto, no está de más pensar que nadie puede quemar un libro en pdf, y menos que menos si lo tenés en el Google Drive o aunque más no sea en los elementos enviados del Yahoo mail por más que te prendan fuego la pc o tablet con departamento y todo o que te prendan fuego la pc, el gato y el departamento con vos adentro, que te morís asfixiado pero, eso sí, intacto tu patrimonio cultural para que el pelotudo de Francisco lo lea de la nube y lo comente con su puta madre. Chupate esta mandarina. No obstante debo reconocer algo de esa fantasía del garche cultural o garche intelectual. No, esperen. Ya sé que nada tiene que ver el garche con lo intelectual ni bla bla, pero podría hacer una excepción dependiendo del caso porque está la gente romántico-intelectual que se jacta de coger con un coso pongamos doctorado, lo cual es como si dijéramos de ir a pescar y poner un sorete de carnada para obtener peces originales, vieron, que es como que hay gente que se pone caliente con boludeces y le entra al sexo por la dizque inteligencia onda me cogí a un ornitólogo y vos no, Marielita, que te garchaste al remisero que te trajo de la bailanta porque no encontrabas las llaves y ya que estabas. Bueno, iba a decir que en caso del calentón intelectual capaz no quede otra que tener a mano un libro obviamente corpóreo para poner a la vista, se entiende, pero sobre todo para figurar. Yo, y me pongo de ejemplo para no ofender a nadie, lo que es yo, decía, supongo que si me quisiera coger a una darketa pondría bien a la vista en la mesita del living a Rebecca Solnit aunque más no sea para apoyar el vaso de Whisky, pondría el libro de Cristina Kirchner en el caso de pretender intimar con alguna zurdita así como, no sé, pondría una grabación de esos ruidos horrorosos que hacen las ballenas cuando están por parir o cuando las destripa la hélice de un portaaviones para el ciego de al lado, para que cuando pregunte que qué mierda es eso decirle eso es como vos con tus libros y yo en la ducha, andá a la puta que te parió, mi vida. Acá me resulta pertinente una nota alusiva de paso para que, otra vez, nadie se ofenda. En “Men Explain Things to Me” la Solnit metió a Chávez y a Argentina en una misma oración. Si no lo leyeron, piensen el tiempo que tardarían en encontrar esta frase en un libro de papel y en uno en pdf. De nada. Que lo pasen lindo con sus papelitos y que no tengan humedad en sus casas así no juntan vinchucas y demás alimañas que traen enfermedades y muerte. Hablando de muerte, siempre hay un tío muerto que dejó su libro de carne y hueso. ¿Te acordás del tío Jorge? ¿El que estuvo preso? No, el que escribió el libro. El libro del tío Jorge está por ahí tirado en los armarios de la familia porque todos tienen alguno aunque nadie sabe de qué se trata porque está claro que nadie leyó al tío Jorge, quien ni lerdo ni perezoso se aseguró de que todos tuviéramos un ejemplar dedicado, y esto nomás porque en su época no había internet. ¿Alguien buscó el libro del tío Jorge? Yo una vuelta sí y me encontré las fotos del casamiento de la abuela que, vamos, todavía no sé de quién era abuela esa abuela ni de quién era tío el el tío Jorge. Cuando iba por la quinta foto amarronada intentando distinguir entre las cagadas de cucaracha y las caras de los presentes creí oír un teléfono y metí todo en una bolsa derechito a la calle. ¿El teléfono dije? Claro que no contesté. Los únicos que atienden el teléfono hoy en día son los de las casas de comidas para llevar y nomás a veces porque usan el WhatsApp web. Los internos en las oficinas. Después el avejentado es uno. Lo que extraño un poco de los libros de papel es cerrarlos, sobre todo cuando estás leyendo y aparece alguien. De los libros de papel y de los teléfonos celulares extraño eso. El teléfono con tapita, qué maravilla. Da una cuota de drama, es decir el que acaba de llegar y te vio cerrar el libro es como que sabe que interrumpió algo. ¿Te diste cuenta de lo que estaba haciendo? Estaba leyendo, man. Cerrás el libro lentamente mirándolo a los ojos y exhalás suave pero largo por la boca, te levantás del asiento. No te levantás, te ponés de pie. La sutileza. ¿Viste lo que acaba de pasar? Yo estaba leyendo. Algo importante. ¿Vos leés? No, claro que no, pobre. Lo pensás. Pensás que el que acaba de interrumpirte está pensando que vos pensás eso de él y está intentando recordar cuándo fue la última vez que leyó un libro. Capaz que hasta siente un poco de culpa. Y respeto. El tipo leía un libro. Qué ser humano. Qué culto. Ah pero si estabas con una tablet seguro el chabón como si nada. Hasta es capaz de saludarte con un besito sin esperar que te levantes onda seguro estabas viendo Instagram. O porno. Mejor si estás en un lugar público, en un bar o una plaza. Esperando a alguien. Qué momento mágico cerrar el libro cuando llega. No es que fuera estrictamente necesario que estuvieras leyendo. Es el objeto, eso entre tus manos. El efecto es el mismo. Un momento solemne y silencioso. El verdadero drama en pocos segundos. El otro piensa este tipo acaba de abandonar un mundo entero para estar conmigo, acaba de emerger de las profundidades del intelecto por mí. Una gran personalidad. ¿No? Todo esto mientras no sea el pelotudo de Francisco, claro, que lo primero que hará es mirar la tapa y lo segundo recomendarte una lectura que según él es mejor: ¿Rebecca Solnit? Naaa, mejor leete a Simone de Beauvoir, yo sé lo que te digo. Te palmea la espalda y saca su iPhone nuevo para googlearte algo el hijo de puta sin importarle en lo más mínimo lo que dice Rebecca de cómo Hugo Chávez ayudó económicamente a este país. Los hombres también les explican cosas a los hombres, Rebecca. Igual todo esto con una tablet no te pasa: cuando llega, Francisco te pregunta qué estás leyendo, no puede con su genio. Le decís nada, man, nomás veía porno. ¿Sexo? Naaa, mejor gore, andá al blog del narco, te dice Francisco porque ya dije que no puede con su genio. Como sea, estamos en que los libros corpóreos eran un buen fetiche para exhibirse uno, y esta exhibición no necesariamente algo bueno. Entra la policía al bar, operativo, bla bla bla. Hombre lee en soledad un libro de papel. ¿Alguien lo interroga? No. Es un punto. El tipo del libro se presupone inocente. Viejo con lentes oscuros y gorrita sentado en una plaza leyendo un libro sin palomas alrededor: golfista, militar retirado, abogado. Viejo con lentes oscuros y gorrita sentado en una plaza sin palomas alrededor: degenerado, probable pedófilo, testaferro. O un ciego. ¿Alguien con sentimientos, por qué no medio ofendido de paso, está pensando ahora mismo por qué golfista, militar retirado, abogado, degenerado, pedófilo, y testaferro no pueden ser propios de una misma persona? ¿Y ciega? Ah, me parecía. Lo que pasa que tantas ganas de hacer cosas no podés tener, Rubén, pilas, y si sí no creo que tengas tiempo de levantar un libro porque eso de andar esquivando la policía, el fisco y madres de pibes en edad escolar llevándote los muebles por delante al mismo tiempo debe ser muy cansador. Se entiende. Pongamos onda. Otra cuestión es que uno no puede exhibir intelecto con una tablet. Con un Kindle tal vez un poquitín, aunque a la vista hay que ser sagaz para distinguir uno de estos aparatitos de, no sé, un pasaporte o cuadernito de almacenero amarrete de los de antes, que solían forrarlos para no arruinarlos con dulce de batata o la salmuera de las aceitunas. El tipo que llega al bar con tres libros bajo el brazo es un dolor de muelas; los mozos sin conocerlo siempre dicen a ese boludo atendelo vos porque suponen que se va a quedar cinco horas, va a tomar un cafecito y se irá sin dejar un mango de propina. Yo vine con mi tablet, man, doscientos ochenta y cuatro libros me traje. Traeme una grapa. Te morís. Esto me recuerda que soy viejo. En una época se puso de moda el Kamasutra. Nadie lo leía en el tren. O casi nadie. Tal vez el viejo de la gorrita para disimular su interés por los niños. Pasaba algo así como con la revista PlayBoy, que cuando la comprabas llevabas también el diario para meterla dentro. Nadie leía la PlayBoy en el tren. Leer en este caso es relativo, se entiende. O notas sobre cómo llevarte colegialas a la cama sin ir preso. Qué hacer con una ninfómana. Vieron que siempre las ninfómanas eran las mujeres, ¿no? No había ninfómanos en esa época. Raro. Ahora se dice sexaholic para ambos géneros. Parece que hubo que estudiar mucho para darnos cuenta de que las putas éramos los hombres. Algo es algo. Porque ahora que somos todos modernos, digamos, no imagino a un tipo que lleva al pibe al pediatra, ¿sí? Llega y hay como cinco antes que él: niños, madres, padres, el viejo de la plaza sin libro, en fin. Que justo tiene una PlayBoy en el portafolios. Pongamos que usa portafolios, ¿puede ser? Bien. Que mientras el pibe se idiotiza con un telefonito el tipo saca la revista y se pone a hojearla. Tres minutos dura. Con suerte. ¿Se dan cuenta de que el papel no va? Con la tablet no pasa. Es más, si el tipo se pone a mirar gente en pelotas en su tablet y alguien en la sala de espera se aviva, hasta puede ofenderse él porque la violación de la intimidad bla bla como con los teléfonos, que ahora si le mirás el suyo a tu pareja sin su consentimiento explícito capaz terminás preso. Decía. Leer libros de carne y hueso en público paga el doble si el texto es en inglés. En alemán. Tenés que mantener la tapa a la vista. Paga bien. En alemán podés ponerte a leer “Mein Kampf” en cualquier lado, hasta en la iglesia. Sobre todo en la iglesia. Católica sobre todo. En medio de la misa dominical. Paga bien. Por estos lados a cualquiera que hable inglés o alemán se lo respeta. Son superiores a priori. A no ser que seas negro, en cuyo caso pensarán que vendés baratijas sin pagar impuestos a las ganancias tirado en la vereda sin importar cómo suenes. Por lo menos no te caga a balazos la policía por cualquier gilada, digamos todo. Si hablás portugués, bueno, van a pensar que perdiste un Mundial en tu casa dando vergüenza. Todavía nos acordamos todos. No paga mucho leer libros de papel en portugués en el tren. Por suerte fueron los alemanes, digamos todo. Con una tablet podés leer “Mi lucha” en la sala de espera del Hospital Israelita. Te das cuenta. A no ser que seas el ciego de al lado, claro está. Bueno, sí, con auriculares. Otra ventaja de los libros digitales es que suelen ser gratis. Pirateados, se entiende. Nadie roba libros de papel. Qué gansada. Te queda más cómodo el asalto a mano armada y después si querés pasás por la librería. ¿Se imaginan? La banda asalta un banco. Tiroteo, muertos, sirenas, gente aterrorizada, persecución. Uno llega a la casa, esconde el botín. Qué hago. Ya sé. Y manotea un fajo de billetes y se va a la librería a comprar un libro, ¿no? Total que a los bancos se los asalta en horario comercial. El tipo tiene tiempo. Mirá si vas a ir derechito a afanarte el libro a la librería. Llegás a tu casa, sacás el libro de adentro del sobretodo. ¿Qué hago ahora? Ya sé, voy a asaltar un banco. Ah pero está cerrado. Mirás el libro: está en inglés. Obvio que no hablás inglés porque en este país el que habla inglés no roba, ya todos sabemos, ¿no? Y menos libros. Qué pedazo de infeliz. No, bueno. En fin. Que cuanto más popular se vuelve el libro más caro es en las librerías y más fácil conseguirlo en pdf gratis. Creer o reventar. Para eso pagamos internet, para ahorrar papel. Si prestan atención verán que en la tv hay gente que va y viene con papeles. No entiendo eso. O sea sos presentador del noticiero, tenés el celular para recibir mensajitos de tus alcahuetes en tiempo real, auriculares puestos, una notebook siempre a mano, a los tipos que te dicen lo que tenés que hacer por tus auriculares, a veces teleprompter. Se entiende. Te estamos viendo, Carlos. ¿Me querés decir para qué querés el papel y la birome? Yo digo birome pero ellos usan bolígrafos piripipí de esos de apretar el botoncito: clic-clic y sale la punta, clic-clic y se guarda. Metálicos son más lindos. Qué hacés. ¿Dibujás pijitas con huevitos y gotitas mientras habla el del clima? Después al final de la transmisión el tipo agarra los papeles, los golpea de canto contra la mesa, mete el clic-clic en un bolsillo y se va. Por lo menos haceme un avioncito, Carlos. Serás misterioso, che. Los libros de papel atrasan. La burocracia. A ver. Lo bueno de mi familia es que siempre fuimos lo que podría decirse realistas, ¿prácticos? No encuentro una palabra. Seguro en inglés existe. O en alemán. Casi no usábamos la iglesia. Nunca un psicólogo. En casa no creíamos en dios, en ovnis ni en los ministros de economía. Por poner ejemplos, se entiende. Nadie iba a cazar para comer porque sabíamos que la feria estaba más cerca. Esas cosas simples de la vida, lo concreto digamos. Había libros en casa porque no quedaba otra. Obviamente no existían las computadoras. Yo de chiquito odiaba leer. Lo de la iglesia fue un problema por los viejos. Las tradiciones, vieron. Mis padres se casaron en la iglesia. Cómo no te vas a casar por iglesia decían los abuelos. No se sabían el padrenuestro los hijos de puta, pero la tradición era la tradición. Las dizque buenas costumbres. Nos bautizaron a mí y a tres de mis hermanos, al último no porque ya no estaban los viejos. Creo que dos de mis hermanos hasta tomaron la comunión. Recuerdo sí la de la mayor, salir de la iglesia y decirle a mi madre mamá, ¿falta mucho para que se muera la abuela? En realidad dicen que dije, no es que lo recuerde porque tendría cinco, seis años. Ya hacía cuentas porque todo ese asunto me parecía horrible. Lo de las navidades se hizo problemático para mí con la escuela primaria. En casa había arbolito y regalos pero sin Papá Noel. Un día pregunté en primer grado qué era eso de Papá Noel y se me cagaron de risa. Tuve que contar cómo era en casa. La maestra llamó a mis padres. Su hijo les dice cosas a los compañeritos. Uno lloró. Hablen con él. Hablar conmigo para la maestra debía ser que mis padres me mintieran supongo. Uno nunca sabe. La cuestión es que para una navidad yo había pedido un juego de algo que había visto por ahí. Cosas de niños. Ya en noviembre no veía la hora de que llegara el 24 de diciembre: la parentela, la comida, las lucecitas, los cohetes y con ello mi regalo. Ese regalo. Ya es que en esa época los cohetes eran cohetes de verdad, de esos que hoy no podrías tirar porque harían sonar las alarmas de los autos en toda la manzana. Petardos, metralletas, rompeportones. Siempre había algún tío que los fabricaba en la casa más potentes. Capaz murió de eso el tío Jorge. O fue preso. Ahora están los pelotudos de los perros y los gatos que ña ña ña pobrecitos se asustan. Bichos de mierda. Cuando era chiquito eso no pasaba. ¿Dónde está el perro? ¿El qué? ¡Hablá más fuerte que con los cohetes no te escucho nada! ¡Que dónde está el perro! ¡Qué sé yo, nene! ¿Teníamos perro? ¡Feliz navidad! Bueno. A la hora de los cohetes abríamos los regalos. Yo tuve muchos esa navidad. Me senté en el suelo a abrir los paquetes aunque antes ya por las formas podía intuir cuál sería el juego que había pedido. El regalo. La emoción. La hago corta. El único paquete probable, mi regalo, ese paquete: el que antes de abrir apreté fuerte contra el pecho sentadito en el suelo con las piernas abiertas rodeado de gritos y de risas y de papeles brillantes resultó ser un libro. Un puto libro de mierda. Pásenlo lindo.

Texto agregado el 15-09-2023, y leído por 387 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
30-10-2023 Lo de Papá Noel me recordó una frase de la novela "Poeta chileno" de Alejandro Zambra. Dice algo así como que todos los adultos se ponen de acuerdo para mentirles a los niños. Fuerte. Y buena novela. Sobre el libro, aunque sé que las kindles tienen muchas ventajas prefiero el "de carne y hueso". De hecho leer libros en la micro me ha servido para que los zombis que van pegados a su celular, y sin audífonos, no se sientan a mi lado. Y tan feo no soy, o tal vez sí! kroston
07-10-2023 Está muy bueno y ya estoy haciendo una fogata en el fondo de mi patio, aunque no sé dónde puedo encontraren en pdf las obras completas de Julio Verne. Bah, digamos que tampoco me interesan demasiado... Clorinda
24-09-2023 A mí me encanta cuando escribís siendo políticamente incorrecto. El inicio es perfecto y lo del ciego y el murciélago me mató. Genial. Cavalieri
16-09-2023 es muy bueno, al final de cuentas todos pasamos por algo así, sea libro o ropa. es como cuando pedís postre y te dan fruta. hay que tener más respeto por los niños cafeina
16-09-2023 Te critican pero no les leo. Evidian tu talento yosoyasi
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