No es posible. Es su voz, son sus pisadas. Ayer la enterramos. No podíamos separar a su madre del ataúd, lloraba a raudales.

“Fue estrangulada por un intruso” me habían dicho. Abusaron de ella también.

Tenía 12 años y quería ser maestra. Cada semana venía a la tienda a pedirme fiado, su padre la había abandonado desde antes de nacer y su madre era alcohólica.

--La otra semana ya no voy venir --me había dicho.

--¿Por qué, Malenita? ¿A dónde te vas a ir? –le dije.

--Me voy a morir --dijo ella como si dijera “qué bonito sol”.

--Ven a visitarme” --le dije, riendo. “Si”, respondió.

--Me lo prometes --insistí.

--Claro --dijo ella.

Ahora sube, está aquí, sabe, seguro lo sabía desde antes.

“No puedo dejarte con vida”, le había dicho.

Mi puerta se abre.

--¿Henry?…