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El compadre, tras muchas veces, haberle pedido a su homólogo que cortara las ramas del almendro que tiraban hojas secas para su patio, de cuajo lo derribó. Y Efraín no había llegado del trabajo aún. Tampoco estaba su mujer y los niños temprano se fueron a la escuela. Y él que era un hombre de poco hablar. Pero el conflicto con su compadre no lo creó ninguno de los dos, ya que eran la tercera generación de familias, desde antaño vecinas, más de una oculta y silente competitividad.

Vecinos( Pérez y Páez), que llegaron al pueblo desde el paraje de Azlor en el 1948. Sumándose a un San Francisco en crecimiento, en medio del llano entre un río y los primeros requiebros de la cordillera que distanció del mar a sus habitantes. Y el haber comprado dos solares contiguos, no fue obra de la casualidad. Pero, lo que sí lo fué, es que una de las dos familias, mantuvo siempre su conuco.

Asunto éste, que obligó a los Páez a integrarse al negocio que ya conocían: la compra y venta de cerdos y el manejo de una fonda próximo al mercado. Creando una clientela con gentes ya conocidas. Cosa opuesta a los Pérez, que dándole seguimiento a lo de ser agricultores, pudieron respaldar su descendencia, en lo relativo al estudio. Pero volvamos al árbol de almendros.

Qué quedamos en que aquel viernes, Efraín no había aún llegado a la casa. Pero que lo hizo al despuntar la tarde y que por cosas del destino, lo primero extraño que notó, fue el vacío en el lugar de la vieja mata. Y eso, que la cocina estaba entre el resto del patio y la palizada con los Páez. Y anotemos también, que era un conflicto que venía del pasado; de abuelos a hijos y de hijos a nietos. Y que unos, eran exigentes y contestatarios y los otros calmados, pero explosivos.

Y como las preguntas salieron sobrando, el compadre reaccionó con un violento retorno a la casa, en busca del puñal. Encontrando al volver al patio, que detrás de la cerca, quién derribó el árbol, enseñaba el cabo del suyo junto a su ombligo. Y la primera puñalada entró por entre los helechos que se entretejían en la división del patio. Cuchillo que en su recorrido no alcanzó el cuerpo del vecino. Quién con gran destreza saltó hacia la derecha. Entonces, su compadre soltó un angustioso aullido, que funcionó como justificación para actuar de la forma que, tal vez, jamás quiso: ¡Ayyyy, Dios mío!

A, lo que el otro, activando su flexibilidad innata, produjo un lance frontal con su arma; evitada sólo por la agilidad del contrario. Pero antecediéndose a un nuevo ataque, el del otro lado de la verja, chilló su segundo clamor, aún más hondo y estridente que el anterior: ¡Ayyyy, padre del cielo…Otra vez usted me tiró! Y dando un brinco hacia el frente, soltó un lance que cepilló el cuello del vecino.

Pero antes de caer al suelo, los restantes miembros de las dos familias habían cubierto ambos flancos de la palizada. ¡Cada una sujetando bien a su contendor! Momento cumbre, en que entró por el callejón el padre Domeño, amistoso y gran conciliador del barrio. ¡Qué con pocas sílabas y en un ratito, lo del viejo almendro pasó a ser historia!


Texto agregado el 07-10-2023, y leído por 106 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
10-10-2023 Esas disputas entre vecinos por cosas de poca razón. Abrazo grande. sendero
08-10-2023 Muy entretenido. yosoyasi
07-10-2023 Entretenido y con una narración que te deja llevar hasta un final conciliador. TETE
 
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