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Luz eterna: Homenaje a los fallecidos y amor que perdura más allá de la vida

Jober Rocha

Al finalizar un año más de nuestra existencia, un año de dificultades para muchos de nosotros que hemos perdido a seres queridos, en memoria de quienes se fueron, dedico estas palabras llenas de anhelo y cariño, un sencillo homenaje a los queridos familiares y amigos. que iluminaron nuestras vidas, pero que, lamentablemente, ya no caminan a nuestro lado. Cada uno de ellos dejó una huella imborrable en nuestros corazones, un recuerdo que perdura a través de las historias compartidas, las sonrisas que resuenan en nuestros recuerdos y las lecciones que, aún ausentes, siguen guiando nuestros pasos.
A aquellos que ya no están, pero que nunca serán olvidados, les rendimos homenaje. A los abuelos que nos mecieron con historias y sabias enseñanzas; a los padres que nos guiaron por los caminos de la vida con amor incondicional; a los esposos y esposas que nos dedicaron su cariño, lealtad y cariño a lo largo de sus viajes; a los hermanos que fueron cómplices de risas y lágrimas, y a los amigos que se hicieron hermanos de corazón.
En el tejido de la existencia, fueron personajes esenciales, que enriquecieron nuestras vidas con su afectuosa presencia. Hoy la nostalgia es el puente que conecta el ayer con el presente, pero también es el testimonio de que el amor trasciende las barreras de la temporalidad.
Recordamos con gratitud las pequeñas alegrías compartidas en los almuerzos familiares, en las celebraciones de fechas señaladas y en los momentos cotidianos que, en la sencillez, cobraron significado eterno. Cada uno de estos seres queridos lleva consigo la llama de la vida, que aunque físicamente apagada, sigue brillando en nuestros corazones.
Al honrar estas vidas, también celebramos el legado que dejan. Sus lecciones de resiliencia, amor, compasión y determinación todavía resuenan en nuestras decisiones diarias. Cada uno de estos seres amados contribuyó a la construcción de nuestra identidad y al tejido único de nuestra existencia.
En este momento de reflexión y homenaje, brindamos por las memorias que cultivamos, los momentos que compartimos y el amor que trasciende los límites de la vida y la muerte. Que el recuerdo de cada rostro amado que ha fallecido nos inspire a vivir plenamente, a amar intensamente y a cultivar las relaciones que aún florecen a nuestro alrededor.
Que, en la inmensidad de los tiempos, las historias de estos seres queridos sigan contándose, transmitidas de generación en generación, como una preciosa herencia que ilumina nuestro camino, recordándonos que el verdadero amor nunca se desvanece, sólo se transforma, perpetuándose en el ciclo eterno de la vida.
En nuestros recuerdos encontramos consuelo en las risas compartidas y los cálidos abrazos que, incluso lejos, permanecen vivos en la esencia de quienes fuimos, somos y seremos. Cada lágrima derramada es un tributo al profundo impacto que estas almas han tenido en nuestras vidas, un tributo silencioso al amor que trasciende el tiempo y la distancia.
A veces la ausencia de estos seres queridos se siente con una intensidad abrumadora, pero es importante recordar que la muerte no puede robar los recuerdos preciosos, los momentos mágicos que construimos juntos. Son estos recuerdos los que mantienen encendida la llama, recordándonos que, aunque no están físicamente presentes, su influencia continúa dando forma a la narrativa de nuestras vidas.
En este altar de los recuerdos guardamos no sólo las imágenes estáticas de rostros sonrientes, sino también los matices de sus personalidades, los sabios consejos, los chistes que sólo ellos sabían contar. Cada uno dejó un legado único, un capítulo especial en la gran epopeya de la existencia.
Al enfrentar el anhelo, abrazamos la gratitud por haber compartido una parte de nuestro viaje con estas almas extraordinarias. Sus vidas fueron un regalo, y el anhelo, aunque a veces doloroso, es prueba irrefutable de que esos vínculos nunca fueron frágiles; al contrario, son indestructibles, trascendentales.
Así, avanzamos llevando con nosotros los aprendizajes aprendidos, las historias contadas y los valores transmitidos. A medida que pasa el tiempo, somos los guardianes de los recuerdos, los depositarios de un amor que, incluso ante la muerte, se niega a desvanecerse.
Que la luz de estas estrellas, que ya no brillan en el cielo, siga iluminando nuestros días, guiándonos con la sabiduría acumulada en sus viajes. Que al recordarlos podamos sonreír de gratitud en lugar de llorar de tristeza, porque, en el fondo, sabemos que el verdadero poder del amor reside en la eternidad que otorga a las historias que contamos y vivimos juntos.

Texto agregado el 21-12-2023, y leído por 53 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-12-2023 Amén! MujerDiosa_siempre
 
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