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El Niño de Nursac(1)


Esto es una ficción desdichadamente basada en hechos reales

I

—¡Teo! ¡Enzo! Venid acá. Tenemos que hablar.
 Los dos hermanos están sentados frente al televisor del salón, con una ensaladera llena de patatas fritas delante suyo, mirando alelados un programa de telerrealidad.
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Hemos hecho algo otra vez?
—Nada. Pero os tengo que decir una cosa.
Los dos chicos, Teo, 17 años y Enzo, de nueve, miran a su madre, vestida con minifalda de cuero rojo y jersey mohair blanco, encaramada en tacones de 10 centímetros.
Interroga el mayor:
—¿Adónde vas con esa pinta? ¿De puteo, otra vez?
—¡Calla! ¡Que no te doy permiso! ¡Esta casa es mía! Un poco de respeto, porfa.
—Se acabó, sabes. En cuanto me da contrato indefinido mi patrón, me largo de aquí.
— Me importa un comino. Me habré ido antes que tú. Hoy mismo, figúrate. Me voy a casa de Marta.
—¿Qué? ¿Nos vas a dejar solitos aquí? ¿Para irte a vivir con esa bollera?
—Lo que hago con mi culo no es asunto tuyo. He ido a la compra y hay dos billetes de 20 en la caja de las galletas. No gastarlos en estupideces. Os advierto que no vendré cada dos por tres. Bueno, adiós, ya voy. Tengo cita dentro de media hora para ir a cenar.
—Tú al restaurante con tu novia y nosotros aquí comiendo chips. ¡Joder! mamá, ¡lo pelmaza que eres!
— Ya eres mayor Enzo. Te las puedes arreglar solo, ¿no? De todos modos, !así es y punto final!
Emilia coge la bolsa de viaje del entarimado de la entrada y las llaves del escúter en la consola, el casco y los guantes del suelo.
Abre la puerta, seguida por la mirada de sus dos hijos.
Suenan sus tacones en la escalera del pequeño inmueble.
Ellos oyen rechinar la grava del camino y luego algunos minutos más tarde, un petardeo ahogado.
Ya están solos del todo.
Se dirige Enzo hacia la ventana y mira alejarse el escúter azul en dirección al supermercado.
—¡Por fin! dice Teo con ademán obsceno del brazo.
— ¡Qué gilipollas eres! dice su hermano. ¿Cómo vamos a comer ahora?

II

Yo, soy Enzo. Tengo diez años, casi once. Bastante alto para mi edad, ha dicho la enfermera del colegio. Cara redonda y pelo rubio (antes lo tenía corto, pero ahora es bastante largo porque no he ido al peluquero desde hace año y medio, creo. De espaldas casi me parezco a una chica).
Aquí se vive tranquilo. Las dos ventanas de nuestro salón dan sobre el cementerio, que se alarga al borde de la vía de ferrocarril, pero hay árboles, no se oyen demasiado los trenes.
Antes yo cursaba primaria en Alfred de Vigny. Andando, a cinco minutos de casa. Me podía levantar media hora antes de las clases que empezaban a las nueve. ¡Era genial! Este año, estoy en 1° de bachillerato y tengo que tomar el autobús detrás de casa hasta San Miguel y luego andar cinco minutos. Y el horario no es el mismo todos los días. Me sale más complicado. A veces me pierdo la hora. Dos veces ya desde lo que va de año tuve que escribir una disculpa. La firma de mi madre es retesencilla, no es un problema y me he entrenado para imitar su letra.
A mi padre, no le conocí. Mi hermano no tiene el mismo y poco tiempo lo ha conocido. Y mamá se fue de casa hace varios meses ya. Tras perder el trabajo en el supermercado. Teo, mi hermano vivía aquí conmigo al principio, pero desde su mayoría de edad, le dieron un cuarto en un hogar para jóvenes trabajadores, más cercano de su curro de calderero, y se fue. Tengo el piso para mí solo. Al principio, estaba molesto contra mi madre y mi hermano. Ahora, me importa un bledo. Ya estoy acostumbrado, pero sigue chungo.
No vive lejos mi madre, a 5 kiometros de aquí, pero nunca sé cuando va a aparecer para hacerme la compra o darme pasta para ello. Me conviene economizar las provisiones. Varias veces me tuve que ir a dormir con la barriga vacía por haber terminado la misma mañana el último paquete de galletas.
Ella no hizo reenviar su correo y las facturas quedan en el buzón hasta que venga : el agua, la luz, el gas etc. Por eso, a veces se producen cortes. Excepto en invierno. Parece que no hay derecho. Pero el pasado invierno, un día ni electricidad ni calefacción. La nevera no era problema por estar vacía. Pero te congelabas el culo. 10°C en el termómetro. Tuve que dormir bajo tres edredones apilados, el mío, el de mi hermano y el de mi madre. ¡Menos mal que no se fueron con ellos! Aprender las lecciones bajo el edredón no es problema, pero para los ejercicios, resulta penoso. Tampoco había agua caliente. O sea que el aseo era rápido. Para hacerme el champú y lavarme las nalgas, calenté agua en el hervidar. Gas, siempre había.
Al final, me acordé de lo que había pasado un día de tormenta. Se fundieron los fusibles. Y yo había visto a mi madre volver a poner la luz. Hice lo mismo. Nada. Entonces, desconecté todos los aparatos. Y los volví a conectar uno tras otro. Así fue como encontré el que jodía. Mi lámpara de noche cuyos hilos se tocaban. Tomé la del cuarto de mi hermano y asunto arreglado.
Desde abril de este año, no hay más cortes, todo funciona, no sé por qué. Aparte de los radiadores. Mala pata. Pero uno se acostumbra y por lo demás no ha hecho mucho frío.
Me alimento principalmente con galletas, zumo de naranja y latas de conserva. Por la mañana, me tomo un zumo y como dos galletas Príncipe de Lu. Las prefiero. Galletas de chocolate BN también. Y galletas Petit Écolier. A mediodía, almuerzo en el restaurante escolar. No sé por qué, en la escuela, me daban de comer gratis con dos o tres más y este año en el colegio, es igual. Y ceno ante la tele, vaciando mi lata de raviolis con tomate, de cassoulet, salchichas o asalado con lentejas, judías blancas o alubias rojas y... vuelta al principio.
Año y medio llevando esa vida.

III

A los vecinos les ha costado mucho tiempo para enterarse de que yo vivia solito. De vez en cuando veían el escúter azul, por eso tal vez pensaron que mi madre seguía viviendo aquí. Salvo que mi madre cada vez con menor frecuencia ha venido. Tuve que hacer reservas de comida. Una vez, tardó dos meses en venir. Por suerte era verano y una vecina del piso bajo había instalado un metro cuadrado de huerto delante de casa, con tomates y calabacines. Entonces, yo cuando bajaba y ella no estaba en la ventana, birlaba uno que otro, de los menos gordos para que no se notara tanto.
Así fue como pude sobrevivir. Y también gracias a mi reserva de galletas.
En el colegio, todo bien. Para ahorrarme preguntas, daba lo mejor y por lo general tenía buenas notas. Cuando la reunión padres-profes de este año, fui yo solo y dije que mi madre con su trabajo no podía venir aquella noche. Me felicitaron por el mío y me dejaron tranquilo.
En el patio de recreo con los demás es donde se pone más peliagudo. No he hecho demasiados amigos desde mi entrada en el colegio, porque sería difícil invitarlos en casa. Uno o dos me han invitado a jugar a la consola en su casa. Dije que mi madre no quería. No me han preguntado más veces. Sólo para jugar fútbol en el solar de al lado, dije. Los amigos que yo tenía en primaria, se han ido al otro colegio del pueblo o se han mudado. No estoy matriculado en ningún club: ni fútbol, ni baloncesto, ni piscina, nada. A la larga, a la gente le salió raro. Este año, en el colegio tuve que decir que era un castigo por gilipolleces que yo había hecho. Los demás han dicho: ¡da asco! ¡No te puede privar de todo, tu madre!
Pues, sí, ¡hasta me puede privar de madre, mi madre!
Cada día me pregunto cómo es posible que nadie haya visto nada. En realidad, con el tiempo pasado, pienso que los vecinos saben pero no dicen nada para no tener líos. Porque, a pesar de todo, ¡ no es normal lo que me ocurre! También hay que decir que la colonia nuestra no es del todo como las demás: no hay grandes bloques de muchos pisos. Sólo uno de cuatro niveles, casas adosadas y cinco bloques raros hechos con cuatro hexágonos juntos, de dos niveles cada uno. Yo vivo en el segundo piso del boque número 1, pero no hay ningún chico de mi edad entre los doce apartamentos. Sólo una pareja con gemelas en sillita de paseo en el piso bajo y otros dos con críos de la edad de mi hermano, más o menos. Los demás, son viejos de al menos cincuenta. Es que la colonia esta ya es antigua, de los años ochenta, creo.
Lo más difícil es tener la ropa limpia. No hay lavadora en el piso. Mi madre iba a la lavandería del centro comercial. Y por suerte he ido con ella varias veces antes. Sé cómo hacer. Me gusta ir allí. Aprendo las lecciones. Hace calor. Pero hay que tener monedas y no siempre las tengo. A veces, me habla la gente. Digo que ayudo a mi madre. Me felicitan. Pero, una vez notó una gachí que sólo había prendas de chico entre mi ropa. Me preguntó :
—¿Eres tú quien debes lavar tu ropa en casa?
Me salvé con un embuste:
—No lo di para lavar en tiempo, entonces dijo mi madre, ¡apáñatelas, majo!
—¡Vaya, chico! ¡No es persona fácil, tu madre!
—¡Ni cabe decirlo!

IV

Este año, en mayo, cuatro veces ha venido mi madre con compras. Nunca había pasado antes. Le pregunté:
—¿Te ha tocado la lotería instantánea cuando compraste el tabaco o qué?
—He ido a ver a la alcadesa, nada más. ¡Ya ves que cuido de ti!
Sí, pero la alcadesa fue con sus preguntas al supermercado y cuando supo lo que compraba mi madre con los cupones del Ayuntamiento, pizzas, congelados, latas de conserva y galletas, ni fruta ni verduras, no le gustó.
Vino el policía municipal a interrogar a los vecinos que dijeron lo que era verdad, a saber que mi madre venía a verme con irregularidad desde hacía un buen trecho de tiempo y que mi hermano mayor ya no vivía aquí.
Durante el verano, una de esas vecinas - la de los tomates, creo - fue a la comisaría para denunciar el hecho de que yo estuviera abandonado (en el centro donde estoy, he aprendido de qué consta).
Y a finales del veraneo, llegaron los gendarmes.
No estaba cuando vinieron. Había ido a jugar fútbol con otros en el gran solar que está cerca de casa. Pero noté el coche azul aparcado delante. Pues, pasé por detrás. Vía libre. Entré en casa y cerré con llave. Incluso puse una silla debajo de la manilla de la puerta de entrada, como en las pelis.
Media hora más tarde, llamaron. Una, dos y tres veces. No me moví. Luego, oí una voz de mujer:
—¿Enzo? Sabemos que estás en casa. Te ha oído entrar una vecina. Ábreme. Tenemos que hablar. Es importante. Venimos a ayudarte. No puedes quedar así.
Yo estaba de acuerdo. Entonces, fui a abrir. Dos gendarmes, un tío con quepis y una chica con gorra americana. Me quedé plantado ante ella sin saber qué hacer. Ella me tomó en los brazos. Tengo un hijo de tu edad, me dijo. Entonces se abrieron las compuertas. He llorado. Fuimos a sentarnos en el sofá, mientras el otro gendarme examinaba el piso.
Luego se aceleró todo. Una asistenta social de la ASI ha llegado (eso también en el centro aprendí lo que es). Me ayudó para hacer la bolsa y nos fuimos en su coche hasta el hogar para niños donde vivo ahora.
A la vez estoy liberado porque no podía durar así eternamente, pero no es fácil acostumbrame a la vida colectiva tras dos años jugando los Robinsones de apartemento.
Parece que mi madre podría ir a la cárcel. Pronto va a ser el juicio en Angoulême. No creo que vaya a verla.
Finalmente, me ha sentado bien contarle todo eso.
Está repicando la campana, va a ser la hora de la cena y esta semana debo ayudar a poner la mesa.
Tengo que dejarle.

1 Pueblo ficticio francès, cerca de la ciudad de Angoulême, departamento de Charente.
2 ASE : Ayuda Social a la Infancia. Remplazó a la Asistencia Pública en 1956. El servicio incumbe a los departamentos desde 1983.

©Pierre-Alain GASSE, enero de 2024. Derechos reservados.

Texto agregado el 25-02-2024, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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