En la ciudad de la humedad y la arena, 
donde los transeúntes apresuran sus pasos, 
los autos, como rayos, fulminan y golpean, 
y los niños, con sus gritos, ensordecen los ocasos. 
 
Los pájaros, mudos, no entonan su canto, 
mientras las cucarachas trepan sin cesar, 
el aire, denso, asfixia, y la tristeza, cual manto, 
se posa sobre los corazones, para helar. 
 
El amor, en su rincón, te mira con desdén, 
la caridad, indiferente, pasa de largo, 
y la vida, implacable, te arrebata sin compasión. 
 
Pero en la ciudad de la niebla, un destello, 
una niña corre sola por la vereda, 
sin gritos, sin miedos, sonríe tierna, 
y al tocar suave la piel, te alienta quedo, 
quedito, como un susurro de esperanza.  |