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Problemas, lo que se dice, problemas, nunca he tenido. No se me ha muerto nadie, no he pasado hambre, no he tenido enfermedades graves. He hecho siempre lo que me ha dado la gana. Sólo lo pasé mal una vez y todo por culpa de una mujer que me la jugó.

Desde los dieciocho he trabajado en esto de la peluquería y lo poco que gano lo quemo rápido. No tengo ahorros. Y en verdad ¿Para qué? El cementerio no distingue ricos de pobres. En los restaurantes no miro la cuenta. En los supermercados pillo lo que me entra por los ojos sin mirar precios ¿Van a cambiar las cosas por mirarlos? Ahí seguirán. Si los precios suben, suben y si bajan, bajan. Es lo que hay. Yo procuro ir a lo mío. Es mi filosofía.

La época en que todo pasó yo andaba mal con mi novia. Tú sabes como soy: un golfo, el peor golfo que te puedes echar a la cara. No lo puedo evitar. Y la piba me quería. Vaya si me quería. Pero al segundo año, de los ocho que estuvimos juntos, yo ya me follaba a toda la que cogía por delante. Ella no sospechó nunca nada en lo que duró la cosa, excepto en el tiempo en que salíamos con su mejor amiga y el novio de ésta. Ibamos a la playa, al cine, a los restaurantes, los cuatro, y la verdad que todo normal, hasta el día en que su amiga va y me confiesa que yo le molaba. Yo no tuve problema con eso: ella me ponía también. Así que nos empezamos a enrollar follando a destajo, en descampados, en su casa, en la mía —bueno, en la de mis viejos—-, como si se nos fuera la vida. Luego cuando salíamos los cuatro el morbo nos comía. Esto se convirtió en un bucle. Un jodido bucle. Un día, casi él nos pilla: Visitaban juntos por primera vez mi casa. No estaban los viejos. Yo había habilitado un cuarto donde hacía mis pinitos de peluquero y quería mostrarlo. En verdad lo hacía para calentarnos, para preparar el asalto que luego viniera. Entonces ella pidió ir al baño. Al día siguiente me contó que el novio no entendía la familiaridad con que se había dirigido allí. «Al pasar por delante del pasillo vi el baño de refilón» le explicó. Él se lo creyó y zanjó el tema, pero por hache o por be la llamada de atención nos metió miedo. Fuimos entonces espaciando las salida a cuatro, más por mi novia, que se olía algo, que por su novio y esta falta de encuentros atrajo los sentimientos entre los dos, sobre todo en ella, tal vez porque preveía que la cosa no podía seguir. Así que tuvimos que dejarlo al final. Años después, me dijo que cuando le contó todo a él, éste le soltó que por haber sido conmigo la perdonaba. De locos. Ése no era un hombre ni nada. No tenía huevos ni dignidad. Cualquiera hubiera venido a romperme la cara.

Pero a lo que iba: andaba mal con mi novia cuando empecé a tirarme a una compañera cubana, una esteticista recién contratada en la peluquería. La tía estaba buenísima, pero no valía un duro. Era una loca con la que no llegabas a una conversación con tino de aquí a la esquina. Eso sí, follaba de escándalo. Los mejores polvos de mi vida. Te lo juró. Yo estaba enganchadísimo.

Entonces un día me llama, me da bola y al rato me pregunta si yo seguiría con ella con un chiquillo de por medio. La pregunta me los puso de corbata: «¿Y eso a qué viene ahora?» «Me he hecho tres pruebas y las tres dan positivas» me suelta. Me agarré para no irme al suelo Tres pruebas positivas eran premio seguro y el cuadro era éste: Yo vivía con mis padres aún. Mi hermano Alberto, cinco años mayor que yo, se había independizado y estaba con su novia bien colocado de funcionario de carrera. Mi madre ya jubilada había sido toda su vida profesora y mi padre, ingeniero. Lo de ellos era vocación, lo mío, por hacer algo. Yo era un consentido, un bala perdida, un calamidad. Si por lo menos lo que iba a venir, fuera con mi novia….Pero ¿qué iba a hacer yo con un hijo de aquella guarra? A mis padres les daba algo. Tenían cierta reputación, me entiendes. Era un marrón para toda la familia.

No podía dormir ni comer; solo cagar: una cosa dura metida bajo el pecho me aflojaba las tripas y me mandaba al retrete a cada dos por tres. Alguien me aconsejó entonces una pastilla para conciliar el sueño. Me tomé tres esa noche y ni con esas. A la semana la piba me dejó tras ocho años. «Por lo menos me ahorro explicaciones con ella» y por ahí me quité un peso de encima. Pero la cubana no podía joderme la vida. Tenía que pensar en algo. Cuando le conté la situación a un colega, éste me dijo: «Manu, a lo mejor el chiquillo no es tuyo. Tienes que comprobarlo. Por lo visto, esa perra se ha tirado a medio personal en la peluquería. No seas primo, bro, a ver si te vas a buscar la ruina por un chiquillo que no es tuyo». Tenía razón. La llamé y de nuevo me preguntó si la querría con chiquillo por medio. Improvisé poniéndome meloso: «Claro, amor, por algo he dejado a Marta, nosotros adelante —se lo estaba tragando—. Pero vamos a asegurarnos bien del resultado de las pruebas. Es mejor ir a un hospital. Yo me quedaría más tranquilo, mi amor» Y me ofrecí a acompañarla: tenía que ver unos resultados definitivos. «No. Es mejor que me acompañe mi madre» dijo. Insistí. Se negó. Insistí. Se negó de nuevo. Aquella resistencia me desconcertó y levantó en mí cierta sospecha. Al final casi suplicando le dije: «Infórmame en cuanto sepas y tráeme los documentos del resultado, mi amor»

Lo que vino después fue una semana de dura espera en la que la hojilla y la tijera me temblaban en las manos para dolor de alguno. En una de las noches, hice el gesto de ponerme a rezar al pie de la cama. De niño mi madre nos llevaba a Alberto y a mí a misa. Era costumbre aún en el pueblo. Yo hice la comunión a la vez que mi hermano se confirmaba. Sobre los once ya no quería saber nada de misas ni de curas —mi madre respetó la decisión— y desde entonces no tuve cuentas con Dios. Nunca, hasta aquella noche de mierda en que fui a postrarme para al momento decirme: «¿Qué coño hago? Ni que tratara con un colega de juergas al que se la suda todo» Luego pensé en Alberto: Dios le andaría premiando su lealtad. Conmigo no iba a ser tan generoso.

En el día convenido, la cubana me vino a coger la llamada por la noche, en mi enésimo intento:

—Cariño ¿No habíamos quedado en que me contactarías en cuánto salieras? —le pregunté simulando cordialidad.

—Sí, pero no pude.

—¿Y?

—Nada. Las dos pruebas que me hice por mi cuenta no daban los resultados correctos.

«¿Las dos pruebas?» pensé ya con mala idea.

—¡Genial, pues vamos a celebrarlo, cariño! Todo ha sido un susto. Paso a buscarte —y colgué.

En su casa yo tenía algunas pertenencias.

—¿Aún no estas preparada? —fingí de buen rollo en la puerta de entrada— Voy cogiendo unas cosas que tengo en tu cuarto —y me adelanté sin permiso.

Como imaginé, su madre, que trajinaba en la cocina, me saludó afectuosa sin mencionarme el tema. Hice el paripé. Entré en su cuarto, cogí lo que era mío y cuando me crucé con ella de vuelta en el salón supo de inmediato por mi expresión todo. En un susurro contenido le dije:

—Hija de puta ¿Y esta era tu manera de averiguar si yo iba en serio? No te escacho la cabeza porque en este país me mandan a prisión.

Se quedó temblando, clavada allí. Yo estaba ciego: era lo más horrible que le había dicho en vida a una mujer y al mundo entero. Me vi como un monstruo peligroso. Al fin y al cabo ¿qué había hecho ella que no fuera también barrer para casa? Cuando salí, tomé el móvil, le mandé un breve mensaje de disculpa y la bloqueé para siempre. No quería tener el más mínimo roce. Hacía una semana que la habían trasladado a otro establecimiento y eso ayudaría.

Estuve un año sin interés por las mujeres y rallado con la idea de que no era fértil: siempre lo hice a pelo con todas y a ninguna le hice un hijo.

Creo que esa será la única alegría que les daré a los viejos.

Texto agregado el 14-05-2024, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
15-05-2024 Me gusta que el personaje se reconozca un monstruo, sale del lugar común: es más fácil escribir sobre buenos y lindos. También me gustó que usaras expresiones locales. Cavalieri
15-05-2024 Se me hizo muy entretenida la historia de este personaje y sus conflictos amorosos. Y sí es verdad: la paternidad a destiempo parece una losa. Gatocteles
 
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