Cuando sonreía cantaba la luna
que iluminaba su semblante de sutil emperatriz,
y acompañaba el gorjeo dulce de su voz.

En tus ojos se enciende la reverberación nocturna
de la marea de sangre que estremece mis entrañas,
cuando tu ausencia incinera mi cordura,
cuando el recuerdo de tu beso pone de cabeza el tiempo.

La arena cae sobre mi rostro
Y dibuja con angustia la serenidad de tu latido
cuando nuestras manos se entrelazan
como ramas obstinadas en hallarse
entre la oscuridad del eterno bosque.

Solo el mar sabe cuánto te extraño,
Solo el fuego sabe cuánto te pienso
mientras el viento sobre mi vientre delata
la falta de tus brazos aferrados a mi lamento,
a mi esperanza y mi contento.

En ti descansan las aves nocturnas,
en mí emprenden el vuelo,
para hallar entre las nubes las dos almas acostadas,
cuyos ojos guardan el efímero y divino olvido
al que sucumbimos entre la niebla,
la risa y las miradas,
que poco a poco nos estrellan
en la incertidumbre del firmamento.