Miguel pensó que las cosas nunca cambian, que lo único que cambia somos nosotros, con excepción de él: sigue siendo el mismo idiota que fue desde su más tierna infancia. La culpa de su idiotez, pensaba, habrían sido quizás las dos mujeres que lo acompañaron en su vida: su madre y su esposa. Las dos se encargaron de quitarle las molestias banales del diario vivir y de hacerlo feliz. Su madre, por ejemplo, tan obsesionada como estaba con hacerlo feliz no se asustó el día cuando ella entró al cuarto de su amado hijo y lo sorprendió viendo una porno en medio de una sesión masturbativa. Tranquilo, le dijo, quédate como estás. Ella se acercó y cogiéndole el miembro lo maniobró de manera ágil hasta que lo hizo terminar con una explosión nunca antes sentida. Se hizo costumbre que él se pusiera a ver una porno y que ella entrara a masturbarlo. Cuando Miguel le pidió terminar en su boca ella le dijo que no, que eso no era posible, que ella era su madre y que había límites que se tenían que respetar...(continuará).