| Daba los toques finales a una cena que en mi patria habría sido la comida. Y mis tres hijas ocupaban en su espera, una mesita circular qué solo Dios sabe como sé ajustaba al lugar. Qué era el encuentro de dos paredes perpendiculares.  Dónde, aparte de la mesa, estaba la nevera y un gabinete.  Y, de repente, timbraron la puerta de acceso al edificio.
 Entonces, esperando por quién subía, me distraje con los pasos que cambiaban de volumen a cada segundo, debido a la creciente cercanía. Pero al abrir la puerta  fui sorprendido por   Josianto; respirando profundo por su escalada  hasta el último nivel. Luego ambos, yo al frente, desfilamos por un estrecho pasillo hasta llegar al cambio de dirección, que desembocaba  en la cocina.
 
 Pero al llegar y por timidez, encontré que las niñas sé habían movido a su  cuarto. Y mientras era seguido por el recién llegado, me invadía un normal regocijo. Ya que  Josianto fue uno de mis primeros amigos de la esquina  Bonó con Papi de mi barrio. Y, francamente, desconocía qué viviera en Nueva York. Más, antes que a él, le serví a mis hijas su porción de los alimentos preparados.
 
 Y un rato después  iniciamos una conversación al  ritmo de sus halagos por lo típico de la cena servida. Y entre masticar, tragar y el rebozo de placer por verle, él me contó su corta historia en  la inmensa ciudad. Pero me deslumbró el que me revelara que en unos días regresaría a nuestro pueblo. Y le inquirí respecto de su apresuramiento por volver tan pronto.
 
 Y lo que me sorprendió fue el motivo que usó para justificarlo: ‘es que yo, Pedrito, tengo ropas y zapatos qué aquí no tengo a quién lucírselos’. É iba a interrumpirlo, cuando  añadió a su razonamiento, el hecho de que también tenía unos dólares qué no sé querían para nada. ¡Pero!---quise volver a intentarlo---¡No, Pedro, es qué tengo qué gastarlos allá! Por lo que mi cerebro me ordenó el silencio.
 
 Decisión qué violé para desearle  buen viaje. Y estábamos(esta vez él al frente) a  cinco pasos de la salida de mi apartamento, cuando de golpe frenó para decir qué había olvidado a lo que vino: ¿Y qué es, amigo? ¡Pedro, lo que quiero es que tú me prestes una maleta!
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