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LAS MANOS

Era cierto el dato que me dieron, porque después de cavar como un metro de profundidad, lo primero que reconocí fue la camiseta negra de su partido político, que cubría el esqueleto de su tórax, para luego espantarme más, al darme cuenta que desaparecieron su cabeza, sus piernas, su pelvis y sus brazos… ¡Malditos! ¡Qué sangre de mierda se puede tener para descuartizar a alguien! Estuve a punto de renunciar a seguir escarbando con mi mano, cuando entonces, sentí agarrar un hueso enterrado y cuando lo alcé, vi que era su esquelética mano izquierda colgando de mi mano derecha y eso era todo. No había más restos de mi pobre hijo: su tórax y su mano izquierda…No pude evitar se me soltaran las lágrimas… Por respeto a su memoria, no fustigué su militancia política que lo llevó a la muerte, aunque debo reconocer que tenía un corazón de oro: su loable preocupación por los desposeídos. No pude convencerlo que sus sueños de una patria sin pobres era una hermosa quimera, pero quimera al fin, una ilusión que nunca se concretará.

Presuroso, eché a un saco los huesos del tórax y de la mano. Había que darse prisa o algún soplón podría avisar que descubrí la fosa. Luego fui a comprar un ataúd de niño (no era necesario de adulto) metí los restos, lo cargué sobre mis hombros y me embarqué al cementerio clandestino donde su partido da sepultura a sus héroes. Antes de cerrar la caja, besé los huesos de su mano con mi profundo amor de padre y le estreché mi mano para despedirme de él. Por coincidencia, a esa misma mano la cogí para enseñarle a dar sus primeros pasos en la vida, llevarlo al colegio por primera vez, guiarlo a escribir sus primeras palabras porque era zurdo, ir a comprar sus juguetes, llevarlo al parque y se columpiara feliz hasta el atardecer.

Quise desprenderme de su mano para ya cerrar el ataúd, pero de repente, ella me tomó firme. Pensé que yo alucinaba por el gran dolor que atravesaba e intenté zafarme de ella nuevamente, pero la mano no quería soltar la mía, la apretó con más fuerza. Se aferró tanto, que comprendí que ya nunca me iba a soltar.

Por suerte, tenía un pañuelo con el que cubrí los huesos de la mano y ayudado del anochecer, regresé a casa sin que por el camino nadie se diera cuenta de este detalle.

Desde entonces, impedido yo salir a comprar los víveres por las razones evidentes, mi solícita hija es la que se encarga de hacerlo.
Ha pasado medio siglo doloroso y ya cumplí 89 años. Y mi querido hijo y yo, aún con nuestras manos entrelazadas.

Y así estaremos hasta el fin. No me soltaré de sus cinco tiernos huesos, porque si lo hago, sé que él otra vez se moriría.







Fresh Direct, Shuttle, 29 de Marzo, 2025

Texto agregado el 14-04-2025, y leído por 124 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-05-2025 * nelsonmore
16-04-2025 Ese entrelace de manos será eterno. Da pena imaginar el dolor de este padre y su hijo. Miriades
15-04-2025 Que triste cuento y que bien expresas tu cariño de padre. Así sea solo una historia y no una reálidad es conmovedora ***** Un abrazo Victoria 6236013
 
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