COFRE DE RECUERDOS
“No hay que tener miedo a los recuerdos. Vivimos de ellos,
nos definen y nos hacen ser quienes somos”.
—Julio Cortázar
“Nada nos pertenece, excepto los recuerdos”,
—Anónimo
Casi todos y todas (como se dice ahora en el lenguaje torpe e inclusivo de los que defienden la identidad de género) acudimos a cajitas para atesorar y guardar recuerdos. Allí solemos depositar tonterías que a nadie más que a nosotros importan y poseen sentido, y por eso suelen ser cofres cerrados con llave para que nadie husmee en ellas y eche a perder las fragancias y la esencia propia que preservan tales importantes e íntimos recuerdos.
Esquelas de colores, una flor (ya reseca por el tiempo), un botón, una hoja amarillenta, un collar, un rizo de cabello, una envoltura de un dulce o de un chocolate, una fracción de lotería con unos números especiales que señalan una fecha o una hora particular, una boleta de un concierto, un frasquito de perfume, una postal de Francia, una medallita de la virgen, una piedra de jade, un juego de llaves de una enigmática puerta ya sin cerradura, una ficha de dominó con la pieza par del dos, un carta de la baraja, un espejo pequeño, un mondadientes, una foto con corazoncitos, múltiples tarjetas de cumpleaños, una diadema, poemas escritos en servilletas, un anillo, un arete cojo, unas monedas, pétalos sueltos para aromatizar el cofre, tréboles de la buena suerte, una servilleta con besos aún frescos y muchas y muchas otras cosas (para algunos, inútiles) que representan momentos especiales que no queremos olvidar.
Abrir esa cajita es abrirle espacio a la evocación y a las vivencias que cada una de estas simples cosas representan para nosotros; pero triste, muy triste debe ser el día, en el que después de mucho tiempo y de nuevas experiencias la cajita y sus cosas que hacen parte del pasado, se deba quizás dejar y, en muchos casos, hasta botar o sepultar.
A ninguna persona en general le gustaría que su pareja tuviera un cofre personal con viejos y especiales recuerdos que no puede o quiere compartir, pero que se niega a deshacerse de ellos. Ese apego causa celos y disgusto. Habría que tener una mente muy abierta y gran seguridad para que ese cofre haga parte también de su vida, así no se conozca lo qué hay en él ni qué cosas aún representan algo para la otra persona. ¿Será por vanidad, por orgullo o por temor que no lo soportamos? La cajita podría bien —por insistencia o presión— finalmente un día vaciarse o quemarse y desaparecer de los ojos y dejar de ocupar un espacio secreto en la vida de nuestro compañero; sin embargo, nunca sabremos si lo que estaba en el cofre continúa más vivo todavía en el corazón y en la mente de nuestro amado o amada.
Yo, ahora que lo pienso bien, le pediría a ella que nunca bote ni queme ese ni ninguno de sus recuerdos. Al fin y al cabo, no somos los dueños de nadie y cada uno debe ser autónomo en decidir qué quiere, puede o desea compartir. La vida secreta e íntima de una persona es algo vedado para cualquiera. Es sagrada. No tenemos que desnudarnos del todo para hacernos transparentes ante el otro que nos escudriña sin descanso buscando rincones ocultos u oscuros donde se atesoran memorias que no compartimos con nadie.
La sana convivencia en pareja debe partir de la confianza y de la entereza de respetar la vida pasada del otro, sea esta la que haya sido y como haya sido. No somos jueces ni verdugos. Aceptamos al otro tal y como era, como es y como será. Si alteramos algo de su pasado, esculcando e indagando groseramente con desconfianza en él, crearemos brechas que romperán la lealtad y el compañerismo que el verdadero amor debe brindar.
Las cajitas y cofres de recuerdos son un símbolo de lo valiosas que son las pequeñas cosas que la vida nos va regalando a través de las personas que queremos, hemos querido y llegaremos a querer. En últimas, si te piden que botes tu valioso cofre, considera mejor salir de tu pareja que no confía ni cree en ti y que se siente vulnerada y atacada por tu pequeño cofre.
Yo propongo, mejor, para no entrar en disputas tontas y sin sentido, que le regalemos a nuestra pareja un nuevo cofre con algo especial en él para que empiece a coleccionar nuevos detalles, una nueva convivencia y una renovada relación que enriquezca al otro, más que a nosotros mismos.
Para empezar, yo quiero hoy regalarte la llave del único cofre que tengo y donde guardo todo el amor que por ti siento cada día. No la pierdas, es la llave de mi corazón…
Cajicá, febrero 4 de 2025
Gerardo Cardona Velasco. Colombia
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