Había una vez un grupo de cinco amigos. Bien podrían haber sido tres o siete, pero eran cinco y uno de ellos iba a ser el primero en casarse. Casarse en ciertas particulares condiciones.
Estaban los cinco amigos en la puerta de la iglesia, ellos se habían distanciado a un costado a conversar y sus novias estaban más allá, algunas se conocían más, otras menos, trataban de conversar también. La iglesia estaba en las calles Santiago y Mendoza. Era suntuosa, se alzaba imperante entre las casas de alrededor y tenía cierto aire siniestro como tienen casi todas las iglesias católicas.
¿Está decidido?, dijo uno.
Sí, ya está, boludo, ya está decidido.
La puta madre, qué situación chota.
Él está destruido pero no quiere destruirla a ella. Menos en este momento.
¿Quién se lo hubiera esperado?
A veces la vida parece una joda de mal gusto.
El amor duele.
Y bueno, boludo, vamos, vamos que ahí salió el cura a decir que entremos.
Cada uno volvió con las novias y entraron fingiendo felicidad.
¿Te pasa algo a vos?, le dijo una novia a uno.
No, nada, nada ¿Qué me va a pasar?
Había muchas velas en la iglesia, y ramos de flores blancas, y los amigos pensaron que más que una boda aquello iba a ser un velorio. Nadie iba a morir, por cierto. Pero el ánimo entre los amigos era ese. Se ubicaron en los largos bancos y se sentaron. Cuchichearon. Alguna novia arregló el nudo de la corbata a alguno, otra le sacudió una pelusita de traje a otro. Hasta que se escuchó un órgano y un violín. Entonaban “Vivo por ella”. Apareció Rodrigo con su madre caminando por la alfombra roja y juro que uno de ellos sintió ganas de llorar. Pero más ganas de llorar sintió cuando la vio a Vanesa entrar de la mano de su padre bajo una melodía dulce y melancólica que sonaba de fondo. Vanesa que ni siquiera sospechaba algo.
Los novios se reunieron junto al altar y los padrinos hacia un lado. El cura habló del amor, de Cristo, del amor puro de Cristo y del espíritu santo cayendo sobre todos ellos en ese momento, en ese lugar, en el casamiento de Rodrigo y Vanesa. Habló de la eternidad, de la misericordia, de la expiación, del arrepentimiento, de la vida eterna. Del perdón de los pecados. Tal vez eso salvaría a Rodrigo, y tal vez también a Vanesa, el perdón de los pecados. El arrepentimiento, porque a pesar de que todo lo que iba a pasar todavía no había pasado, Rodrigo ya estaba arrepentido, o mejor dicho no arrepentido, pero sí lleno de dolor, dolor por Vanesa, la chica con quién había salido desde los 14 años, hacía casi doce años ya. Ahora la veía como a una hermana y había descubierto que en la cama se podían hacer muchas cosas más de lo que hubiera creído posible hasta hace unos meses atrás.
Los novios, el cura, los novios jurándose amor eterno, algo retorciéndose en las tripas de los amigos, las novias emocionadas, deseando estar en ese lugar, o no, Dios sabía que no desearían estar en ese lugar. Los novios se colocan los anillos, que el hombre no separe lo que Dios ha unido, hay un beso, aplausos, los novios se abrazan, uno de los amigos siente náuseas, otro una especie de mareo, los otros están secos, secos como ramas en un desierto, en un verano implacable, secos como muertos. Los novios salen caminando por la alfombra roja, algunos arrojan pétalos de rosas. Todo es maravilloso.

La fiesta está en su plenitud y los amigos están sentados a una mesa y hablan, hablan con las novias, hablan entre ellos, y todo parece un momento más, aunque ellos que quieren a Rodrigo como a un hermano, no pueden olvidarse, aunque a veces pareciera por el modo en que transcurre la fiesta, ya han bailado, han comido las entradas, las tostaditas con jamón crudo y albahaca, el humus con los grisines, los bocaditos de salmón y arroz envueltos en algas secas, el cerdo con hongos en salsa, tanto comieron, tanto parecieron divertirse que nadie sospechó que dentro de ellos un oscuro sentimiento los enfocaba a cada paso como un reflector sobre un escenario no dejándolos libres de remordimientos en ningún momento; porque también la quieren a Vanesa, han compartido muchas noches con ella, en cenas de parejas, en cumpleaños, en fines de años, hasta graduaciones; duele por ella, por supuesto, también, no se debería decir también, duele por él y duele por ella, porque él no lo planeó como se planea un casamiento, uno se enamora, se enamora y la vida cambia y uno de repente se encuentra pensando todo el tiempo en una mujer, y fue eso lo que le pasó a Rodrigo, todo el tiempo piensa en esa otra mujer que apareció como un actor que invade una escena en donde no está planeado, no se espera que ese actor aparezca en esa escena, no se espera que irrumpa, y la escena cambie y encima cambie tan bien que uno de los otros actores le dé lugar y construya una nueva obra, una nueva obra que tendrá otro título, y que se separará del elenco y que llevará su propio destino a cuestas aunque duela. Rodrigo parece haber conocido la felicidad, algo que nunca sintió, algo que ni siquiera imaginaba unos años atrás; su vida parecía resuelta, todo andaba sobre rieles, él estaba recibido, y ahora vendría el casamiento con Vanesa, los hijos y la familia. Pero no. Porque apareció una tarde alguien con una sonrisa insinuadora a la cual él no pudo resistirse.
Le pasa por virgo, dijo uno de los amigos.
No te zarpés, es un buen tipo, nunca le gustó la joda, pero le tocó.
Uno no elije cuando enarmorarse.
Y no…
Le dijo al padre. Es el único de la familia que lo sabe. Esperaba que lo cagara a pedos, que se amargara, que lo reprendiera. Hacé lo que vos quieras, le dijo.
Menos mal.
Y sí…
La fiesta siguió siendo fiesta, y hubo más música y más baile, y ¡viva los novios!¡viva!¡viva! y los invitados se divirtieron, y hubo alcohol mucho alcohol, y más música y luces de colores, guirnaldas, maracas, zanahorias, pepinos, matracas, sombreros largos y sombreritos luminosos, lentes luminosos, lentes de corazones, papelitos plateados volando, vinchas, pelucas, y hasta fuegos artificiales, y todos bailaron, los padres del novio, los padres de la novia, los hermanos del novio, los hermanos de la novia, todos augurando un destino feliz, y fotos, y filmaciones, y el ramo de flores, y el whisky, y Rodrigo el mejor actor del mundo, sonriendo, besando a Vanesa, abrazándola, después de todo la quiere, la ama, porque sí la ama, han compartido tantas cosas, no va a olvidarla jamás pero la vida, la vida misma, la vida no es fácil, no, no lo es, y menos para Rodrigo que no se la esperaba y no lo será para Vanesa cuando se entere, que no falta mucho ¿al pedo la fiesta? Rodrigo no se animó y todo sucedió tan rápido y en un momento los cinco amigos, están todos borrachos y se abrazan, lo ponen a Rodrigo en el medio y lo abrazan, que tiernos, dice una novia, cuanto que se quieren, dice otra, y los amigos lloran, los cinco lloran, que emoción todo esto, dice otra; una verdad fulgura en el centro de la noche y son unos pocos que ven esa verdad fulgurar y opacar toda la alegría de esa fiesta; la verdad fulgurante atraviesa el cielo y se raja en un relámpago zigzagueante, después un trueno, empieza a lloviznar; no importa es afuera, todavía es afuera, todavía la llovizna es afuera y casi nadie se entera; solo los amigos saben que esa tormenta empezó hace ya bastante tiempo y durara mucho más, por eso lloran, porque pueden fingir mucho pero no tanto como para evitar que la verdad explote y arrastre unas cuantas vidas en una mezcla de dolor y felicidad, de impotencia y liberación, crecer, eso es lo que hacemos todo el tiempo, crecer. Crecer y amar duelen.