El sentido común no es resultado de la educación.
(Victor Hugo)


Agotadas ya todas las entradas, opto por otra salida,
después de ya haber visto todas las posibles visiones,
experiencias vividas en seis décadas de observancia,
en ésta mi prorrogada razón de coherente incorrección,
en el momento justo, justo ahora mismo y sin delongas.

Mi paciência se cansó de la mirada impasible, ausente;
de buscar las soluciones imposibles en el silencio cabal,
en esa necesaria tolerancia, en esa tan cordial armonía,
un entendimiento que se alimenta con su propia víctima,
solidaridad engañosa en que rien el primero y el último.

Con permiso voy a reclamar con tormentosa serenidad,
celebrando el permiso dado por mi longeva experiencia,
sin medir consecuencias, sin oir más dudosos consejos;
sin buscar soluciones y sin más esperanzas milagreras,
mi lamento no quiere vestirse con profético mesianismo.

Predicando en el desierto o hablando con las paredes,
la mezquina palabra se eleva hoy sobre la fe inamovible,
dolor de una pena mal diagnosticada y solución amable,
y la verdad se viste de gala con el más docto proceder,
al beneplácito de una audiencia que bate en la espalda.

Perdido en el tiempo, entre la nostalgia y el mal augurio,
en una época que se me fue escapando de las manos,
una posible utopía que nunca llegué a alcanzar y se fue,
pena de aquel tiempo peor cuando estábamos mejor,
cuando la educación era más educada y tan correcta.

Cómo podremos escuchar eco sin tener la voz original,
cómo podemos criticar vehemente a nuestro antecesor,
en el círculo vicioso de un karma que hemos de pagar,
del animoso maestro de reducida sabiduría al uso,
leigo en las mismas lecciones que nosotros le dimos.

Por este mi grito, que es hoy mi propio ritual de purificación,
mea culpa de mi propia contradicción, víctima o culpa,
de una mirada que no se mira, del enigma sin resolver:
quién sacralizó este fuego que ahora nos fue robado,
quién llegó tan lejos y nunca llegó a su meta anhelada.

JIJCL, 27 de abril de 2025