Dante estaba recostado la primera vez que la vio; se apareció en la puerta de su habitación vistiendo un traje de dos piezas, elegante y recatado. Se acercó a los pies de la cama, meciéndose con gracia al ritmo sincronizado de sus tacos aguja. Tenía el cabello tomado y el rostro pálido, tenuemente colorado. Era, sin dudas, una de las más bellas que había visto.
-¿Cómo te llamas? – le preguntó sin levantar la cabeza de la almohada.
-Laura.
Dante se irguió discretamente y la miró a los ojos.
-Laura- murmuró él a regañadientes, dirigiendo la vista al retrato que aún mantenía en su velador -Todas vienen llamándose así últimamente.
-Pero yo soy diferente–se apresuró en afirmar la visitante- mírame, soy profesora de educación básica, amo a los niños, no fumo y no bebo. Como ves, el nombre es lo único que tengo en común con Laura.
Tenía razón. La mujer que estaba ante él era mesurada, transparente, con voz dulce y cuerpo delgado. Sin mostrar mayor interés, Dante le dirigió una mirada a modo de despedida y cerró los ojos.
-¿No vas a decir nada más? – inquirió ella, decepcionada- ¿no te inspira acaso mi belleza?
-Eres demasiado perfecta –respondió sin mirarla, buscando recuperar el sueño perdido.
-Eso no debería ser un problema. A todos les inspira lo bello.
-Pero a mi me gustan los casos perdidos. Yo soy un redentor, esa es mi esencia. Construyo a base de sobras, para salvar personajes inmersos en tinieblas. Para escritores como yo, la perfección es un lastre.
La mujer se mantuvo inmóvil a los pies de la cama, mirándolo con desconcierto.
-Podrías describir mi belleza, entonces. Detallar mis facciones, admirar mi personalidad.
-Lo mío es crear, no describir. Debiste buscar a otro autor, alguno que haga más concesiones.
-Eso no depende de mi. ¿Acaso elegiste tú a tus padres?
-No. Pero sí elegí a mi Dios. Y no fue el mismo que ellos me inculcaron –concluyó con orgullo.
-Te equivocas. Él sólo te deja creer eso, nada más.
Dante mantuvo silencio. Miró a su velador y se fijó en “La innombrable”, su más reciente novela, publicada un año atrás. En esos tiempos, en que aún tenía a su esposa, las ideas invadían su mente como una tempestad. No era feliz junto a ella (nunca lo fue), pero al menos podía escribir. Laura era fuente de amor y de furia, de celos y violencia, de sexo y desconfianza.
-Será mejor que te vayas –le dijo a ella- Me duele la cabeza, estoy cansado y de mal humor. No resignada con el fin que Dante le imponía, la visitante se acercó a su oído y le susurró:
-Yo podría ayudarte a pasar esta mala racha; conmigo podrías recuperar la inspiración que perdiste cuando ella te abandonó. Soy la mujer indicada para ti.
Él no respondió. Al cabo de un rato ya roncaba y Laura debió confirmarse con esfumarse lentamente, diluyéndose entre las sombras junto a todos esos otros entes que viven en la oscuridad.
Habían pasado ya dos días de aquella visita; Dante llevaba más de una semana recostado en su habitación. Ya ni siquiera hacía el intento de tirar líneas en el cuadernillo que ocupaba para escribir.
A pesar de la belleza de la visitante, la estela que había dejado en su departamento había sido demasiado tenue, y él apenas la recordaba. Confundía su imagen con los sueños de media noche, esos densos y borrosos. Fue por eso que le tomó por sorpresa verla presentarse por segunda vez. No le había dado la impresión de una mujer tenaz .
Se veía diferente. Sus ojos casi cerrados y algo ojerosos, su cabello suelto y despeinado. Llevaba una blusa ajustada y un pantalón de cuerina en reemplazo del traje formal. En su mano derecha cargaba un vaso de whisky sin hielo.
-He vuelto –dijo ella, emitiendo cortas carcajadas – apuesto a que no esperabas mi visita.
El se extrañó un poco por su conducta, y no supo si hacerle caso al principio. Estuvo a punto de ignorarla cuando le oyó decir algo que llamó su atención.
-Ya no tengo la vida de antes; espero que los vuelcos que he experimentado sean suficientes para captar tu interés.
-Te ves muy diferente, eso hay que reconocerlo.
-Te gusto más así ¿no? Despeinada y ojerosa.
Dante calló; en verdad detestaba la perfección, y sólo se sentía a gusto con ella cuando podía destruirla. La visitante continuó su discurso.
-Renuncié a mi empleo de profesora. Me di cuenta que no me agradan los niños; hasta podría decir que me aborrecen. Quiero darme un tiempo para mi, recuperar los años de juventud perdidos. Había olvidado los placeres que ofrece el mundo, son tantos y tan mal aprovechados. Los hombres con buen dinero pueden llegar a darle todo a una mujer más joven.
-Has tenido muchos cambios.
-Y podría mostrarte muchos más – respondió ella, acercándose luego de rellenar nuevamente su vaso con whisky.
-Te lo agradezco, Laura, pero realmente no estoy interesado.
La mujer cambio de inmediato su expresión.
-¿Acaso no me encuentras lo suficientemente acabada como para redimirme?
-Prostitutas alcohólicas hay muchas en este mundo, eso no tiene nada de nuevo. Mis personajes deben ser más extremos y novedosos, para demostrar algo de creatividad en su confección. Tú estás bastante acabada, es cierto, pero tanto como miles de otras mujeres que andan dando vuelta por la calle.
Ella arrojó el vaso contra la puerta, rompiéndolo en pedazos.
-¿Qué hay que hacer para darte en el gusto?
-Estoy en medio de un bloqueo. Tengo la mente en blanco. No puedo ayudarte ahora. Ándate y déjame tranquilo.
Ella oía todo en silencio. Él se sentó en la cama, incorporándose para decir su frase final:
-Un último favor, Laura, si es que aún te llamas así. No vuelvas.
Indignada, la visitante golpeó la puerta.
-Me estás castigando ¿no? Por lo del nombre. Me odias porque te recuerdo a ella. No es mi culpa, el nombre ése me lo has puesto tú.
-Laura era muy distinta a ti; no sólo porque te acuestes con otros vas a parecerte a ella. Tendrías que perder muchas otras cosas para caer a su nivel; como bien dijiste, sólo tienes su nombre, nada más.
-No te vas a detener hasta que yo sea igual a ella ¿no?
-Yo no te he pedido nada.
-Sabes que estoy desesperada. No tengo más remedio, es el precio que tengo que pagar para ser escrita.
Él esbozó una sonrisa; sin darse cuenta, estaba de pie, fuera de la cama.
-Digamos, en hipótesis, que accediera a escribir sobre ti ¿Estarías dispuesta a confiar tu historia en mis manos? Que quede claro, esta no es ninguna promesa, sólo una suposición.
Ella asintió levemente con la cabeza; él tonó su cuadernillo y le sacó la tapa a su lapicera. Comenzó a hacer anotaciones al margen de la página.
-Te dejaré anotada aquí, mientras, como un recordatorio. Tal vez el día de mañana me sienta inspirado y escriba algo, tal vez no, quién sabe. Soy un autor temperamental y arbitrario. Pero al menos estas notas te darán la oportunidad de seguir existiendo en cuanto me decido.
La visitante respiró aliviada, aunque no del todo conforme.
-Ve a vivir tu vida, Laura. Así, cuando vuelvas, tal vez traigas experiencias más interesantes, que puedan entusiasmarme un poquito más.
Ella se desvaneció en silencio, con la vista baja; él, algo agitado, se dio un par de vueltas por su habitación antes de volver a la cama. Incluso sintió el impulso de llamar a su editor por teléfono, solo para preguntarle como andaban las cosas.
La visitante esperó un tiempo para volver a aparecer. Se presentó tambaleándose, con el rostro pálido y el cabello recortado a tijeretazos. Su cuerpo mostraba varios hematomas. Encontró a Dante sentado en su escritorio, con su cuadernillo abierto, concentrado al escribir.
-¿Estás hablando de mi? – preguntó ella, intentando leer el cuaderno. Él, cerrándolo bruscamente, se dio vuelta y la miró a los ojos
-No me gusta que me distraigan cuando escribo.
-Si estás hablando de mi en esas páginas, me voy de inmediato – bromeó ella, destapando una botella de vodka.
-Te has convertido en una mujercita insolente e inoportuna.
-¿No es así como te gustan? como Laura...
Dante abrió su cuaderno nuevamente y le mostró la pagina con anotaciones al margen, la que había escrito durante su última visita. El resto de la hoja estaba en blanco.
-Ahí tienes, no estaba escribiendo sobre ti. Vales una mierda como musa. Lo que tú me inspiraste no es nada más que esto, una hoja en blanco.
La mujer, montando en cólera, intentó abalanzarse sobre su creador. Dante arrancó la pagina del cuaderno y la arrugó en su mano, antes de tirarla al basurero.
Ella rompió en llanto. Él, haciendo caso omiso, esbozó una leve sonrisa en los labios, ésa que tenía guardada por tanto tiempo y no había logrado sacar.
-Perdóname –dijo ella, sin dejar de llorar – me he portado mal. Dame otra oportunidad. Me lo debes.
-Te repito que yo nunca te pedí nada. Lo que hayas hecho ha sido por elección propia.
Ella se percató de que él se disponía a ignorarla y regresar a sus escritos.
-¿Sobre quién estás escribiendo?
-No tengo porqué responderte.
Ella se incorporó intentando arrancarle el cuaderno de las manos. Él se lo impidió colocándolo sobre una repisa apenas más alta que ella, para mantenerlo “casi” a su alcance. Le divertía ver su esfuerzo, constante e infructuoso a la vez.
-Hay otra, lo sé, la escondes ahí dentro. Quiero ver quién es ella, la que me robó tus manos.
Dante sintió un extraño regocijo al oír esas palabras.
-No tienes ese poder, Laura. En realidad no tienes ninguno...
La visitante se percató del extraño brillo en los ojos de él. Vio el papel arrugado en el basurero y el cuadernillo allá arriba, a un centímetro de la punta de sus dedos, siempre inalcanzable. En ese instante, se dio cuenta de que él nunca había tenido la intención de escribirla.
-¿Más vodka? –preguntó Dante, destapando una botella nueva. Ella la recibió de buena gana y la bebió de golpe, cayendo en seguida al suelo, semi inconsciente -Voy a darte en el gusto –prosiguió, tomando su cuaderno y abriéndolo frente a sus narices.
La visitante enmudeció. Efectivamente había otra, una por la cual ya había escrito casi veinticuatro páginas. Era alta, bien vestida, toda una señorita, dulce y mesurada, con tacos de aguja y pelo tomado.
-¿No te parece perfecta? Es mi musa, la que terminó con ese bloqueo que me atormentaba.
La visitante, recostada entre restos de alcohol y colillas de cigarrillo, observó detenidamente a la nueva..
-¿Porqué no yo? –balbuceó, intentando ocultar su sollozo.
Él las miró a ambas, a la perfecta, de pie, y a la otra, que estaba en el suelo. Esta última, ahora más que nunca, se parecía a Laura, la real. Recordó entonces las últimas palabras que oyera de sus labios, antes de irse con el del gimnasio.
-El ser humano es contradictorio por naturaleza, y lo que guarda su corazón, un verdadero enigma. Creo que ni Dios lo entiende.
Sin poder ocultar la sonrisa en sus labios, Dante le dio las espaldas y volvió a tomar asiento en su escritorio, junto a aquella otra mujer, perfecta, tan distinta a su esposa. Postrada por la borrachera en un rincón de la pieza, la visitante alcanzó a oírle decir:
-Algo me dice que este va a ser mi mejor libro, el que redimirá todas esas porquerías que escribí después que Laura se fue.
Una lagrima se asomó en los párpados de la visitante, ahora con el mismo rostro de Laura, mientras se desvanecía entre las sombras del basurero, a esas alturas repleto de hojas en blanco.
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