Son las seis de la tarde y está encadenado al mesón del taller, mirando el espejo sobre la mesa y viendo al cristalino gusano blanco mostrar sus colmillos, a punto de devorarle las neuronas.
Arrojado, coge la bombilla y acaba con él, sin dramas ni remordimientos.
Unos minutos después, le corre agua por los sesos y una fina capa de escarcha le congela el alma.
Renovado por el efecto de la electricidad fría, camina hasta la puerta como si fuera el emperador de la materia, toma las llaves de la camioneta y sale a recorrer la costanera de Viña a Concón.
Impávido, conduce el auto como si tuviera cubos de hielo en la sangre, lento y seguro, calculando todos sus movimientos.
En los parlantes suena el tema “I took a pill in Ibiza” y sus venas quieren explotar en un grito que atraviese el firmamento.
Falta poco para el atardecer, y los rayos oblicuos de la tarde enervan sus sentidos hasta la delectación.
No tiene rollos ni culpas, se siente como un león saciado, salvajemente ahíto.
Hace un alto en la roca oceánica y repite la operación.
Falta una hora para encontrarse con ella.
La luz de la tarde le pega de frente, mientras, con la radio a todo volumen, se sumerge en el ensueño de un ídolo de piedra, insensible al mundo que le rodea, conectado con cables de acero a la estrella más lejana de su constelación animal.
Las moléculas de su mente explotan, como fuegos artificiales, y un escalofrío le recorre la piel.
Lejos, el mundo se deshace, con las torres del recuerdo desintegrándose en una nube de arena blanca.
Sólo sus huesos lloran, mientras la carne ríe.
Van a ser las ocho.
El sol incendia el cielo, antes de hundirse en el agua y desaparecer.
Ella está a punto de llegar.
Porque, como dijo el poeta: “cura el alma a través de los sentidos”...
...No tiene rollos ni culpas, se siente como un león saciado, salvajemente ahíto, despierto en la oscuridad...
En los parlantes suena el tema “I took a pill in Ibiza” y sus venas quieren explotar en un grito que atraviese el firmamento.
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