La pintada.
“Los de este pueblo sois gilipollas; los porros son buenos”.
Parte primera.
Uno.
Fuimos a aquel pueblo a un concierto de “la polla records”, y nos vinimos bastante decepcionados. Pero en lugar de resignarnos tristemente, dejamos impreso en una pared el compendio y resumen de nuestro pensamiento por aquel tiempo:
“Los de este pueblo sois gilipollas; los porros son buenos”.
Y es que no podía ser de otra forma, teniendo en cuenta cómo aquella noche allí nos había ido. Atraídos por aquel potente reclamo, en el que Evaristo Páramos era el sumo sacerdote, nos embarcamos aquel sábado agosteño en el Opel kadett de nuestro primo. Pero decepción absoluta. Alguien de la comisión de festejos de aquel lugar había confundido el culo con las témporas y había traído a aquella banda de punk a un lugar tan extraño e inhóspito. Sobre todo inhóspito. No sé qué de la “patente” fue lo primero que nos dijeron. Para aquello habíamos hecho casi quinientos kilómetros- nos preguntábamos. Desde la otra punta de la región habíamos ido allí a ver y oír a la potente banda vasca y sus contundentes arpegios y nos piden derechos de autor por haber acudido a aquel pueblo. El propio Evaristo alucinaba.
“Evaristo, que te han visto”- le decía el público.
El tío contemporizaba, pero estoy seguro que en su fuero interno estaba deseando terminar y salir de allí pitando. Cobrando primero, claro; como, por otra parte, estuvimos a punto de hacer nosotros y no en moneda de curso legal- al negarnos a pagar derecho alguno. Vaya trampa nos habían tendido. Vamos, que parecía que fuera el objeto de todo aquello. Por divertirse, lo habían dado por bien empleado; incluso gastándose los dineros del municipio. Al más puro estilo perdicero. Con lo del reclamo- me refiero.
Y tanto era así que Evaristo no se atrevió a programar allí la de que “pringue la madre de dios”, por si acaso era mal entendido, probablemente. La habíamos venido escuchando durante el camino en el casete del Kadett.
“Mil colegas quedan, tirados por el camino
Y cuántos más van a quedar,
Cuánto viviremos
Cuánto tiempo moriremos
En esta puta derrota sin final”
La cosa no era de broma. Aquella canción no era ninguna exageración, pero a la gente de aquel pueblo aquello se la debía traer floja, pues para apercibirse del mensaje había que fumar porros. Y allí eran más de vinos. Mi primo, el conductor, que por tal circunstancia se mantenía alerta y sereno, fue el único que nos sacó de la conclusión de que aquello era una trampa, que se trataba, más bien, de “realidades paralelas”- dijo.
“Dos semanas, tres semanas
O cuarenta mil mañanas,
Que pringue la madre de dios”
Al parecer, según Páramos, había incompatibilidades tales que hacían difícil la vida hasta tal punto.
“Cuánto horror habrá que ver,
Cuántos golpes recibir,
Cuánta gente,
Tendrá que morir”
Las calderas del infierno estaban servidas.
“La cabeza bien cuidada,
O muy bien estropeada,
Y nada que agradecer”
Aquí extraíamos que tampoco era bueno emporrarse demasiado.
“Dentro de nuestro vacío,
Sólo queda nuestro orgullo
Por eso seguiremos de pie”.
La única salida era no venderse.
“Mogollón de gente vive tristemente,
Y van a morir democráticamente,
Y no, no quiero callarme”
Al parecer aquellas defunciones eran sistemáticas.
“La moral prohíbe que nadie proteste,
Ellos dicen mierda,
Nosotros amén,
Amén, amén, a menudo llueve”.
Se veía que el cambio climático aún no estaba servido.
Pues bien, no la pusieron, así que regresamos casi currados y sin la satisfacción de haber presenciado la potencia interpretativa de aquel grupo, precisamente en la de “ellos dicen mierda”- que es la de la letra entrecomillada. Una larga noche a bordo del vehículo nos esperaba. Pero empecemos por el principio.
Dos.
Ni buenos ni malos, ni listos ni tontos, quizá perezosos tampoco, seguramente no distaríamos demasiado de aquella gente; eso sí, vivíamos en una ciudad en comparación con aquel pueblo. Estamos de vacaciones y nos movemos por la zona. Nuestro pariente en cuarto grado, además de carnet de conducir- como casi todos nosotros-, disfruta de un Opel Kadett de segunda mano, que le acaban de regalar en su casa por haber traído el expediente inmaculado del primer año de Universidad. Hasta ahí, bastante corriente todo.
Pues bien, en uno de aquellos primeros escarceos veraniegos a bordo del vehículo, vemos el cartel anunciador de aquel evento. Estamos en los noventa, primeros noventa, y La polla records acaba de publicar su segundo disco. Un disco de estudio potentísimo, “Ellos dicen mierda, nosotros amén”. Llega en forma de casete a nosotros. Está siempre sonando en el salpicadero del vehículo. Pues bien, también, se anuncia en la región un concierto de ellos. Lo único que está un pelín lejos: más de cuatrocientos kilómetros. Si nosotros vivimos en un extremo de la región, el concierto se anuncia en el otro extremo. Pero, para qué tenemos el vehículo- es la conclusión a que llegamos. Por tanto, pertrechados de costo, de nuestra propia cosecha de aquel mismo año, emprendemos lo que va a ser, presumiblemente, la mayor aventura de aquel verano. Nuestro primo es un tipo que sólo bebe “fantas”, con coche, y antes de tener coche. Dice que le perjudica en los estudios. Quiere ser abogado y está convencido de que el “bebercio” es un obstáculo para ello. Tampoco fuma grifa, pero como tiene coche y es un tipo divertido no es óbice suficiente para ir con nosotros, o mejor: nosotros con él. Más a nuestro favor: la seguridad en la conducción está garantizada. Hay que llenar el depósito del kadett. Tampoco problema: a escote. Se instan los pertinentes permisos paternos, con la fórmula “me voy por ahí, quizá venga un poco tarde” y listos a tirar millas por ahí. Un “poco tarde” quiere decir de madrugada, pero dentro del mismo día. Son términos estandarizados.
Metemos a Páramos en el casete, para ir abriendo boca. Y nos cruzamos la región entera por una carretera que la transita, de oeste a este, prácticamente entera. Llevamos una nevera gigante, con birras entre hielo, para amenizar el viaje. La felicidad está servida. Ya es todo cuestión de suerte.
Parte segunda.
Uno.
A la pintada no le debimos poner aquel punto y coma. A veces traicionan los pequeños detalles. A ver para qué se cumple con la ortodoxia. Lo sacaron por ir bien puntuada. De otra manera se hubieran pensado que eran los del pueblo de al lado. Fueron atando cabos y conclusión, que se presentaron en el nuestro, por las fiestas también, a liarla. Era fines de Agosto. Se veía que ellos también tenían un primo abstemio con coche, o lo fletaron a posta para borrar con sangre si era menester aquella afrenta escrita de las últimas tapias del pueblo. En aquella villa había dos cosas sagradas: las chicas de allí- por lo cual cobraban la llamada patente- y el honor patrio. El caso es que si de oriente salimos apercibidos pero incólumes, en occidente, en nuestro propio feudo, repartieron y se largaron. También en otro concierto.
La rivalidad entre pueblos estaba servida. Menos mal que a alguien del Ayuntamiento se le ocurrió hermanarlos y para las fiestas de unos cuantos años más tarde, ya estuvieron los ánimos templados. Salvo para nosotros, que éramos los que habíamos recibido.
Al año siguiente los esperábamos, pero en el pueblo de al lado del suyo. Y acudieron a la cita, el mismo grupo de la operación relámpago, iniciándose una espiral que ha durado lustros. Tantas hostias ha habido que al final nos hemos hecho amigos. Hacemos una cita anual conmemorativa en cualquier sitio cercano donde toque la “polla records”. Los ayuntamientos de ambos pueblos han tomado nota y para las “patronales”- fiestas patronales, me refiero-, se hacen intercambios.
Tres.
El incombustible Páramos y su banda han tenido noticia del hecho y como quiera que el grupo siga teniendo audiencia y éxito, se ha ofrecido para hacer un concierto conmemorativo en el pueblo en que se inició todo esto. Mi primo, el del kadett, no se presta, que ya le “aburren” los Recods, dice. El hecho tendría auténtico sentido con la misma expedición y en el mismo vehículo- que aún conserva. Pero no hay quien lo mueva de su casa para tal evento. Que nos deja el coche, pero que lo conduzca otro- concluye.
Y en ello estamos, apurando una segunda juventud, que se nos está a punto de ir de las manos. Nuestra proclama inicial, quizá siga siendo válida, pero nosotros ya hemos dejado de hacer uso. Ya tenemos la cabeza suficientemente estropeada como para insistir en ello. En realidad, tampoco nos ha ido tan mal. Tenemos una idea bastante válida de la configuración de este mundo, pero hemos tomado la decisión de dejar paso a que sean los que vienen detrás los que lo confirmen por ellos mismos.
De cualquier manera vamos a poner punto final y de una manera consciente- que es lo que no se suele dar-, a todo este tipo de eventos. Y nos embarcado en otro- el último quizá-, “me voy por ahí, vendré un poco tarde”.
Cuatro.
Al dejar el pueblo (esta vez sí han tocado los Records la del “pringue”), para cumplir con la ortodoxia debida, hemos dejado nueva huella, en la misma tapia de la pintada inicial, que han borrado los años, y hemos expresado de nuevo nuestro pensamiento.
“Adiós; amigos. Ah, y la patente que os la paguen otros”. Esperamos que no se molesten, pero es lo cierto.
https://youtu.be/1X7uLr5eTz8
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