Esta historia no es solo mía. Es de todos los que han amado, perdido y vuelto a levantarse con las cicatrices como medallas.
Escríbela en tu corazón cuando la noche sea más oscura que el rincón de un ring vacío.
Éramos dos niños bajo un árbol. El toro, Mauro, que me defendía de los golpes del patio. Yo, Carlos, el flaco que escondía poemas entre ecuaciones sin resolver. Un día, un viejo boxeador te vio pelear y dijo: “Tienes manos para proteger al mundo”. Y así empezó todo.
Te volviste leyenda. Cada KO era un rugido contra la injusticia, Yo, tu sombra, cargaba toallas… y silencios.
Hasta que ella llegó:
Clara, mujer de pasos suaves y voz que temblaba cuando aplaudían demasiado fuerte.
Amaba los versos. Amaba, quizás, más de lo que podía. La traición fue lenta, como un golpe al hígado que no se siente hasta que caes. Cuando me viste bajar las escaleras con ella, te vi endurecerte. Ese día no sangraste: doliste hacia adentro. Y eso fue peor.
Supiste antes que nadie. Luna tenía mis ojos, tu coraje. La criaste como campeona, enseñándole a pararse con guantes de juguete y el corazón abierto. Yo te observaba desde lejos, escribiendo versos que nunca me animé a mandar.
Una noche, me llegó tu guante derecho. Adentro, una nota:
“Perdonar es el uppercut más difícil”. Lo guardé junto al izquierdo, podrido pero fiel,
que colgabas como un santo en su relicario.
Bajo el árbol donde empezamos, te miré a los ojos —sin cascos, sin cuerdas—
y te dije: “Cuídala… Eres mejor padre que boxeador”.
Mentira piadosa.
Tú le enseñaste a levantarse; yo, a buscar belleza en la caída.
Clara tejía bufandas con hilos de todos los colores. “El amor no es de nadie”, decía mientras Luna leía en voz alta tus historias del ring. Y aunque su amor fue breve,
quedó enredado en todo lo que tocó.
Partiste primero. En tu ataúd, coloqué ambos guantes:
el derecho, manchado de tinta; el izquierdo, con la frase
“Protege al débil, incluso de ti mismo”.
A Luna le dejé una caja. Poemas no leídos. Una foto nuestra a los quince. Y una línea:
“Los héroes no son los que ganan… son los que enseñan a perder sin romperse”.
Hoy, en el gimnasio vacío, cuelgan dos guantes.
Uno dice “Padre”.
El otro, “Poeta”.
Y si los miras de cerca… comparten el mismo gesto.
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