Cuando sabes que lo que ves o sientes no debería estar, ser así...

Cuando automutilas ese sentido que te avisa que tengas cuidado, haciendo que por más banderas rojas que puedas percibir te encaminas a ese abismo repleto de neones en la más absoluta oscuridad y...
Caes, te rompes, hundiendote sin poder hacer nada aún sabiendo que ese lugar, ese pozo no existe más allá de ti, quedando atrapado en los nueve infiernos que sin ninguna duda son tus propios pensamientos, tu propia mente que no quiere dejarte escapar disociando, aniquilando todo pensamiento positivo mostrándote esos monstruos que te angustian cada noche y que no te permiten respirar sin el temor a que sea la última vez.

Y de repente...

Lo ves, lo sientes... No debería estar ahí, no deberia ser así pero recibes ese resplandor que hace que tus ojos sientan ese estallido de luz al que no están acostumbrados, preparados para soportar, acercandose, pareciendose a esa oscuridad que te envolvía pero es diferente, es otra cosa, es diferente...

El miedo se convierte lentamente en una sensación de paz que no conocías, que no recordabas... Creando esa extraña conexión entre tú yo más huidizo, tú yo más frágil que no sabe vivir sin ese caparazón de traumas vividos y que había olvidado el roce de la brisa sobre si mismo con el color que desprende el contraste del mar iluminado por todas y cada una de las fases lunares que recorren ese cielo tan lejano aveces pero tan imposible de olvidar.

Sonríes levemente mientras observas tu reflejo en ese espejo del lavabo que te devuelve esa sonrisa que solamente percibes tú, pero hay algo sutilmente diferente, muy sutil...

Esperanza.