Casi llegando al invierno…
El otoño recién se estaba haciendo ver debido a las altas temperaturas, pero de a poco éstas estaban bajando y el frío se iba asomando por los rincones de la casa donde hasta ayer entraba el sol.
Justamente en una de esas casas vivía doña Cata, una mujer anciana, delgada, de ojos muy grandes del color del mar cuando hay tormenta, una de esas mujeres que a pesar de todo y parecer insignificante, tenía habilidades que la hacían diferente a otras mujeres y una de ellas era la cocina la que le daba el sustento diario.
Doña Cata vendía empanadas a pesar de sus años, las hacía ella misma para llevarlas cada mañana a las distintas ferias vecinales y poder pagar sus gastos, que no eran muchos, pero que, si no lo hacía, no comía. La vida la dejó sola y olvidada por el que tanto quería, claro está, él no la necesitaba, aunque nunca se sabe, pensaba ella. Y el día había llegado, vio en la puerta de su casa que más que casa era un rancho, al hombre que más daño le había hecho y que a pesar de todo es el que más quiso y querrá mientras ella viva, el que se fue y a pesar de la alegría que sentía al verlo, no lo demostró, recordaba todo a pesar de querer olvidar, era imposible hacerlo. Lo miró sin hacerlo pasar y le preguntó qué era lo que lo traía a la casa de una mujer insignificante como ella que nada tenía para brindarle, él había sabido olvidarla como madre y esa mujer a la que veía no era nada más que otra anciana como tantas.
El hombre bajó la vista, no podía mirar a los ojos a su madre, luego de haberla abandonado a su suerte sabiendo lo mal que estaba pasando sola y sin ayuda de nadie, pero le había llegado el momento de pedir perdón, el juego le había llevado todo lo que él le había quitado a ella, la casa, el dinero y hasta la dignidad y volvía con una mano extendida implorando el perdón y queriendo volver a su lado.
Doña Cata lo sabía, sabía que tarde o temprano eso ocurriría y aunque con mucho dolor en el alma, le dijo que no podía cobijarlo que, a pesar de ser su madre, no podía perdonarlo, había dejado su vida, su juventud cuidándolo y le había pagado con falsas monedas y ella no podía perdonar, aunque en cada rechazo hacia su hijo, muriera lentamente.
El hijo nunca pensó que su propia madre lo rechazara y levantó su brazo con intención de golpearla, como lo había hecho antes, pero no pudo hacerlo, lágrimas de dolor por una vida perdida asomaban en sus mejillas y entonces la madre dándole un abrazo lo hizo entrar.
Doña Cata vio en esas lágrimas, todas las que ella derramó por él y tuvo piedad, no lo podía abandonar, la vida es tan corta, pensaba, que quizá…
Quizá fuera el momento del perdón… el invierno se estaba asomando también para él.
Omenia
19/5/2025
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