I. El origen del Señor
El Señor nació entre velas y grimorios. Su familia, artistas del misterio, le enseñó a leer en los susurros de los muertos. De niño, trazaba runas en la tierra; de joven, devoró filosofía bajo la tutela de un profesor que decía: «La luz no se estudia, se encarna». Pero el Señor quiso ser esa luz. Regaló sus libros, vistió harapos, y caminó el mundo con ojos de vagabundo iluminado. Veía lo invisible: el dolor en las miradas, la podredumbre bajo la piel del mundo.
II. La Celda y el Ave
En la cárcel, los reclusos lo observaban. Él miraba el cielo a través de las rejas, donde un pájaro herido aterrizó en su hombro. Le ofreció migajas de pan seco y murmuró palabras en lengua antigua. El ave, con el ala rota, sanó al oírlo. Los presos contuvieron el aliento: «¡Es un mago!», susurraron. El pájaro se refugió en su pecho, y él sonrió. «Vuela», le dijo. Pero el animal no se movió, como si presagiara el horror.
III. Diálogo con el Asesino
Yo fui quien lo confrontó. Mis manos olían a sangre vieja: las mismas que arrancaron los corazones de mis padres. Le grité:
—¿Eres Dios?
El Señor calló. Entonces le arranqué los ojos, buscando en sus cuencas vacías una respuesta. Pero solo vi reflejos: mi padre borracho golpeándome, mi madre llorando, mis uñas clavadas en sus pechos.
IV. El Crimen y el Tiempo Detenido**
Cuando el puñal lo atravesó, todo se congeló. Las moscas quedaron suspendidas en el aire. Un reloj de pared, cubierto de telarañas, detuvo su tic-tac. El Señor, aún sin ojos, murmuró:
—Ya estás muerto. Siempre lo estuviste.
Intenté ahorcarme con mis propias manos, pero mis dedos atravesaron el cuello como humo.
V. Epílogo: Ciclo Eterno
Ahora deambulo por esta celda inmóvil. El Señor yace en el suelo, su sonrisa intacta. El pájaro repite sus palabras: «Volveré». A veces, en el silencio, escucho al viejo profesor del Señor reírse desde las sombras: «La luz duele más que la oscuridad».
Y yo, el asesino-muerto, espero. Sé que cuando el reloj vuelva a latir, el puñal caerá de nuevo. Y otra vez. Y otra vez.
Y en la última iteración, el pájaro alza el vuelo. |