Derroté las lámparas
permanecí a oscuras,
el tiempo venció
con sus alas abiertas,
y a punta de compás
me convertí en una sinfonía.

Ya no quedaba nada.

De la noche me hundí
como si no tuviera cuerdas,
sin atarme los zapatos
sin pensar en la vuelta,
sin ser lo que antes era,
sin asombro de rodar como una rueda
al naufragar en la otra orilla.

Ya nada podía amenazarme.

Cuando sobrevino la mañana
y el esplendor vino del frío
pensé en la música de la adolescencia,
en los veranos donde nada ocurría
aunque todo era posible,
tomé posesión del viento,
del olor a niebla,
y me enmascaré entre las nubes.

Ahora todo era posible bajo el plomo del cielo.