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Isla de Pascua
(La lepra)

Mientras se aproximaban a la isla, que ya aparecía en el radar de la Fragata, la mayoría de los 50 cadetes de la Escuela Naval, que efectuaban un viaje de instrucción durante el verano de 1952, comenzaron a visualizar sus difusos contornos en el horizonte; a muchos, les pareció bastante más grande de lo que habían imaginado.

En el buque existía una sensación encontrada de nerviosismo e intranquilidad, motivada por las expectativas de futuras aventuras; el ambiente era difícil de definir; habían leído y escuchado tantas historias acerca de esta mágica isla, de sus habitantes y sus costumbres, que no hallaban la hora de salir de las dudas, pero ahora también, cada uno pensaba en lo dicho por el médico de a bordo, en la conferencia que les había dado el día anterior sobre la lepra, pues ninguno lo había pensado ni considerado anteriormente.

La lepra estaba presente en los habitantes de la isla, desde fines del siglo XIX, cuando fueron repatriados isleños desde Perú, donde habían sido llevados a la fuerza para trabajar en la guaneras. A los cadetes nunca se les olvidarían las palabras del médico:
—La lepra es una enfermedad infecciosa crónica de la piel, conocida desde los tiempos bíblicos, caracterizada por lesiones cutáneas desfigurantes, daño neurológico y debilidad progresiva. Las personas con lepra pueden perder el uso de sus manos o pies debido a las lesiones repetitivas ocasionadas por la ausencia de sensibilidad —explicó, fijando la vista en el grupo— pero la mejor prevención contra su contagio consiste en evitar el contacto físico con personas que tengan esta enfermedad y que no hayan sido sometidas a tratamiento. Las personas afectadas con un tratamiento con medicamentos a largo plazo, se vuelven no infecciosas, pero —y alzando la voz, continuó— en la isla nadie puede asegurar quién es o no es portador de la enfermedad —y terminó—; tiene un largo período de incubación, que se estima en 20 años aproximadamente; así es que deben tener mucho cuidado cuando mañana visiten la isla; no deseamos que en el futuro, algunos de ustedes tengan problemas causados por esta enfermedad.

Cuando bajaron a tierra, se encontraron con un terreno de escasa vegetación, más bien plano y con una multitud que los estaba esperando. Casi todos eran hombres jóvenes, de piel tostada por el sol y que vestían como cualquier trabajador del campo; además, había un gran número de caballos, que por su pequeño tamaño, parecían mampatos.

Cada uno se hizo de un “amigo”, que desde ese momento pasó a convertirse en el guía inseparable, durante toda la estada en la isla. Les facilitaron caballos y los llevaron a conocer los grandes Ahus con sus moais en el suelo, llamándoles la atención que todos los moais de la isla estuviesen caídos; visitaron los volcanes, las grutas, las cuevas, las playas de Anakena y Ovahe y, finalmente, llegaron al único pueblo existente en la isla, Hanga Roa.

Hanga Roa era realmente pintoresco, con dos anchas calles de tierra que formaban una T, pero que en contraste con la aridez generalizada de la isla, llamaba la atención por su abundante vegetación, la que se debía a que las casas estaban ubicadas en grandes terrenos, en los cuales cada familia había plantado una gran variedad de árboles y plantas de tipo tropical, como plátanos, piñas, guayabas, papayas y mangos.

Jorge, cadete de 18 años, delgado, pelo corto, negro y de mediana estatura, se hizo amigo de Epifanio Teao, un pascuense de su misma edad, bajo, más bien gordo, cara redonda, que luego de acompañarlo durante la visita a la isla, lo llevó a su casa, donde le presentó a su familia compuesta por sus padres y dos hermanas.

Ese día, los cadetes tuvieron que regresar a bordo a las 21:00 horas y al día siguiente, desembarcaron temprano para comenzar una visita profesional que comprendió la Gobernación Marítima, la iglesia, la posta médica y la leprosería.

La leprosería estaba a seis kilómetros del pueblo, había seis leprosos que formaban tres parejas, vivían en piezas separadas y estaban al cuidado de cuatro monjas; unos no tenían manos y otros ya no tenían nariz; por supuesto, a ninguno le gustaba que lo vieran personas extrañas —les explicaron las monjas— por lo que los divisaron sólo desde lejos —esperaban la erradicación de la lepra para el año 2.000— terminaron la visita impactados y pensativos. Al regresar al pueblo les dieron franco hasta las 21:00 y se les olvidó temporalmente el tema de la lepra.

Esa tarde, repentinamente, se desencadenó un mal tiempo que impidió que los cadetes pudieran regresar a bordo; recibieron instrucciones de pernoctar en tierra y encontrarse en el muelle a las 07:00 del día siguiente.

Epifanio llevó a Jorge a su hogar, en familia conversaron sobre la isla, que ellos llaman Rapa Nui, sus problemas de abastecimiento, de colegio, transporte, etc. Luego, pasaron a comer y allí probó los ricos pescados y mariscos, plátanos y fabulosas piñas que se dan en la isla; cuando terminaron la comida, el dueño de casa le dijo:
—Jorge, ¿te quedas a dormir con nosotros?, ¿con quién deseas dormir?, ¿la María o la Blanca?

Jorge se puso colorado y pensó que se estaba cumpliendo una de las costumbres sobre la cual tanto habían comentado cuando navegaban hacia la isla. Las familias pascuenses consideraban como un gesto de amistad y de cortesía ofrecerles la compañía de sus hijas a los “amigos” del continente, que alojaban en sus casas.

—Bueno, gracias, con la María pienso yo —dijo con voz entrecortada y sin atreverse a mirar de frente a ninguno de los presentes.

Los familiares se sonrieron al notar el embarazo de Jorge, sabían perfectamente que para los continentales este asunto del sexo era muy complicado, aunque nunca habían comprendido por qué.

María tomó de la mano a Jorge y lo guió hacia una de las piezas, Jorge escuchó cómo el resto se reía y luego quedó la casa en silencio.

En la isla no había luz eléctrica, pero la luz de la luna iluminaba la pieza en que estaban María y Jorge. Era una niña de 15 años, delgada, de pelo negro largo, pero su principal característica era la dulzura que irradiaba al hablar, al sonreír, al mirar. Jorge no podía creer lo que le estaba sucediendo, mientras contemplaba el cuerpo desnudo que tenía frente a él; cuando comenzó a acariciarle los bien formados senos, se detuvo, pues le vinieron a la mente, como un chispazo, las palabras del doctor de a bordo: —“en la isla nadie puede asegurar quién es o no es portador de la enfermedad”—; fue sólo un instante, pero inmediatamente reaccionó como un muchacho de 18 años. En la mañana a las 07:00 estaba en el muelle listo para embarcarse y regresar abordo. Se sentía feliz y realizado. ¿A quién le importa la lepra?, pensó.

Durante la navegación de regreso a Valparaíso, los cadetes comentaban la estada en la isla; cual más, cual menos fantaseaba con lo que había hecho; Jorge permanecía callado, pues quería guardar para él solo la maravillosa noche pasada con María. En realidad, muy pocos tuvieron la suerte o fortuna de alojar en casa de sus amigos; la mayoría durmió en la Gobernación Marítima o en la posta médica. Por supuesto, comenzaron a bromear con la lepra, que en 20 años más, a varios se le presentaría de repente, aseguraban. Jorge cuando sacaban el tema se retiraba, pues prefería no escuchar tonterías ... ¿tonterías?.

Los cadetes egresaron de la Escuela Naval, la mayoría siguió la carrera naval y como es costumbre entre los ex cadetes, siguieron reuniéndose cada vez que podían. En estas reuniones uno de los temas recurrentes era el recuerdo de la estada en Isla de Pascua y, por supuesto, siempre había uno que sacaba la cuenta de los años que faltaban para que se presentara la lepra. Jorge, normalmente alegre y dicharachero, inmediatamente cambiaba de humor y se volvía irritable; después, ya tranquilo en su buque o repartición, pensaba que no había motivo alguno para ponerse nervioso ... ¿No lo había?.

En 1971, Jorge se encontraba en su oficina de la Dirección de Armamentos de la Armada cuando comenzó a sentir un extraño hormigueo en sus piernas; lo atribuyó a que había estado mucho tiempo sentado; al día siguiente el hormigueo lo sintió en sus manos, ahora sí que no tenía explicación y, por supuesto, de repente, percibió claramente la voz del médico de la Fragata Iquique que les decía : —“en la isla nadie puede asegurar quién es o no es portador de la enfermedad”.

En el Hospital Naval pidió hablar con su amigo, el Comandante Rivera, médico jefe del departamento de dermatología.
—Hola Jorge, ¿qué te trae por estos lados?
—Hola Carlos, en verdad quiero explicarte un problema, que me está comenzando a preocupar.
—¿De qué se trata? —le respondió su amigo.
—Bueno, resulta que en 1952... —al terminar de contarle la historia, agregó— y en estos últimos días he comenzado a sentir un hormigueo en los pies y en las manos; además que ahora los noto más fríos.
El Comandante Rivera le dijo: —Mira, yo no me preocuparía tanto, pero para salir de dudas te voy a dar una orden para que te efectúen un examen de sangre y otro de la piel. Los resultados deberían estar listos en 4 días.
Se despidieron y al salir, Jorge iba pensando: —claro, no me preocuparía tanto, como el problema no es de él.

Cuando Jorge le llevó los resultados de los exámenes a su amigo Carlos Rivera, este le manifestó que era lo que había sospechado desde el comienzo, una alergia y respecto a la lepra, le dijo que en los últimos tiempos, se había comprobado que la lepra no se contagia tan fácilmente de persona a persona como se creía en el pasado y que en promedio tomaba de 4 a 8 años para que los síntomas aparecieran y no 20, aunque aún no estaba claro cómo se transmitía.

Mientras bajaba las escalas del hospital, pensaba: ¿hay que ser muy bruto, para no haber venido antes a consultar esto de la lepra con mi amigo?

JORVAL (11)
121004

Texto agregado el 14-10-2004, y leído por 3303 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
25-12-2007 hijo de puta... anciano de mierda...activa mi cuenta Ciberbaco
02-09-2006 Isla de Pascua...misterioso escenario del mundo mágico latinoamericano...Excelente relato***** compositor
14-12-2005 La mente es traicionera, y el miedo puede hacernos asociar cualquier cosa a una fatalidad -como cuando uno lee su horóscopo, cualquier cosa que le pase, por muy rebuscada que sea, termina asociada a él- Su predilección por los temas navales me permite recorrer rincones totalmente desconocidos para mi. Le dejo un gran abrazo y mis más sinceras gracias por el paseo. Ikalinen
03-07-2005 Muy interesante relato Jorval, Siempre me interesó todo lo relativo a esa misteriosa isla. negroviejo
14-06-2005 Que insidiosos los miedos que nos impiden disfrutar de una realidad tan grata como la narrada aqui. Pesada carga para el excadete llevar ese estigma tantos años. Ahora se ha suplantado por el sida, pero siempre encuentran la forma de meternos miedo para no ser libres sexualmente. Maravillosa costumbre la de los isleños, analoga a la de los esquimales segun se cuenta. Tu texto es totalmente disfrutable de principio a fin, me encantan los paseos que me llevo siempre de aqui. Mis estrellas. ***** Malomo
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