Un parpadeo,
un grito,
solo eso,
o, por lo menos, un susurro.
Una trompada al viento,
un temblor en el pulgar.
No sé.
Algo que puedas.
Algo que, hasta hace unos días,
no era más que un acto involuntario,
como el reflejo de espantar una mosca.
Solo eso necesitas.
Necesito.
Pero hoy ya no es tan sencillo.
Una respuesta tuya
bastaría para mover cielo y tierra,
para hacer que se volviesen a revisar
las leyes eternas,
esa interacción implícita y reglamentada
entre lo simple y lo sagrado,
ese muro invisible
que no se puede traspasar.
Por eso no harás nada.
Ya está estipulado para ti
el corte transversal,
la apertura ósea,
la inspección entrañable
sobre la mesa metálica
que tiene un orificio en el medio.
Para mí está estipulado
respirar profundo,
morderme los labios...
Y cuando se agite mi interior,
cuando esté seguro de no poder más,
también está estipulado
enjugarme las lágrimas,
pobre niño,
pero después de quitarme los guantes.
L.G.C.
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