El primer maestro
Hace más de quince años conocí a mi primer maestro.
Era viejo, y no lo digo por su edad, sino viejo en derrotas y viejo en mañas.
Sabía lo necesario para vivir, como todo viejo maestro.
Yo lo admiraba, y lo sigo admirando,
aunque muchos decían que era maligno,
que su rostro bueno solo era un truco para lucrar.
Él sabía cantar, y me hablaba mucho de su gran maestra de canto,
a quien admiraba profundamente.
Tenía nombre de virgen —me gustaría conocerla, claro, si aún sigue viva—.
Pero volviendo al relato: he de contarles que este diablo bueno
sabía tocar y hablar muy bien también.
Tenía, eso sí, un punto débil:
tenía miedo de hacer el ridículo.
Eso lo limitaba.
Se encasillaba tanto en su rol de caballero inglés
que no podía ser muy extrovertido ni demasiado divertido.
Y esa represión le trajo problemas en su futuro como artista.
Recuerdo muy bien sus palabras.
Me decía:
—Allá afuera hay un mundo que, por más que lo veas,
no sabes cuál es.
Es un mundo oscuro y peligroso.
En ese momento, cuando yo tenía menos de veinte, no lo entendí.
Pero ahora, con más edad, lo comprendo.
En mi juventud vi lo malo en él y me puse en su contra.
Era su mente contra la mía. Y él siempre ganaba.
Ahora lo recuerdo con cariño y admiración.
Solo faltó añadirle tiempo a mi percepción.
Él fue quien leyó uno de mis poemas y me dijo:
—Vaya, Pelucho, estás enamorado.
Yo quise responder:
—Estoy enamorado del amor —augurando que mi plan no funcionaría—.
Pero mis labios dijeron:
—Es que me gusta una chica y quiero conquistarla.
Entonces, mi maestro Mefistófeles me dijo:
—Yo tengo una canción que hice para una chica.
Y era cierto.
Era una canción muy bella,
y supongo que la chica habrá sido igual.
En fin, para terminar el relato, les cuento que
el deseo de un mejor maestro para mi agrupación se logró a medias.
Él dejó de enseñarnos, y vinieron múltiples sustitutos,
pero ninguno fue como él.
¿Dónde estará ahora?
Quisiera decirle cuánto respeto y cariño le tengo.
Aunque fue un diablo, supo formarnos bien.
Ojalá algún día lo vuelva a ver
y pueda invitarle una gaseosa Coca-Cola,
porque él, alcohol, no toma.
Saludos, querido maestro Mefistófeles.
Para Oscar Valdivia, Tuno fundador de la facultado de Derecho de la universidad San Martín de Porres.
|