EL PINTOR DEL SOL

Apenas nacido, la parturienta lo llevó hacia la ventana y dejó que los primeros rayos solares del amanecer, le dieran la bienvenida a la vida. ¿Acaso allí empezó su amor por el sol? Sí, porque ya de niño lo dibujaba en muchas curiosas circunstancias: viajando sobre un barco, sumergiéndose sonriente en el mar, persiguiendo a la luna, con un abrigo para cubrirse del frío, etc. Y esa extraña fascinación por el astro rey la continuó en su juventud, afilando su vocación en un instituto de arte de su ciudad. Ahí destacó largamente sobre el resto. Sus profesores quedaban boquiabiertos por el embrujo de sus soles al óleo. Concientes de su gran talento, no tardaron de conseguirle la beca que merecía, para que se perfeccionara en el “The Art Studio de Nueva York”, una de las escuelas de pintura más prestigiosas del mundo. Pero el problema era que su país estaba descalificado, por cuestiones políticas, para que sus ciudadanos solicitaran visa.

Pero aquello no lo detuvo y con algunos ahorros que tuvo, se embarcó a la frontera mexicana. Sabía que su genio sería reconocido en la ciudad de los rascacielos. Allí tendrían la dicha de espectar sus incomparables soles y por ello, lo ayudarían a obtener sus documentos para trabajar tranquilamente y seguir deleitándolos con sus pinturas solares.

Pagó 800 dólares al “coyote” que lo hizo cruzar por un río. Ya en tierra de Edgar Allan Poe, el tipo le dio instrucciones para que caminara por cierta ruta una media hora, hasta llegar a una caseta abandonada, donde un auto lo esperaría para llevarlo a Texas y luego un bus a Nueva York.

Y caminó no solo media hora sino una y dos y tres horas, sin encontrar el referido auto. Se perdió en el desierto interminable e infernal. Ya agotado, cayó boca arriba. Murió sonriente, perdonándolo, mirando con amor al sol.