Visitar la tienda de libros de Frau Heike es una experiencia que nunca será rutina. Ella no vende los libros que gustan en el mercado. Si vas en busca del último bestseller o de un Harry Potter, te señalará con una sonrisa amable que a dos calles hay una librería donde podrás encontrar lo que deseas. Su sonrisa cálida y su voz tranquila son la verdadera magia en ese laberinto de libros, discos de vinilo y bustos griegos.
No sé si vende mucho, pero los clientes asiduos somos pocos y rara vez he visto a alguien más cuando voy a comprar un libro. Los libros que ofrece son de anticuario, usados, cuyos títulos y autores son clásicos, contemporáneos o incluso modernos, pero son libros que el lector debe ganarse con horas de lectura y curiosidad intelectual. Frau Heike acomoda los libros donde quiere o le conviene, sin orden ni sistema. Si le preguntas por un libro en especial y no sabe dónde está, te pide un par de días de paciencia y tu número de teléfono para avisarte cuando lo haya encontrado. Siempre los encuentra.
Entrar en la tienda de Frau Heike agobia la primera vez que la visitas, porque nadie está preparado para caminar por esos pasillos muy angostos y laberínticos, formados entre torres de libros que alcanzan hasta cuatro metros en esa antigua casa de techos altos. Las estanterías están repletas de lomos de todos los colores y materiales, con hojas de papel blanco o gris, a veces oscurecidas por el largo tiempo de reposo.
Nuestro primer encuentro, hace veintiséis años, fue neutral. Ella me saludó con su típica sonrisa amable y yo, como lector habitual, fui al grano: le pregunté por el libro Alejandra, de Licofrón, en la excelente traducción al alemán de Heinz-Günther Nesselrath. Era un libro que había buscado durante años y no lograba encontrar. Un amigo me recomendó ir a Frau Heike, diciéndome que si ella no lo tenía, nadie lo tendría.
—¿Cuál es su idioma materno? —me preguntó con voz cuidadosa.
—El castellano, ¿por qué lo pregunta?
—Porque usted me pide una traducción en alemán, y yo podría ofrecerle una en español, la traducción de Manuel Fernández-Galiano. Es la mejor que existe sobre ese poema oscuro, lleno de enigmas, alusiones eruditas y simbolismos. Es impresionante, sobre todo si se toma en cuenta que es un largo monólogo en la figura de un esclavo. El libro llegó a mí por azares del destino y sabía que en algún momento encontraría al lector adecuado. Y mire, usted está aquí.
Frau Heike fue a buscar el libro y, después de un cuarto de hora, escuché que me llamaba desde algún rincón:
—¡Venga, ya lo encontré!
La busqué siguiendo la voz. Tropecé con antiguos tomos que había en el suelo; creo que pisé algunas primeras ediciones. La encontré sentada en un viejo banco de caoba, con sus finas manos blancas que arrullaban una edición de pasta dura y hojas finas.
—¿Cuánto quiere por el libro? —pregunté con discreción.
—¿Cuánto me quiere dar?
No supe qué responder ante tal pregunta. Ella me dijo que le diera lo que pudiera o quisiera darle, que el precio no importaba; ella quería que el libro estuviera en buenas manos.
Así es el negocio de Frau Heike: se preocupa por el destino de sus libros. Los vende a precio de bicoca cuando siente que la unión entre el lector y la obra es perfecta, y niega la venta cuando le parece una injusticia dejar en manos equivocadas obras que considera de gran valor. Cuando encuentro algún título preciado en el laberinto de su tienda, evito alegrarme demasiado, porque nunca sé con certeza si me lo venderá o me dirá que no, que lo siente, pero que para ese libro yo no soy el lector que ella cree conveniente.
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