Stand-Up: “El Lucho”

(Adaptado del Cuento "El Lucho")

(Luces. Aplausos. Te acercas al micrófono, tono relajado pero indignado.)

Buenas noches, gente…
¿Les ha pasado que hacen un trato con alguien… y después se dan cuenta que el único que cumplía eras tú?
Sí…
Yo tuve un amigo. Luis. Pero pa' esta historia lo vamos a llamar como le decían en su casa: Luchito.
(ironiza)
Sí, porque él no era Luis, ni siquiera Lucho. Era Luchito, el universitario. El ingeniero. El mártir de la bocina.

(risas)

Yo tenía moto. Y la brillante idea de tomar los ramos más temprano en la universidad. ¿Por qué? Porque odio dormir, al parecer.
Entonces hicimos un trato: yo lo pasaba a buscar todos los días y así íbamos juntos.
¿Y él qué ponía? Nada. Él se subía.
Era como cargar una mochila que también se quejaba.

(risas)

Yo salía puntual, 6:55 AM. Me estacionaba frente a su casa, moto encendida, casco en mano… esperando al elegido.
Dos minutos...
Nada.
Apago la moto pa' que no se caliente.
Empiezo a tocar la bocina.
Pi-pi, pi-pi, pi-pi...
Como una alarma sísmica en la calle.

(risas)

Y ahí aparece Luchito, despeinao, con un pedazo de pan en la boca, como si fuera un anime de flojera.
Y con toda la calma del universo se pone el casco, masticando todavía.
Y yo pensando: "¿Esto es un compañero o un fardo de heno?"

(risas)

Lo peor es que cuando le decía: “¡Vamos atrasados!”
Me respondía:
“Tranquilo… si llegar dos minutos tarde no es tan grave.”
Dos minutos él…
¡Yo tenía que dejarlo en su edificio antes de ir a estacionar la moto!
¡Entonces si él llegaba tarde, yo llegaba atrasadísimo, corriendo como Naruto por el campus!

(risas y aplausos)

Y lo más hermoso…
¡Su mamá empezó a decirle a todo el barrio que yo lo molestaba!
¡Que lo despertaba a “medianoche” con la bocina!
¡A las siete de la mañana!
Y yo como: “Señora, si su hijo fuera puntual, yo estaría durmiendo”.

(risas fuertes)

Y en el barrio se empezó a correr el rumor...
“El vecino ese de la moto... qué obsesionado con el Luchito”.
¡Claro! Porque la gente pensaba que yo lo pasaba a buscar por afecto!
¡Por gusto!
¡Por amor quizás!
¡NO, señora!
¡Era un trato, un pacto entre caballeros... que él olvidó al segundo día!

(aplausos)

Y esto no termina ahí. Una noche fuimos a una fiesta con unos amigos en mi Renoleta.
Yo puse el auto, la bencina, la cuota del trago…
Lucho no puso ni las ganas.
Él decía que estaba pobre porque estudiaba…
Y yo, que según su mamá no era universitario, pagaba todo. ¡Cómo no!

(risas)

Volviendo de la fiesta…
¡PUM! Pincho el neumático.
Yo me bajo, saco la gata, el repuesto, todo el ritual.
Y Lucho dice: “Voy a la bomba a comprar cigarros.”
¡Y se van todos con él!
¡ME DEJAN SOLO CAMBIANDO LA RUEDA!

(pausa dramática. Mirada seria al público.)

Y ahí, amigos… ahí me iluminé.
Cambié la rueda.
Subí al auto.
Y los dejé botados.

(ovación y carcajadas)

Nunca supe cómo llegaron a casa. Si caminaron, si hicieron dedo, si llamaron a un Uber del 1800...
Lo que sé… es que al otro día su mamá ya estaba feliz:
“¡Qué bueno que el niñito de la moto ya no venga a molestar a mi Luchito!”

(risas)

Y yo feliz también.
Porque por fin dormía una hora más.
Y entendí que en esta vida hay tratos… y hay trampas disfrazadas de trato.

(mirada intensa, tono solemne)
Y esa fue la última vez que fui socio de nadie.
Especialmente de alguien que aún desayuna a las 7:05 con los ojos cerrados y la conciencia apagada.

(aplausos. Sonríes. Vas saliendo con una última frase.)

Gracias, gracias. Cuídense de los Luchitos…
Y nunca presten la moto. Ni el corazón.