El vendedor de juguetes

—Es hora de trabajar —dijo el joven.
Tomó su bolsa llena de juguetes y se fue al mercado.

Extendió un trapo en la acera,
acomodó sus juguetes —que él mismo sabía hacer,
pues era un buen juguetero.

—¡Qué buenos juguetes hace usted, joven! Necesito unos juguetes,
pero los quiero para hoy.
Claro, claro, soy Don Emilio.
Hoy voy a verte de nuevo alrededor de las 6:00 p.m.
Necesito al menos un juguete que pueda sorprender al cumpleañero.

Y así, vendió sus juguetes a Don Emilio
durante cada cumpleaños.

Don Emilio, que era un hombre de buen corazón,
puso al juguetero en su testamento.

Y cuando Don Emilio se fue con Dios,
al juguetero le pasaron la voz para recibir su herencia.

El juguetero recibió la herencia:
era un cofre muy fino.

Emocionado, se dispuso a abrirlo.
Y lo que encontró fue…
un peine de oro.

—Justo lo que quería —dijo el juguetero,
y se dispuso a peinar su cabellera frondosa.

Para el mejor compositor peruano que aún vive, gracias a Dios:
mi muy querido Gian Marco.