Me citaron a un hospital escuela a una hora y media de mi vecindario. Y mi seguro de retirado sé encargaría del transporte. Qué al reservarlo, me preguntaron sí el servicio era de puerta a puerta, la cantidad de personas incluidas y el día y la hora de la visita. Y, por supuesto, que el algo ritmo daría la ruta y el tiempo del recorrido.
Pero la hora de procurarme no sé cumplió y al llegar, el vehículo no guardaba proporción con el grupo’. Y el conductor, un compatriota muy conversador, inició con la historia familiar suya. Un hecho qué forzaba a qué apareciera la nuestra. Cosa que traté de eliminar con un truco: mi admiración por el sólido bosque que bordeaba las exquisitas mansiones a ambos lados del camino.
Más, el compatriota, quién además era oriundo de una provincia colindante con la mía, regresó a su tema de manera abrupta. Dónde su padre fue un ser recurrente hasta el final de la jornada. Y el chofer, a duras penas, me permitía algunos puntitos de refuerzos temáticos en todo su discurso. Hasta qué de tanto hablar de la vida y los milagros de su progenitor, el hombre me lanzó una pedrada rompe tema.
Qué fue la de preguntarme la edad. ¡Dato que recibió con ciertas rechiflas! Porque difería por mucho de la suya. Y fue chocante el cambio de su ánimo a partir de aquel momento. Y le noté crecido. Y tanto, qué reveló la suya con orgullo. Sobre todo, porque la mía la excedía en quince. Sin embargo, lo contundente fue la desaprobación de mis aportes a su tema, en lo recorrido hasta ese momento.
Y el hombre en un pleno plan descalificativo, encontró la forma de disminuir lo dicho por mi. Y lo basó en el ‘absurdo’ de que yo era mayor que él. Y, a pesar de yo estar a sus espaldas, le noté el cambio sufrido por su rostro, al revalorar mis aportes a su monólogo. ¡Tildándome de exagerado! Entonces, callé por el resto del camino.
Y mi esposa en un inocuo intento por defenderme, le dijo qué yo era ‘un escritor’.
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