El hombre estaba sentado a la mesa, en la cocina. El silencio solo era interrumpido por el murmullo constante del refrigerador mientras degustaba unos crocantes chicharrones de cerdo. Desde su asiento, comenzó a ver una imagen pequeña primero, y luego cada vez más grande, como un reflejo en la brillante licuadora metálica dispuesta sobre la encimera de melamina. Parecía la silueta de un hombre esbelto, vestido totalmente de negro. El hombre que se reflejaba se había parado junto a él, pero, perplejo, volteó a su alrededor para comprobar que aquello era una jugarreta de su imaginación. Luego volvió a fijar su vista en el reflejo, y esta vez, aquel reflejo de hombre, le saludó levantando su mano derecha, agitándola de lado a lado. Acto seguido, el reflejo lo tomó del cuello, y entonces, el hombre comenzó a convulsionarse con un pedazo de chicharrón que en su garganta se había atorado.

El hombre cayó muerto en el suelo.