Me desperté con un punzante y horrible dolor de cabeza. Había tomado demasiado, completamente solo, dos botellas de vino. No recordaba nada.
Me levanté en automático, fui a vomitar al baño y al volver vi las botellas vacías y un solo vaso. No me sorprendió. Siempre estuve en las últimas, y mi alma vive demacrada. Me puse de buen humor. Me hizo gracia pensar en palabras como “demacración”. Sí, soy un escritor de cuentos cortos y borracho, otra copia barata de Bukowski. Y está bien así.
Me puse a cocinar. Era de día, pero tan nublado que parecía de noche… o capaz era de noche. Tenía una cebolla germinada, unos dientes de ajo, unos tomates demasiado verdes, condimentos, mucho picante.
Entonces escuché la voz del vecino en el pallier. Se escuchó clarito:
—Qué raro que el vecino cocine a esta hora.
Qué mierda le importa, pensé… y seguí en lo mío, mientras me cantaba un tango, que no me gusta el tango, pero “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamiento…” y blablablá.
Se cocía la salsa, puse los fideos y me serví un platón enorme. Me senté y justo escuché que volvía el vecino. Estaba en el pallier. Así que empecé imitándolo. Dije fuerte y claro:
—Qué raro que el vecino cocine a esta hora.
Escuché un ruido, como si se acercara a mi puerta. Entonces grité:
—¡QUÉ RARO QUE EL VECINO COCINE A ESTA HORA!
Y empecé a cantar y repetir una y otra vez. Sonaba así:
—Qué raro que el vecino cocine a esta hora, qué raro que el vecino cocine a esta hora, qué raro que el cocino vecine a esta hora, qué raro que el vecino coma a esta, qué raras las horas de comer del vecino, qué raro el vecino.
Lo escuché dar un portazo y me reí. Pero redoblé la apuesta: fui a abrir la puerta de casa y seguí cantando, y ahora golpeaba con el tenedor el vaso, las botellas de vino, el plato, la mesa, mientras aprovechaba e iba comiendo.
—¡QUÉ RARO QUE EL VECINO COCINE A ESTA HORA!
Entonces apareció mi chica, que tiene llave de casa y había entrado al edificio. Según ella, habíamos quedado. Cuando llegó, enseguida se preocupó mucho y me preguntó qué pasaba. Vi que el vecino se asomaba.
Y le dije:
—Mirá, lo escuché a ese que hablaba de que estaba cocinando en un horario extraño.
Entonces, mientras bailaba y volvía a la mesa a golpear las botellas de vino con el tenedor, volví a gritar varias veces:
—¡QUÉ RARO QUE EL VECINO COCINE A ESTA HORA!
Y por supuesto, mi novia ahora empezó a copiarme, a imitarme, y los dos nos burlamos de la situación mientras el vecino daba un portazo y gritaba cosas sin sentido, como que iba a llamar a la policía y eso.
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