Hace un par de años, en el marco de una investigación me dirigía para Turbo. Era la primera vez que me iba a hacer campo (como le decimos en la investigación al ejercicio de ir a un lugar específico para contactarnos con ciertas realidades sociales sociales) yo solo. Partí desde Bogotá y no fui directamente por la vía al mar de Medellín, sino que paré en Montería, pues como viví ahí habían personas que quería visitar, además de conocer el archivo de Orlando Fals Borda que resguarda el Banco de la República debía buscar información con gente de la zona, pues había arrancado hacia el caribe con la certeza de entrevistar a dos personas solamente, fue en Montería que pude contactar a Victor Negrete y este me ayudó pues me dio entrada con los contactos más prolíficos para ese ejercicio de investigación.
La vaina es que de Montería debía llegar a Turbo. Cuadré las cosas con el sindicalista del banano que iba a etrevistar para yo poder parar un día en Necoclí, pues quería conocer ese lugar y echar playa. Fue en las horas de la tarde, muy próximas a que se ocultara el sol que llegué a Necoclí. Debo aclarar que yo iba un poco ensimismado con mi tema, pensaba mucho en eso pues me sentía culpable por no estar lo suficientemente preparado, también la revisadera de archivos me hacía pensar casi que solo en el tema, no sobra hablar de la ilusión que tenía de que el tema era ya suficientemente integral y desde ahí yo estaba viendo todo el resto de la sociedad y la historia. Sucede que segundos después de bajarme del bus y pisar Necoclí vi a un par de hombres asiáticos, hablando en un idioma extraño, se me hizo muy raro.
La luz estaba baja por las nubes, el viento no estaba. Apenas me bajé yo ya tenía mi plan; buscaría la playa para colgar la hamaca y dormir ahí, para no pagar hotel, es que con un primo tenemos la maña que si vamos a un pueblo con playa nos quedamos a dormir ahí, así no pagamos hotel y podemos nadar cuando queramos, además usualmente en las playas ventea y así no molestan los mosquitos. Antes de salir de Montería le pregunté a mi primo (pues sabía que él ya había ido varias veces a la región de Urabá):
– Primo ¿en Necoclí uno se puede dormir en la playa cierto?
– Claro pri, Necoclí es como Coveñas, es bastante turístico, ya tu sabes como es la vuelta.
Cuando me acomodé las mochilas y la maleta y pregunté cómo llegaba a la playa me indicaron que la playa estaba llena (lo cual se me hizo raro, no entendí por qué me lo indicaban), en el camino empecé a comprobar lo que mi primo me había dicho; habían bastante hoteles y hostales y varios grupos de extranjeros, sin embargo ese ambiente de pueblo costeño imperaba. En un momento paré en una tienda a hacer lo que hago siempre que llego a un pueblo; charlar del pueblo, preguntar. Me compré algo para beber y le preguntaba al tendero: ¿uno se puede quedar en la playa? ¿es seguro? ¿por qué me dicen que la playa está llena? ¡Hay bastante turista extranjero! Pensé que por lo alejado y la región no era así.
Fueron las preguntas correctas, el tipo me contextualizó, me ubicó, claro que como buen andariego hice más preguntas, sobretodo de la historia reciente, aunque la charla fue breve. Lo primero que me dijo fue ¿vas a migrar? Le respondí que no, que soy de Bogotá y que estaba de paso pues debía reunirme con alguien en Turbo (también aproveché en un momento a probar suerte a ver si él me dejaría dormir en la tienda o en algún lugar, el tipo era muy amable pero no podía), pero se me hacía extraño esa pregunta ¡es que iba tan ensimismado que solo iba pensando en la memoria histórica, en el movimiento campesino, en la lucha por la tierra y en que estaba en Urabá (todos me decían que tuviese mucho cuidado) que olvidé por completo que esa es la mejor entrada para el Darién!
El tipo de manera amable me empezó a contar que desde hacía muchos años que la gente migraba por ahí, que antes eran haitianos y cubanos, pero que desde que comenzó la migración venezolana todo había cambiado, ahora el Clan del Golfo había hecho un circuito y hacen de guías y controlan el negocio de la migración allá en la selva, que la playa estaba llena porque había tanto migrante que no todos podían salir y que duermen en la playa porque así no tienen que pagar, que es completamente seguro, pues en el pueblo hay ley y quien la caga las paga. Después de la charla salí hacía la playa, pensé que si había mucha gente durmiendo ahí debía apresurarme a buscar mi lugar, como ya había estado en varias zonas de Colombia en el que grupos armados ejercen control me despreocupé un poco pues realmente esas “zonas calientes” pueden llegar a ser seguras, además que la fama de los paracos en la zona me hizo pensar que realmente estaba todo vigilado y nada se podía perder.
Unos metros antes de llegar a la calle que está frente a la playa de una casa de madera me llamaron “¡oye!”. Desde que el señor de la tienda me comentó eso yo estaba mucho más pendiente, detallando todo, grabando en mi memoria, entendiendo por qué lo primero que vi fueron dos asiáticos, desde el punto en el que estaba ya veía la playa repleta de hamacas y carpas, de gentes y basura. Cuando atendí el llamado volteando la cabeza vi a dos mujeres jóvenes saliendo de la casa de madera “¿vas a migrar?” me dijeron ya en frente de mí. Les respondí que no. Me dijeron que pensaron que era un migrante, yo respondí “y si fuera un migrante ¿qué me iban a decir?” pues ya había notado que la casa de madera tenía símbolos religiosos y de instituciones. “Te daríamos información y recomendaciones para el viaje, puede ser muy peligroso, si vas a migrar no tengas pena y entra para que conozcas tus derechos y sepas defenderlos”, solo resolví contestar; realmente no voy a migrar ¿pero entonces aquí enseñan a defender los derechos en el monte? En medio de una risa nasal breve. Me contestaron que sí y yo simplemente seguí.
Cuando crucé y ya pisaba la playa ya estaba en medio del gentío, no habían lugares disponibles, cada grupo se adueñaba de un pedacito de playa, habían carpas hasta en el anden, las hamacas abundaban menos porque no había mucho de qué colgarlas y muy pocos fogones. En medio de mi búsqueda de un lugar vi diversidad de gente, pero la mayoría de personas eran de Venezuela (como que los migrantes de otros origenes se veían en mejores condiciones, seguramente porque habían caminado menos), otros de otras partes de latinoamérica, gente caribeña y varios colombianos, vi madres con bebés de brazos y e infantes de menos de 10 años, grupos grandes, gentes con la piel cascada del sol y el viaje, con la ropa sucia, trajinada, llevando y trayendo comida, cosas, papel higiénico, en resumen las vueltas normales para la vida. Cuando estaba viendo que estaba jodido el tema de encontrar mi lugar para mi hamaca abordé a un tipo, el men tenía más de 30 pero menos de 40.
– Ey ¿tu sabes dónde puedo colgar la hamaca? Es que no tengo mucho dinero para un hotel.
– Te toca buscar, pero hay pocos palos pa guindarla. Si no encuentras te puedes quedar con nosotros ¿tu vas a migrar?
– No no, es que mañana debo llegar a Turbo pero quería conocer Necoclí, vengo viajando barato entonces quisiera no pagar hotel ¿tu vas a migrar?
– Sí, yo estoy esperando mi turno para salir, ya compré la cruzada.
– Y ¿cómo es eso de cruzar? ¿cómo se hace? ¿de dónde eres?
– Yo soy venezolano. Mira, primero hay que pagar la cruzada, es como un paquete, le pagas al Clan 500 mil pesos por el coyote, ahí te dan una manilla, como si fuera un hotel o una discoteca, eso te asegura que te guían y te cuidan ellos allá, que si te enfermas o algo así ellos ayudan. Cuando tienes la manilla ya puedes comprar la lancha para uno de los 3 puertos; Capurgana, Acandí o Trigana, lo que pasa es que hay mucha gente y salen 2 lanchas al día entonces estamos represados, por eso la gente está en la playa, porque están esperando y no pueden pagar hotel porque allá hay que tener dinero, igual, lo más duro es ese pedazo del Darién, después de eso, que son como 15 días caminando, uno llega a un río que es la frontera con Panamá, ahí le pagas a los indígenas para cruzar el río y para iniciar el camino hasta donde ya hay carretera, de ahí pa delante es fácil, lo duro es aquí, por la caminada, pero ya después es carretera, hasta Estados Unidos.
– No mano, cómo va a decir que fácil si queda mucha tierra pa llegar y he escuchado que en México está hijueputa la migración, hasta devuelven a los que llegan en avión y con vuelo comprado a Estados Unidos ¿vas solo? ¿no te da miedo? Ahorita unas chinas me iban dizque a enseñar a defender mis derechos en el Darién, además un tío en Montería me advirtió que acá se pierde la gente, que hay que tener cuidado.
– No no, miedo no, como te digo uno paga y ellos lo cruzan, además ya venimos caminando desde Venezuela, ya hemos pasado de todo, lo que te digo, lo duro es caminar esa selva, pero ya estamos preparados y cuando lleguemos a la carretera eso es derecho. Yo ya tengo familiares y amigos en Estados Unidos y me están esperando, ahora voy con familiares.
Después de esa charla inicial me acompañó a buscar un lugar, búsqueda no exitosa pues toda la playa estaba repleta. A raíz de esto me ofreció nuevamente quedarme con ellos, yo accedí pues realmente iba viajando barato, el recorrido iba así; inicialmente fui de Bogotá a Surimena, a una vereda en la que me encontraría con otro sindicalista para una entrevista, fue barato pues mi expareja me alojó en su casa en Villavicencio y cuando llegué a Surimena a la vereda los sindicalistas me gastaban todo, hasta la pola. Después de eso salí a Montería para estar unos días, revisar el archivo y levantar más información, tengo familia ahí entonces no gastaba en comida ni en alojamiento, seguido de eso estaba el encuentro en Trubo y por cosas de la vida había conocido una mujer que me recomendó a una amiga de ella que vive en Turbo para que no tuviese que pagar hotel
(esa será otra historia), después de eso debía ir para Lorica y Sincelejo, mi presupuesto era solo de 500 mil pesos, un hotel me descuadraba bastante.
Cuando ya había accedido él me presentó al grupo, me mostró el lugar, me dio los trucos para dormir y que despertarme si me quieren robar o esculcar las maletas, me dijo que como era mi primera noche que me harían dormir entre ellos para reducir las probabilidades de algo así. Me mostró los baños que la alcaldía había dispuesto, dónde se lavaba la ropa, dónde se conseguía agua. Entre la charla todos preguntaban ¿cuando viajas? ¿tienes el dinero o estás esperando a completarlo? ¿vas solo? ¿ya pagaste?, mi mismo guía se repetía en algunas preguntas que ya me había hecho, pues no me creía, él creía que yo también migraría como la mayoría de personas en la playa, creo que suponía que yo estaba actuando con cautela o con vergüenza. En esto me mostró donde se ponen y reciben giros de dinero “por si estás esperando a que te manden para completar el dinero”, también me llevó a varios lugares que vendían almuerzos, cenas y desayunos a 4mil pesos, era un trato muy amable y solidario en caso de que yo estuviese ahí, pretendiendo migrar y todo perdido sin saber muchas cosas, yo estaba maravillado por cómo el fenómeno de la migración se presentaba a mis ojos y cómo alteraba esa región (por ejemplo habían muchos comerciantes, sobretodo paisas, con puestos en los que vendían carpas, linternas, cuchillos, machetes, estufas portátiles, en fin; todo lo necesario para cruzar el Darién, mi guía me presentó al que él consideraba el mejor de esos comerciantes y le hizo decirme qué tenía, para qué servía y cuánto valía, estos puestos abundaban en el pueblo), tan cercana a la Montería en que viví y a las playas donde nadé de niño.
Cuando ya estaba cayendo el sol nos dirigimos de nuevo a la playa, para que yo dejara mis cosas ahí pues desde que llegué estaba cargándolas, cada grupo que se apropiaba de un pedazo siempre dejaba a algunos cuidando las cosas mientras los otros se movían. Había más gente que cuando llegué, en la noche se congregaban las personas para alistarse para la noche, sobretodo para los niños, aunque todavía había sol. En medio de que estaba arrodillado en el suelo alistando mis cosas, moviendolas de un lado a otro, sacando lo necesario saqué mi portátil de la maleta un momento, para acomodar las cosas en el interior de la maleta. Cuando terminé con mis maletas mi guía me dijo “Ya no te puedes quedar acá, ya vieron que tienes un computador, y de día no pasa nada, están vigilando y cuidando pero de noche a oscuras te desbaratan y te roban eso”. La había cagado o puede que me hubiese salvado de un robo inevitable, la vaina es que ya ellos no me recomendaban quedarme ahí.
– Te toca pagar hotel, porque sino nos desbaratan y te roban, ya te vieron el computador.
– Jueputa y ahora a buscar hotel barato, gracias mano, por la amabilidad, me voy a buscar.
– No no, esperate, acompañame un segundo.
Le seguí con mis maletas, cruzamos la calle a la otra acera y él se dirigió a un muchacho (antes ya me había comentado que ellos son los que cuidan; la gente del Clan del golfo), le empezó a decir “Mira es que el muchacho se iba a quedar en la playa pero le vieron un computador y no quiere que se lo roben ¿tu le alquilarías una habitación baratica?” señalando unas puertas que estaban detrás del muchacho. El tipo preguntó a otro men, el cual le indicó que no había cupo, me dijo “ya están llenas, le toca en hotel”, yo le dije que me recomendara uno barato, a lo que el tipo me dijo que lo acompañara, fue ahí que me despedí de mi guía, le agradecí nuevamente, le deseé suerte y fuerza para el viaje, le abracé y seguí al paraco, en esos minutos ya había iniciado la noche.
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Me animé a escribir esta historia mía después de una clase en la universidad en que tocamos la migración venezolana. Todo desplazamiento (esa es la palabra que usamos acá, desde el fenómeno de la migración interna) es forzado dice un tío mío y por ahí se lo habré escuchado a un par de académicos con doctorado, esta es una pequeña manera de combatir el olvido mío y de exaltar un fenómeno que muchos en Colombia solo pretendimos contemplar, que al igual que con los despojados colombianos muchos vieron con repudio y desprecio, es una manera de hacer homenaje y memoria a los migrantes, que por las condiciones que se les imponen saben ser amables y saben qué es el desprecio y la vida dura. En esas pocas horas esos migrantes me acogieron, me generaron confianza en una región que desde Bogotá me daba algo de miedo (y eso que soy andador), me generaron confianza en medio de paracos y migraciones de africanos, latinoaméricanos y asiáticos, en un pueblo donde mi tío que trabaja en la fiscalía me dijo “si te empieza a hablar una mujer muy bonita ten cuidado que allá trafican órganos”, yo sabía que no me creían y que me veían como otro migrante y me contextualizaron para que pudiera estar ahí, con amabilidad, aunque como buen desconfiado pensé en algún momento que perfectamente ellos podrían ser quienes me iban a robar esta sensación se acabó cuando me compartían de sus cigarrillos (porque vieron que yo no compraba nada), cuando la señora me dijo que dejara las maletas que ella las cuidaba y sobretodo cuando al ver mi portátil me advirtieron que no pasara la noche ahí. Yo no recuerdo de qué parte de Venezuela venían, ni el nombre del men que me guió, recuerdo que él ni siquiera me preguntó el nombre, solo quería que yo supiera algunas cosas para que no andara perdido, tampoco preguntó de donde era, mi historia no les interesaba mucho, más bien les preocupaba mi desconocimiento y soledad, espero que más allá de haber logrado sus objetivos estén donde deben estar, ojalá juntos aunque el camino es duro y nos pone a cada uno en el lugar que corresponde, espero que realidades tan duras dejen de pasar indiferentes para nosotros; los humanos, que podemos comprender y colaborar. Un saludo solidario a todos los migrantes del mundo, una invitación a sentipensar más para dejar la indiferencia y a cooperar, lo humano, lo social nos concierne a todos.
Un agradecimiento a la vida, a la UNAL por sus buenos espacios y a Farid Camilo Rondon Raigoza por sus buenas clases. |