Las cartas de Eugenia.
En una de esas tardes lluviosas de otoño, en las que no hay nada que hacer más que reunirse con amigos para pasar el rato en compañía, Raúl, Néstor, Ana y Claudia como tantas otras veces decidieron pasarlo en casa de Claudia.
La casa era antigua, pero muy bien conservada, pertenecía a la familia desde que los antepasados de Claudia la construyeron hacía por lo menos ciento cincuenta años.
La vivienda fue pasando de generación en generación hasta llegar a sus actuales ocupantes, Claudia y María José, su abuela.
Los padres de Claudia vivían en el campo, pero como ella estudiaba en la facultad de medicina, no le quedaba más remedio que vivir en la ciudad y ¿qué mejor compañía que la de su abuela?
No era que no le gustara la ciudad, pero el campo tenía su encanto.
Al llegar sus amigos, se acomodaron en el comedor mientras que su abuela terminaba unas ricas pizzas caseras, ella sabía que a esa edad los muchachos siempre tienen hambre.
Néstor y Ana eran novios formales desde hacía tiempo mientras que Raúl a pesar de estar enamorado de Claudia, aún no se lo había dicho.
Los cuatro amigos eran inseparables, salían estudiaban y trabajaban en el mismo supermercado.
Los domingos, día que se reunían para divertirse o estudiar, lo hacían casi siempre en lo de Claudia.
María José era una abuela muy joven y no había nada que le agradara más que estar rodeada de jóvenes alegres.
Luego de jugar a las cartas, comer pizza y tomar unos cuantos refrescos la abuela de Claudia los invitó a ir al sótano pues era la única parte de la casa a la que los muchachos jamás habían ido.
Todos estuvieron de acuerdo y luego de dejar en orden el comedor, bajaron al sótano.
El lugar era inmenso, toda la parte inferior de la casa le pertenecía.
Había mucha luz y todo estaba ordenado, el esposo de María José, el abuelo de Claudia lo había arreglado a su gusto y en él se reunían a jugar al billar y hasta a bailar.
No faltaban viejos baúles pertenecientes a antiguos miembros de la familia que habían fallecido muchos años atrás.
Ana, que era la más alegre del grupo pidió permiso para poner viejos discos en el antiguo tocadiscos que a pesar de los años funcionaba perfectamente.
Muy contentos se pusieron a bailar y a cantar al compás de viejas melodías.
De pronto Raúl comentó… – La de cosas que tendrá ese viejo baúl y de las cosas que les dirían si pudiera hablar. ¿Será posible que podamos verlas?
–Por supuesto que sí, dijo María José, creo que aún están las llaves detrás de ese viejo biombo.
Raúl sacó un manojo de llaves oxidadas y con ayuda de aceite de máquina, logró abrirlo.
Las prendas que tenía el baúl estaban armoniosamente dispuestas una a una en bolsas de papel.
¡Qué sorpresa se llevaron todos al comprobar que no solo ropa había allí, también había cartas atadas con lazos de colores!
La abuela tomó las cartas en sus manos sin dejar que los muchachos las leyeran preguntándoles si estarían interesados en oír una vieja historia familiar a lo que todos respondieron que les encantaría escucharla.
Y así comenzó el relato de la abuela de Claudia.
–Hace muchos años, en una época donde las mujeres no eran más que eso, mujeres que debían y habían nacido para servir a los hombres sin importar sus sentimientos y lo único que debían hacer era procrear, servir a su marido y tener la casa limpia, en esa época nació Eugenia, la hermana de mi abuela.
Eugenia era una mujer muy hermosa e inteligente que hubiera querido estudiar, pero su padre, un hombre rígido y aferrado a las costumbres de la época jamás permitió.
Ella estaba enamorada de un joven arquitecto que luego de estudiar en Roma, llegó a nuestro país con miles de proyectos por cumplir, pero sin un céntimo en sus bolsillos.
El padre de Eugenia no permitió ese noviazgo y obligó a su hija a casarse con un comerciante viejo que poseía una gran fortuna.
Eugenia, luego de la ceremonia huyó para no volver jamás, la única persona que estaba enterada era su hermana, mi abuela quien la ayudó a irse dándole todos sus ahorros que eran muy pocos.
Eugenia con la ropa puesta solamente tomó el primer tren que pasó sin saber ni siquiera a donde iba.
Al final del recorrido bajó y como ni conocía el lugar ni tenía dinero se refugió en una iglesia, les contó a las monjas lo que había hecho y estas decidieron ayudarla acogiéndola como a una de ellas.
Después de un tiempo, Eugenia le escribió a su hermana diciéndole donde estaba, pero le pedía que no le dijera nada a su exnovio.
Juan Carlos el que fuera su novio, no se resignaba a perderla y cada vez que veía a la hermana le preguntaba si alguna vez Eugenia se animaría a enfrentarse a su padre y pedir el divorcio.
Mientras tanto, Eugenia sufría su pena recluida en un convento siempre pensando en su amor, Juan Carlos.
Un día una de las monjas le preguntó por que siempre la veía tan triste y Eugenia le contó toda su desdichada vida.
Esa monja se hizo muy amiga de Eugenia y quiso ayudarla diciéndole que le escribiera cartas a su amor sin darle la dirección de donde estaba que ella se encargaría de mandarlas de distintas partes ya que ella era la monja viajera, la encargada de ir a iglesias de otras partes del mundo y así fue que la monja comenzó a llevar las cartas de Eugenia a Juan Carlos sin que él supiera nunca de qué lugar provenían. Muchas fueron las cartas que el joven arquitecto recibió, pero los años fueron pasando hasta que un día, cansado de esperar, el arquitecto se casó.
Eugenia al enterarse, murió de pena al poco tiempo.
El problema fue que la monja al estar tan lejos jamás se enteró y teniendo las cartas que de antemano había escrito Eugenia, las siguió enviando.
Esto intrigó mucho a Juan Carlos que, sabiendo del fallecimiento de Eugenia, no entendía quién continuaba enviándole cartas y se las llevó a la hermana de Eugenia quien quiso saber qué estaba sucediendo y habló al convento donde después de algunos interrogatorios, se supo la verdad.
Mi abuela guardó las cartas de su hermana en este baúl para que su padre jamás las viera. El arquitecto continuó su vida y Eugenia fue olvidada por todos, menos por su hermana.
Tan fascinados quedaron los muchachos con el relato de María José que no querían irse, pero al día siguiente debía ir a estudiar y a trabajar no tuvieron más remedio que despedirse no sin antes pedirle a la abuela de Claudia que el próximo domingo volvieran al sótano, estaban seguros de que ella tendría otras historias que contarles y les prometió que volverían al sótano y que gustosamente les contaría otra historia de los miembros de su familia, que eran muchos.
Cuando todos se marcharon, Claudia llamó a su abuela diciéndole lo siguiente.
–¡Abuela! No conocía esa fase de tu personalidad, mira que mentirles así a mis amigos.
María José no podía parar de reír cuando le contestó a Claudia lo siguiente.
–¡¿No crees que si en lugar de las cartas de Eugenia a Juan Carlos, les hubiera dicho que eran las cartas que le mandaba a tu abuelo cuando éramos novios, la hubieran pasado tan bien?!
Bueno, en realidad, no todo fue mentira, Eugenia existió y las cartas también solo que estas… estas son mías.
Omenia
Este fue uno de mis primeros cuentos, no recuerdo la fecha, pero hace muchos años que lo escribí.
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