Cuando no hay regreso.
Luego de una de las tantas discusiones que como siempre terminaban en golpes, palizas de las cuales más de una vez la dejaban en cama, la mujer se levantó, en un descuido de él salió a la calle y se perdió en la oscuridad de la noche.
El hombre al darse cuenta de lo que había hecho, comenzó a llamarla a gritos y a buscarla por el vecindario.
Tal era su desesperación al ver que ya no tenía el poder sobre ella que sin darse cuenta cayó de rodillas pidiendo perdón solo para percatarse de que nadie estaba a su lado para perdonarlo y eso lo hundió más y más.
La mujer a pesar de su inmenso dolor, tanto físico como mental, huyó a refugiarse donde nadie la viera por lo menos hasta estar segura de que él no podría volver a pegarle.
Entre lágrimas y gritos de dolor, el hombre vuelve a su casa y trata de llamarla por celular a todas partes, pero nadie la había visto, la tierra se la había tragado, pensaba, mientras que por todos los medios trataba de justificarse él mismo ya que no había testigos y al no poder hacerlo se refugió donde lo hacía cada noche, tras una botella casi vacía que le devolvía la hombría, aunque más no fuera por unos minutos hasta caer nuevamente bajo los efectos del alcohol.
Mientras tanto la desgraciada mujer corre hasta la casa de sus padres quienes, en lugar de ayudarla, le recriminan el no ayudar a su marido sin siquiera darse cuenta del estado de la mujer.
La noche se hizo demasiado larga, la calle no le daba seguridad ni abrigo y optó por ir directamente a una comisaría a denunciar lo sucedido.
Mientras tanto el hombre dormía la borrachera sobre un sillón de la casa esperando el nuevo día sabiendo que la mujer volvería, ella no sabría cómo vivir sin él además él la mantenía y las cosas debían hacerse como él las mandaba porque a pesar de quererla, él era el hombre.
Ya en la comisaría de mujeres, bajo la protección de otras mujeres, se sintió protegida como jamás había estado, allí le dieron de comer y la trasladaron al hospital donde sus heridas fueron curadas.
El problema sería al salir del hospital, no tenía a nadie, sus padres eran chapados a la antigua y el hombre siempre tenía razón y aunque su madre más de una vez hubiera sufrido malos tratos como ella, el temor no le permitía ayudar a la hija.
Mientras tanto la policía ya en la casa del matrimonio, arrestaría al hombre ni bien tuviera consciencia de lo que había hecho es decir cuando se despertara, algo que parecía no iba a ser pronto.
La sangre de la mujer estaba esparcida por todas las habitaciones al punto de que, si no la hubieran visto, la policía lo hubiera detenido por homicidio, aunque no encontraran el cuerpo.
A la mañana siguiente la mujer sale del hospital y sabe que está jugada, que es elegir su casa o la calle y decidió que volvería, nada más podía hacer.
Al llegar no encontró a nadie, a su marido lo habían llevado detenido y eso le permitió tener un poco más de tiempo, pero ¿tiempo para qué?
Luego de cambiarse salió a la calle, apenas podía caminar, los médicos le habían dicho que tenía una costilla astillada y que debía quedarse en el hospital, pero aquello era imposible, él se enteraría y la iría a buscar, ella sabía muy bien que en cuanto volviera a tomar una botella, sería su fin.
El hombre en la cárcel se lamentaba de lo que había hecho y pedía por favor poder volver con su mujer, ella lo perdonaría y juraba que jamás volvería a tomar alcohol.
Aunque la policía sabía que aquellas lágrimas y lamentos serían pasajeros, a los dos días lo tuvieron que soltar.
Al llegar a la casa su mujer lo esperaba.
Una botella lo esperaba sobre la mesa, bebería sólo como lo hacía siempre, pero esta vez, ella le dijo que pensaba acompañarlo y sirviendo dos copas bebieron hasta terminar la botella.
Al día siguiente los cuerpos del matrimonio fueron encontrados ambos con espuma en sus labios, muertos.
La policía, asombrada no entendía el motivo, pero muchos fueron los que dijeron lo mucho que se querían y que ellos jamás podrían vivir separados, aunque tampoco juntos…
Omenia
28/7/2025
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