El Río que Atraviesa la Montaña
(Canto para dos hermanos)
Había una vez dos hermanos.
Nacidos del mismo vientre,
separados por el viento de un padre quebrado,
unidos solo por la ternura que compartieron en silencio.
Crecieron distantes,
como dos islas que se aman sin tocarse,
pero que se sienten cuando el mar tiembla.
Y cada vez que uno caía,
el otro -sin dudarlo- lo levantaba.
Como si una fuerza más allá de las heridas
les recordara su origen.
Vivieron realidades distintas,
enfrentaron la ilusión de sus diferencias.
Se alejaron.
Volvieron.
Y bastaba una llamada,
una sola palabra,
para que el fuego del amor sin fronteras
los encendiera otra vez.
Pero un día,
uno de ellos se fue.
Tan lejos como la muerte.
Y el que quedó...
quedó quieto.
Como una montaña.
Fue entonces que escuchó algo:
un río.
Un río que fluía no por fuera,
sino a través de él.
Buscó sabios, buscó mapas, buscó rezos.
Y uno -uno solo- le dijo:
"Cierra los ojos...
y ve."
Y lo hizo.
Y en la oscuridad,
encontró un río profundo.
Una balsa lo esperaba.
Subió sin miedo,
porque el amor era el remo.
Mientras viajaba,
vio seres detenidos en la roca.
Le miraban como a un dios.
No podían tocarlo,
estaban atados a la montaña.
Él siguió.
El río lo llevó
hasta una orilla clara.
Allí vio un cielo
con mil estrellas.
Cada una...
era él,
en distintos tiempos,
distintas formas.
Y todas lo miraban
con una sonrisa antigua.
Entonces, una imagen se acercó.
Era su hermano.
No dijeron nada.
Solo se abrazaron
como si el universo entero respirara en ese gesto.
Y luego...
abrió los ojos.
Y no lloró.
Solo dijo:
"Soy feliz...
soy feliz...
soy feliz." |