Un cortejo fúnebre
cruza por mi camino.
El cielo ha nublado
para ser solidario
con los afligidos deudos
y ofrece sus lágrimas
con una ligera llovizna.
Apacibles soplos
del presto viento
traen un manto de hojas
a la empedrada senda.
Entre “Aves Marías”
yendo al camposanto
va la dolida procesión
cargando el gris ataúd
del muerto que no conocí…
Un anciano lozano
me invita acompañarlos
y me sumo a ellos
adivinando avergonzado
“El Padre Nuestro”
que no recitaba
desde mi lejana niñez.
La enlutada viuda
me clava su mirada:
aún no me ve
una lágrima derramada.
Desechando
el vano llanto hipócrita
en respetuoso silencio
pido disculpas al difunto:
“Perdón, estimado,
no sé por qué será
que mi leal corazón
solo llora a los míos”
Antes que lo metan
a su humilde fosa
al menos le arrojé
una sincera rosa.
Texto agregado el 05-08-2025, y leído por 70
visitantes. (2 votos)
Lectores Opinan
06-08-2025
Para persistente presumido de ser un buen escritor, esto no llega ni a mediocre. incipit
05-08-2025
Hay dos elementos ilógicos: un anciano que más bien debía estar abatido invita a un desconocido a un sepelio y el extraño acepta y se queda hasta el entierro, prácticamente »sin vela en ese entierro». Gatocteles
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