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LAS MANOS DE CÉSAR
Mientras
el buen César sueña
con gentiles heraldos,
sus mustias manos,
resignadas, se echan
sobre su tierno pecho
para al menos oír
el dulce diáfano latir
del músculo hecho versos.
Con la misma
amargura de los ojos
del humano poeta
que jamás
serán testigos
de un mundo
justo y sin dolor,
así, esas nobles manos
se irán cabizbajas
de esta ingrata vida
(un día con aguacero)
sin ninguna esperanza:
¡Ellas, ellas
que tanto acariciaron
y tener que marcharse
sin poder acariciar
el noble Corazón
del vate universal!
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Texto agregado el 07-08-2025, y leído por 17
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