TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / beethoveniano67 / EL TÍO CHARLES

[C:623366]

EL TÍO CHARLES

El día de la fiesta por mis once años, no era yo el más feliz sino mi abnegada madre. Un día antes, una llamada inesperada la llenó de emoción: mi padre, el hombre que la abandonó apenas supo que estaba embarazada de mí, le pedía perdón, admitía haber sido un cobarde para huir de ella, que ya le contaría muchas cosas y finalmente solicitaba permiso para asistir a mi matiné. Por supuesto que mi madre le perdonó y le perdonaría todas las veces que él quisiera abandonarnos, porque estaba locamente enamorada de ese hombre gigantesco, rosado, de cabellos rubios y voz de tenor.

Se apareció con una enorme torta ante la alegría tremenda de mamá, que lo recibió entre lágrimas con un largo amoroso abrazo y con un beso apasionado en la boca, ante el enojo disimulado de mis tíos maternos que fueron testigos de las penurias (no económicas, pues ellos nunca permitieron que nos faltara un plato de comida en mesa) del corazón roto de ella.

Tarde propicia para los fingimientos, cuando mi padre me vio por primera vez, fue torpe para ocultar su desazón de ver a un hijo sin el color de su piel y sin un solo rasgo de su estampa, a excepción de mi tamaño, grandote como él. Comprobó que yo había salido trigueño como mi madre y solo atinó a ofrecerme una sonrisa escuálida al abrazarme yse esmeró por darme un beso cálido en mi mejilla.

En pleno jolgorio de los bailes alegres de mis tíos y de los vecinos, haciendo rondas con los niños, mi padre se acercó a tío Lucho, hermano mayor de mi madre, el más próspero de toda la familia que había cimentado, con mucho esfuerzo y habilidad, una de las más prestigiosas constructoras no solo de la ciudad sino del país.

-Mira Charles, ya me imagino de la miserable vida que llevaste desde que desapareciste, dejando a mi pobre hermana embarazada. Agradece que no te doy una buena bofetada que bien la mereces y botarte de aquí por canalla. Intuyo que no volviste por amor sino porque estás en quiebra. Pero ni sueñes que te daré empleo, porque sé que eso es lo que deseas. No suelo emplear víboras como tú en mis negocios. Pero te advierto que si me entero que vives a costa del sudor de mi hermana que trabaja en mi empresa, te echaré de la ciudad con tus huesos rotos- dijo él, amenazando en voz baja a mi padre.

La verdad es que éste le mintió a mamá por teléfono que regresaba con dinero suficiente para poner un negocio rentable, cuando en realidad la mitad de los ahorros que trajo se lo gastó en la torta. Como sabía que mamá se moría por él, ya la convencería con el cuento de que él juntaría más dinero trabajando en la constructora de su hermano Lucho, que seguro éste le daría un buen puesto como gerente de alguna área, porque él, al menos, tenía un bachillerato en Administración de Empresas. Charles Harrington Arrúa, como así se llamaba mi padre, deseaba con toda el alma regresar lo más pronto al lejano país del que vino, porque allá se enamoró perdidamente de una muchacha que le condicionó darle su amor a cambio que le dé una vida de reina, llena de lujos, ropa fina y viajes por todo el mundo. Y para eso mi padre regresó, para hacer mucho dinero en la constructora y si era posible, robar sus arcas para más tarde correr opulentamente victorioso a los brazos de la chica que podía ser su hija. De haber sabido tío Lucho todo ésto, seguro que no le hubiese permitido ingresar a la casa que le compró a su hermana y ordenaría a su guardia personal que lo molieran a patadas.

Desbaratado su Plan Uno esa misma tarde, terminada la fiesta mi padre ayudó a mamá a limpiar la sala que quedó en ruinas. Ella notó que él estaba preocupado por sus prolongados silencios en las conversaciones de ambos. Sospechando su verdadera situación, le tomó las manos y le dijo que si había regresado con los bolsillos vacíos, que no se hiciera bolas, que ella trabajaba y ganaba bien como secretaria en la constructora de su hermano, que hablaría con él para que lo empleara, y así, poco a poco, ahorrara y pusiera el negocio que él quisiera, pero que por sobre todas las cosas, le jure por lo que más quiera, que aún la amaba, que de verdad estaba arrepentido de haberla dejado y que deseaba empezar una nueva vida con ella y conmigo. Dándole un beso en la frente que ella no pudo reconocer el sabor de la hipocrecía, mi padre aceptó las condiciones de mamá mientras ponía en marcha el Plan Dos: trabajar en la fábrica de muebles de su amigo de infancia, Venancio, con el que ya días antes se puso de acuerdo (si fracasara el Plan Uno) en trabajar de ayudante del contador en su mueblería.

Desde el día siguiente empezó su labor allí. Sabía que tendría paciencia con el sueldo que le pagaría Venancio. Calculó que, sería más o menos, la décima parte de lo que hubiese ganado en la constructora. También tenía planeado, en el peor de los casos, robarle al amigo en el momento propicio. Pero estaba seguro que eso no sucedería, porque no tenías dudas que mi tío Lucho, finalmente, le perdonaría. Solo tenía que tener paciencia, mucha paciencia. Ya su millonario cuñado, al saber por mamá que era un maravilloso padre responsable, amoroso con ella y conmigo y que cumplía con todos los deberes y pormenores de nuestro hogar, le dispondría de un excelente empleo en su empresa con un sueldazo envidiable. Sí, más que ser paciente, había que ser un excelente actor, nada más.

Como la mueblería estaba cerca de casa, mi madre me encargaba llevarle al mediodía, de lunes a viernes, antes de que yo vaya al colegio, el almuerzo que ella cocinaba con tanto amor antes que se fuera a trabajar.

Pero desde el primer día, mi padre me aleccionó a que le dijera tío y no papá, cuando me aparezca con el portaviandas a su trabajo. Me dijo muy serio que si por casualidad alguna vez ingresara a su oficina y le dijera papá delante de sus compañeros, lo despedían del trabajo inmediatamente, pues allí solo daban empleo a las personas solteras y sin hijos. Lógicamente, cualquier niño inocente de tan cortos años como los míos, creería su burda mentira. Era evidente que tenía vergüenza decirles a los trabajadores que yo era su hijo y se las arregló diciéndoles que yo era un sobrino lejano. Y fui fiel de nunca comentarle de aquello a mi madre, como me suplicó él.

-¡Señor Harringtooooon, venga que su sobrino llegó con la comiiiiidaaaaaa!- el vigilante gritaba desde su torre de control, avisando a mi padre, cuando me veía acercarme con mi portaviandas a la mueblería. Él salía, sonriente, dándome una palmada cariñosa a mi espalda y diciéndome: “Gracias, sobrino”.

Pero un día que me vio entrando a su propia oficina de contabilidad (pues el vigilante estaba ausente y alguien me dijo cómo llegar a la oficina) vi con una expresión de terror en su rostro, seguro con temor de que yo olvidara el pacto que acordamos y lo llamara “papá” delante de todos sus compañeros que estaban sorprendidos con mi presencia, porque corrió desesperado a quitarme el portaviandas, para agradecerme y despedirme rápidamente, diciendo en voz alta, para que yo comprendiera: ¡Gracias, sobrino!

Un mes después de la llegada de mi padre, sentí una gran alegría cuando escuché que él le decía a mamá que viajaría a la selva al día siguiente, para traer madera con el camión de la mueblería. Yo soñaba entonces, conocer los leones, los monos y los elefantes, que tanto veía en la televisión y pensaba equivocadamente que en cualquier selva del mundo vivirían esos animales tan atrayentes, pero en la selva a donde ellos iban, yo no sabía que no habitaban ellos.

Le pedí por favor a mi padre que me llevara allí, pero él se negó rotundamente, alegando que para un niño, era un viaje peligroso ir en camión. Que los grandes podían arreglárselas con algún accidente. Que ya para otra oportunidad, iríamos todos de viaje para allá, Mamá, él y yo, pero en avión, para conocer esa selva tan hermosa y famosa. Y que yo le contara al tío Lucho, cuando volvamos de esa excursión , lo lindo que la pasamos.

Al mediodía siguiente, antes que mi padre, dos obreros y el chofer partieran con el camión rumbo a la selva, yo me escondí entre los toldos puestos en la parte trasera del vehículo. No podía perder la oportunidad de conocer a los animales mencionados, que eran mis favoritos. Tanta era la emoción que sentía, que unas horas después, recién me acordé de mi Madre. Le dejé una nota sobre su almohada para que se calmara cuando descubriera mi ausencia, pidiéndole disculpas y que no se preocupara, que ya papá me cuidaría bien.

Al anochecer, cuando vi a lo lejos, entre las tinieblas, unas montañas gigantescas, sentí un frío terrible. Me envolví con todos los toldos que pude. No sabía que estábamos por cruzar la Cordillera de los Andes, de la que tan bien hablaba mi profesor de geografía.

No sé cuántas horas me quedé dormido, pero serían muchas, cuando de pronto, me despertó el grito de uno de los obreros:

-¡Selva a la vista!

Entonces cuando asomé la cabeza entre los toldos, me pareció espectar un cielo azúl más espléndido y más limpio que el de nuestra ciudad. Y cuando el camión empezaba a bajar desde un monte altísimo, me sobrecogí al ver abajo, aquel verdor fascinante que era la selva, con la perfecta uniformidad de sus árboles monumentales. Me emocioné de pensar que ya faltaba poco para conocer a los leones, monos y elefantes.

Poco después oí el bullicio alegre de los pájaros, imaginándome que nos daban la bienvenida, cuando de un momento a otro, escuché el ruido desafinado de los frenos del camión que querían parar el vehículo y no lo conseguían. Entonces, todo empezó a dar vueltas y vueltas por unos segundos. Entre los gritos de espanto de los trabajadores, reconocí los de mi padre. Me aferré a una baranda metálica hasta que terminó la volcadura…Todo era silencio… Callaron los pájaros, acaso asustados por el repentino accidente.

Felizmente, con apenas algunos rasguños en un brazo, salí del camión que permanecía volteado patas arriba a orillas de un río. Me acerqué a las ventanas y ví a mi padre tratando de salir entre sus compañeros moribundos, con la frente ensangrentada, quejándose de dolor, y con una mirada de sorpresa al verme.

-¡Ayúdame, hijo mío!- me dijo una voz que me sonó hondamente hermosa a mis oídos. Qué bello era escuchar que me dijera "hijo" y ya no "sobrino".

Presuroso, abrí con mucho esfuerzo la puerta lateral y él pudo salir arrastrándose. Lo ayudé a echarse sobre el suelo pedroso y húmedo.

-Voy a buscar a alguien que nos ayude- le dije preocupado y empecé a trepar el barranco de unos veinte metros de altura por donde caímos. A medio camino, voltée para observar a mi padre y vi horrorizado que un cocodrilo salía del río, acercándose sigilosamente hacia él.

-¡Noooooooo! ¡Largo de allíii!- grité lo más fuerte que pude y bajé desesperado del barranco, para defender a mi padre. Me puse delante de él y agarré unas piedras enormes y las lancé contra la cabeza del animal. Este se detuvo, pero yo intuí que no tardaría en atacarnos. Se me ocurrió atraerlo hacia unos arbustos cercanos para poner a salvo a mi padre. Corrí hacia ellos y desde allí provoqué al cocodrilo.

-¡Ven aquí, rufián, ven que no te tengo miedo!- lo desafié y el animal se lanzó contra mí. Estuvo a punto de morderme, pero pude esquivarle. Y corrí de un lado para otro, alejándome cada vez más del lugar donde yacía mi padre, enfureciendo al cocodrilo que no podía clavarme sus feroces colmillos.

Ya me estaba cansando cuando de pronto se escucharon los ensordecedores disparos al aire que hacían dos policías que se acercaron al campo de batalla, espantando al cocodrilo que fue a esconderse a su río.

Volví hacia mi padre y noté como si quería decirme algo, pero no le salían las palabras. Ya no podía hablar. Fue que al verme peleando heroicamente por salvarle la vida, sufrió el primer zarpazo que le endilgó la conciencia hasta dejarlo mudo. Seguro deseaba pedirme perdón, confesarme cuánto se arrepentía de todo lo malo que nos hizo y lo que nos iba a hacer, a mi madre y a mí, entre otras cosas, sus planes para fugarse de nuevo, tras robarle a tío Lucho o Venancio e ir a los brazos de esa muchacha que le hizo perder la cabeza.

Los dos policías me felicitaron por ser un chico valiente. Examinaron a mi padre, vieron a los otros trabajadores, inconcientes aún dentro del camión. Con sus radios llamaron a una ambulancia.

-¡Caray, muchacho, pero qué coraje tuviste para enfrentarte a esa bestia!- dijo uno de los policías, dándome palmadas a mi hombro.

Mi padre me llamó con sus manos. Me acerqué y a duras penas me abrazó y besó mi frente, manchándome con su boca ensangrentada. El otro policía me limpió con su pañuelo blanco.

-¿No puede hablar?- preguntó a mi padre.

Él trató de sacudir la cabeza, como queriendo decir que "no".

-¿Quién es él, algún familiar tuyo?- me preguntó curioso el mismo policía.

Alcancé escuchar que el otro policía decía a su compañero, en voz baja, que no parecía que yo fuese nada mío.

Pero mi padre sacó sus postreras fuerzas para escribir con su dedo, sobre el suelo terreso: “Soy su padre”

Los policías se miraron perplejos, como dudando que ese hombre rubio fuese padre de un niño oscuro.

Uno de ellos me preguntó si era cierto.

Entonces, un segundo zarpazo, definitivo, justiciero acaso, terminó por destrozar a mi padre, ocasionándole un infarto mortal el asco que sintió por ese corazón podrido que cargó toda su vida, cuando respondí inocente y firmemente, siéndole fiel hasta el último, acordándome de nuestro pacto para que no perdiera su trabajo:

-No, no es mi padre. Es mi tío Charles.





Texto agregado el 09-08-2025, y leído por 52 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-08-2025 Entonces va de que un miserable rubio se avergüenza de su hijo moreno y finge arrepentimiento con su abnegada esposa abandonada para obtener un dinero con el cual regresar con su amante joven. Gatocteles
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]