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Cheques sin fondos, fondos sin cheques

Entré a los treinta como quien tropieza con una piedra enorme: un colapso económico que me dejó debiendo más de lo que podía soñar, pero menos de lo que podía esconder.” Me golpeó duro, aunque como todavía conservaba trabajo pude seguir adelante… pero no como si nada.

Gran parte de la documentación se perdió y no logré aclarar los cheques ni los pagarés protestados, así que no me quedó otra que resignarme a cargar durante ocho años con los papeles manchados. Eso me cerraba las puertas de los bancos y las casas comerciales: nada de créditos, menos aún cuenta corriente. No era un secreto que pudiera ocultar. El acceso a los registros comerciales era tan barato que hasta los puestos de fruta de la feria podían saber mi situación. Bastaba con llamar a un número telefónico y en segundos tenían la información. Antes bastaba solo el nombre. Cada vez que postulaba a una propuesta, la contraparte conocía mi historial financiero. Eso me perjudicaba, sobre todo porque en muchos casos pedían cheques en garantía.

Según los registros, el último pagaré protestado recién saldría el año dos mil. Me esperaba casi una década de purgatorio. Como ejercicio masoquista cerraba los ojos y miraba hacia atrás: ¿qué había sido de mí diez años antes? Nada. Aún no entraba a la universidad, ni pensaba casarme. Ahora ya tenía tres hijos. ¿Qué me depararía la siguiente década?

Encendí las alertas en mi vida diaria sin chequera. La ocasión fue un “coaching” que ofrecía la empresa para fortalecer el amor propio. Causé estupor cuando comenté que llevaba dos años moviéndome sin cheques, y que aún me quedaban seis más de espera para limpiar mis antecedentes financieros. Nadie entendía cómo sobrevivía, si acaso vivía de allegado. Porque sin chequera, simplemente “no existes”. El psiquiatra que dirigía la sesión me lapidó con su diagnóstico: era evidente que sufría de crisis de identidad y disonancia cognitiva, acompañado de un sentimiento de inexistencia social.

Aprendí a no deprimirme. Al contrario.

El uso del cheque era estar en primera línea. “Dime cuánto te debo y te firmo un cheque”. “Yo pago el almuerzo, hago un cheque y después nos arreglamos”. “Compré un televisor en tres cheques, precio contado”.

Pero había un ritual más oculto: cubrir un cheque. Significaba extender uno a fecha sin saber si cuando lo depositaran habría fondos. Los mismos que me criticaban, al poco andar los pillaba la máquina. Tenían más cheques circulando de lo que el flujo de ingresos permitía. Muy temprano en la mañana la ejecutiva de cuenta los llamaba para cubrir. Corrían al banco con la lengua afuera. Su sobregiro hacía rato estaba agotado. Generalmente la fecha coincidía con el depósito del sueldo, y lo que quedaba apenas alcanzaba para pasar la quincena. El anticipo se iba también en cubrir.

Los ingresos adicionales, los famosos pitutos, eran oxígeno. De ahí el dicho: “el trabajo nada engendra, solo el pituto es fecundo”. Ese dinero extra también servía para tapar el cheque que caía.

La competencia no era quién ganaba más sueldo, sino quién tenía más créditos. El campeón era aquel que, sumando sueldo, sobregiro, crédito de consumo, adelantos en tarjetas y adelantos en casas comerciales, podía ir con su familia a Europa por veinte días. El que apenas alcanzaba para Disney por cinco días estaba en segunda división. El que ahorraba y viajaba sin endeudarse… ese, según el ranking social, no entendía nada de la vida.

Los elegantes llevaban la chequera en el bolsillo interior de la chaqueta. Los desaseados eran los que andaban con un cheque arrugado en la billetera para ocuparlo en una emergencia. En los restaurantes, las chaquetas se colgaban con la chequera dentro. Las mujeres, al sacar pañuelo, perfume o llaves, primero sacaban y dejaban ver la chequera. Y abundaban los expertos en explicar cómo anular cheques y tarjetas tras un robo.

Yo me acostumbré. Cuando al fin obtuve mi cuenta corriente, cuando pude demostrar antigüedad y renta, recibí mi chequera. Hoy está guardada en una caja del clóset. Me llegan por correo electrónico ofertas de crédito todos los días.

A veces la miro, entre cajas y ropa olvidada. Me recuerda que sobreviví a esos años a puro efectivo, dignidad y paciencia. Y aunque ahora los bancos me sobran, yo ya aprendí a vivir sin ellos. Tal vez algún día mis nietos ni sepan qué es una chequera. Les sonará a fósil, como hablar de carbón o telegramas. Yo en cambio la conservo, no por necesidad, sino porque ahí guardo la prueba de que, incluso sin papeles limpios, la vida sigue su curso.

Texto agregado el 21-08-2025, y leído por 37 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-08-2025 El único cheque sin fondos de la vida es no tener resiliencia en el banco de la personalidad. Y a ti te sobran fondos. FELICITACIONES. XZEPOL
22-08-2025 Son epocas. Pero dinero siempre hay que tener con chequera o sin chequera tete
21-08-2025 Muy cierto, si no tenías una chequera no eras nadie, pero las cosas cambian, ahora sin una simple tarjeta de débito o de crédito, ese sí que no eres nadie. Saludos. ome
 
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