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Para ella todo comenzó con la llegada de la diáspora española a nuestro pueblo. Y simultáneamente sé dio lo de la pérdida a destiempo de su padre. Por lo que su madre forzó otra pequeña dispersión familiar, pero desde la calle de las Palmas hacia el centro. Sólo que la mini diáspora suya, fue de niños que apenas daban sus primeros pasitos en la escuela primaria.
Y la nueva viuda la inició con su hija mayor. Dejándola en casa de una pareja de maestros recién llegados de Europa. Ambos de quebrados matrimonios en dos diferentes provincias de su patria. Títulos(los de ellos) que les abrieron camino en el magisterio local nuestro. Pero para ella fue trillar un sendero que le afectaría de por vida. Forzándola a cuidar de una prole, para ella, de extraña composición: los tuyos, la mía y el nuestro.
Aunque, por su entrada, el cambio familiar no afectó tanto a las descendencias previas de la pareja y mucho menos al nuevo miembro. En cambio, para la nativa fue la anulación de su asiento en un aula escolar. Y en su nuevo hogar pronto brotó lo ficticio. Por lo de compartir con gentes distintas, más la magia propia de su edad. Y todo aupado por el caldo de cultivo, qué era su adolescencia, más lo atractivo del acento extranjero. Algo qué fue ocultándole su verdadero origen. Y que también facilitó su ‘entrada’ al estrecho círculo del centro del pueblo.
Y el imparable transcurrir del tiempo, fue alterando lo ya archivado en su cerebro. Porque entre los trece y los veinte y tres--período muy corto--visto por los adultos. ¡Pero que en verdad no lo es para los niños! Fue suficiente para que en ella naciera un rol diferente de lo eterno. Y no fue necesaria la aberrante frase, que invita al insecto a buscar su verdadero sitio.
Pero, perdón, casi olvido decir ¡Qué hablo de mi madre!
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Texto agregado el 23-08-2025, y leído por 0
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