| Ser el siguiente de una cadena de hermanos del mismo sexo tiene su complicación. Sobre todo si el mayor sé ha ausentado por tanto tiempo. Y que ha dejado atrás una lista prudente de amigos. Primero, porque   constantemente sé modifica el aspecto físico. Y, segundo, por el uso del falso recurso  de lo estático. Qué funciona  congelando nuestra  imagen  en el cerebro. Y, luego, negándose a hacer los ajustes  que exige la continuidad existencial.
 Y lo digo porque ha pasado con mi hermano Roberto. Quién cada vez que hablamos desde la  distancia, trata de consolarme. Diciéndome que mis amigos están donde los dejé. Y, claro, me insta a que regrese a verlos. Cosa que abre la puerta del rincón donde se apilan las quejas. Y no es, que directamente me lo diga, sino que lo  deduzco de las  historias que me cuenta de sus encuentros con ellos.
 
 Por lo que imagino que él quiere convertir cada relato en un pasaje más alegre. Y hasta constriñe el número de los que han pasado a mejor vida.  Pero otras veces fabula con lo  de que, los  que todavía con nosotros comparten el mismo valle de lágrimas, están igualitos.  ¡Aunque, por supuesto, entiendo que el sé refiere a nuestra amistad!
 
 Sin embargo, siento que en su discurrir  sé esconde algo. Qué, creo, sé trata de un elemento defensivo suyo. Y qué con todo el derecho que le da, lo de ser mi  humano, me obliga  a  comprenderle perfectamente. Pero, qué es algo  de lo que sólo me  liberaría, sí fuera  mi gemelo. Y, qué conste, que no hablo del parentesco físico. ¡Sino de otra cosa!
 
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