TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / dagalan / Payaso en penumbra

[C:623526]

Aletargado en su sillón y en medio de la penumbra, veía en el televisor la competición ciclista. Afuera, el calor de la canícula apretaba y las persianas, las contraventanas cerradas y el ventilador suavizaban el calor dentro del salón comedor. El sillón daba la espalda a la puerta acristalada de la sala y tras ella estaba el corredor principal de la casa. Sobre la mesa frente a él, había cuatro botellines vacíos y un paquete de tabaco, también vacío, junto a un cenicero con colillas retorcidas. Un crepitar de fritanga llegaba desde la cocina situada al fondo del corredor. Su mujer traería en cualquier momento el almuerzo. Él, como siempre a esa hora, esperaba.

De repente, oyó unas voces agudas y chillonas aproximarse por el corredor. Las voces se pegaron a la puerta y se atenuaron hasta el cuchicheo. Reconoció en una, la de su hijo. Oyó el picaporte ceder sigilosamente y al instante vio a su hijo pasar a su lado de largo en dirección a la terraza. Detrás, venía mas pausadamente otro niño que como su hijo, tendría siete años. El niño se detuvo a su lado y se le quedó mirando expectante. Él volvió la cabeza y también lo miró. Su facciones le eran familiares.

—Hola —dijo con timidez el pequeño.

No adivinaba todavía.

—Soy Manu, tito Jose.

Pese a la sombra, la cara del sobrino se le definió repentinamente ante sus ojos. Era el hijo de su cuñada Patricia, la que se había ido a Madrid cinco años atrás a ocupar un puesto de administrativo. Lo recordaba correteando con su hijo entre las maletas en el andén de la dársena el día de la despedida. Él había bebido demasiado y no había sido muy agradable con su cuñada. No habían vuelto hablar desde entonces. Ahora el niño llevaba gafas de vista como su padre y estaba peinado con la crencha a un lado. No sabía muy bien qué decirle, qué ofrecerle. Era todo un poco extraño y forzado.

—¿Dónde está papá y mamá? —preguntó él.

—Mamá está con abuela y viene a buscarme a la tarde. Papá no vino, se quedó en casa. En mi casa de Leganés, no en mi casa de aquí.

—Ya

—Tita Eloísa está en la cocina y me dijo que te saludara.

—Sí, claro.

El sobrino miró hacia las botellas vacías; luego, al cenicero. Parecía buscar respuestas para hilvanar y comprender. Luego, le miró con curiosidad el rostro.

—¿Por qué tienes la nariz tan roja y la cara tan roja?

La candidez de la pregunta le hizo sonreír. Hacía días que no sonreía.

—No sé. Será porque trabajo por las noches de payaso de circo.

El sobrino se rió y a él, la risa le recordó cuando le hacía cosquillas junto a su hijo; cuando le quitaba un zapato obligándole a ir tras él, convertido en un cojito cabreado; o cuando le robaba trozos de pan a la mesa y se los pasaba a Eloísa y a Patricia por debajo, haciéndole de rabiar. Eran otros tiempos. Él era aún él. Cinco años atrás. Cinco largos años de sufrimiento, de caer, de levantarse, de recomponerse y de volver a caer.

—¿Ya sabes leer?

—Sí

Cogió uno de los botellines vacíos y lo acercó a la cara del sobrino. Éste amusgó la mirada tras las lentes.

—A ver… ¿Qué pone?

—Cer-ve-za Saaaan Mi-gueeel (1)

Tomó luego el paquete de tabaco vacío e hizo lo mismo:

—¿Y aquí?

—Ta-ba-co Maaaar-bo-rro (2). Fu-mar peeeer-ju-di-ca gra-ve-men-te su sa-lud…

—Bien, bien, lo haces muy bien…

En ese momento, Eloísa entró con la bandeja de la fritanga y pidió a su hijo que jugaba en la terraza que hiciera el favor de traer los cubiertos y las servilletas que había dejado en la encimera. El primo se ofreció a ayudarle y ambos salieron hacia la cocina.

—¿Sabes que tu sobrino, ya lee, verdad? —dijo él con reproche.

—¿Y qué quieres decirme con eso? ¿Te vas a preocupar tú de que también lo haga Antonio? Yo, como comprenderás, no puedo más, y menos en mi estado.

—Te dije que en ese colegio no lo metieras. Te lo dije. Son unos vagos esos maestros…

—¡Ah claro! Lo dice quien se ha preocupado este año de ir personalmente a tratar el problema con ellos.

Los niños volvieron y se pusieron a colocar diligentes los cubiertos y las servilletas. Eloísa ultimó los preparativos trayendo los vasos y una jarra con agua. En la pantalla del televisor, el pelotón de ciclistas pedaleaba sin sobresalir, sin entusiasmo. Era así todos los veranos. Él se imaginaba que de estar allí en la carrera, sería uno más. Quizás el último de ellos.

* * * * *

Se levantó de siesta. El salón comedor seguía en penumbra, ahora más densa por la caída de la tarde. No se oían voces. Los niños, Eloísa y su cuñada Patricia ya habrían salido al parque a merendar. Se puso la misma camisa sudada de la mañana, se peinó malamente y al salir tomó del recibidor del vestíbulo las trescientas pesetas que Eloísa le había dejado. Ella le administraba los gastos. Caminó hacia el bar que estaba a unos cien metros de la puerta del edificio, en la misma acera. Ya hacía algo de fresco bajo los toldos de los establecimientos. Eran las siete.

En el bar, las pesetas se le fueron rápidamente en un paquete de tabaco y en cuatro copas de vino. Quería seguir bebiendo. Insistió al que despachaba que le pusiera tragos a cuenta. Pagaría mañana, dijo. Esta vez sí. Por su madre, en paz descanse, por su hijo y por la que venía en camino, dijo, que mañana sí. Pero el juramento no convencía al de la barra, ni a nadie. «No jures tomado, Jose. Dios te oye» le advirtió alguien a su espalda. Él se volvió torpemente para responder, pero nadie se dio por aludido. De repente, la tragaperra cantó premio. El afortunado recogió con urgencia la ganancia para rehuirle su posible sablazo. En una mesa cuatro habituales echaban unas manos a la baraja. La situación los movía a la coña, primero por lo bajo, y luego, en alto y sin tapujos. De repente, uno de ellos, el mas brutal, señaló hacia un rincón al pie de la barra y dijo «Si hay cojones Joselito de echártela pa entro, te pago yo mismo una copa» Algunos miraron hacia allí y rieron. Entre la mugre, tumbada boca arriba, había una pequeña cucaracha seca, sin vida. Un segundo ofreció una segunda copa para instigar la repugnante proeza; un tercero, una tercera. Hubo apuestas. El reto suscitó el interés de todos y galvanizaba la morbosidad latente. Algunos empezaron a jalearle.

Entonces él, envalentonado y haciendo gala de un indigno convencimiento para regocijo de todos se fue hacia el rincón, se agachó, pinzó al insecto por las antenas, y suspendiéndolo sobre su boca unos segundos, lo dejó caer para crujirlo.

En todo el barrio, fue el más sonado número del payaso; del monstruoso payaso que se humillaba por sobrevivir.




David Galán Parro
1 de septiembre de 2025


(1) Cerveza marca San Miguel muy consumida en la década de los 80 en España.
(2) Tabaco marca Marlboro. Idem.

Texto agregado el 02-09-2025, y leído por 20 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-09-2025 El personaje aparece exhibido en su nivel más bajo. Yo hubiera preferido que tuviera al menos algún asidero emocional o moral. Gatocteles
02-09-2025 Describes con crudeza, sin adornos, las escenas, con lo que ganan fuerza e impacto. Me agrada tu estilo. Se lee con fluidez. Felicitaciones. XZEPOL
02-09-2025 Me gusta mucho tu modo de escribir, la descripción del espacio y el ambiente son concisos. También son patentes la pobreza y la decadencia. eduar
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]