Los recuerdos nos devuelven a un tiempo ya pasado,
a ese tiempo impenitente que se resiste a dejarnos,
en la salvaguarda de esa nuestra controversa sanidad,
en la protección de un pretérito consuelo comparativo,
las trincheras de la memoria son una solución efímera,
a esa tierra de nadie que no hace nunca preguntas.

Consciencia confiada en la posible solución paliativa,
entre aquel pasado legendario y un tan presente frágil,
entre un pasado imborrable y la perentoria redención;
los instantes detenidos nunca llegan a parar del todo,
como obsesión no declarada vuelven siempre a casa,
representando un pasado que nunca nos vuelve igual,

Vivir el pasado no es lo mismo que vivir en el pasado,
entre la quimera y la locura hay una salida oportuna, solución posible pactada entre la ficción y la realidad,
un realismo que nunca agota todas las posibilidades,
una verdad fiable que se construye en la más sólida fe,
en la calculada armonía entre el pasado y el presente.

En la crónica del tiempo destemparado aún hay tiempo;
la remembranza que amaina todas las tempestades,
es una razón que que no se doblega nunca al viento,
un tiempo fuerte que resiste bien al paso del tiempo,
que vive agazapado en los espacios de la memoria,
que despierta cuando nuestra inconsciencia precisa.

JIJCL, 13 de septiembre de 2025.