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Las musas al fin se condolieron de Sebastián durante su romance con Rebeca. En cuestión de semanas le dio forma a una historia enmohecida en su mente. Nombró a su novela »Gesta de los cuervos», y no sólo se la editaron, sino que se ganó una reimpresión a pulso; todo gracias a la inspiración de su amante, cuyos ojos diamantinos sobre sus manuscritos le inyectaban una savia creadora.

Pero eso fue en el pasado, pues Rebeca lo abandonó, seducida por el editorialista del periódico donde la conoció años atrás. Y ahora Sebastián no sólo sobrellevaba un vacío en su interior y una angustia que a veces le entorpecía la respiración, sino que era incapaz de escribir, pues las letras le parecían presencias inertes, como piedras, cual muescas en metal.

Y con todo, a Sebastián aún le intrigaba dónde carajos residía la secuela de aquella novela ya barruntada en su mente. Incluso recordaba haberle contado extractos a Rebeca al reposar con ella después de encarar el laberinto de la pasión.

Lo que sí tenía bien claro era el contrato kamikaze que firmó con la editorial para la continuación de su obra: una segunda parte que ni siquiera comenzó, pues la depresión lo abatió con furor bíblico, haciéndolo levantarse con la volición de un espárrago para orinar, con el rostro demacrado de un santón hindú.

Recordaba que había bastado con encontrar a Rebeca en su departamento, sometida y con el rostro lánguido durante un intenso »coitus more ferarum» con el editorialista de pecho colonizado por un pelambre neandertal; fue entonces que toda su plenitud creativa se pulverizó como un Golem sin el hálito de La Palabra.

Luego siguió una escena lamentable rubricada por un intercambio de golpes con el rival, la salida de Sebastián del periódico, y varios días tenebrosos de alcoholismo en que malgastó el adelanto de la editorial por el trabajo que no quería iniciar.

Al paso de las semanas ya no calaba tan fuerte el recuerdo de Rebeca, pues el raciocinio de Sebastián volvió por sus fueros. Reflexionó que nada más le restaba un triste mes para entregar la obra que ni siquiera aparecía en germen en su cabeza obturada por la negligencia y el alcohol.

No obstante su estampa de sobreviviente de un cataclismo, Sebastián se apostó con desgano ante el ordenador y se quedó un buen rato con la vista fija en el protector de pantalla donde un gallo de Picasso se acalambraba el pescuezo erizado de plumas en un reclamo silencioso a un vano amanecer.

Sebastián arrastró las primeras palabras tironeadas de su cabeza con fórceps, y se preguntó si podría concretar la proeza que se antojaba inútil sin Rebeca.

Los minutos se arrastraron como gusanos entumidos y el impulso de Sebastián sólo le alcanzó para media cuartilla donde un personaje enteco pretendía introducirse con indolencia en el halo de energía de »Gesta de los Cuervos».

Por eso Sebastián salió a caminar un rato, toreando los autos trémulos desprendidos del tráfico violento. De manera que llegó a un parque como remanso en la ciudad. Se acomodó en una banca de cemento y murmuró irónico: »La Cólera canta, diosa, del pelida Aquileo…»

Luego vio con disposición de entomólogo a una pareja lejana que se entrelazaba adherida a la corteza consumada de un eucalipto. Y casi pudo adivinar al tipo con una erección contenida jurando amor eterno en tanto bajaba a pasto »las putas estrellas y la luna», como indica el manual.

También miró a varias mujeres platicando entre ellas o leyendo. Estaban alertas de sus hijos: algunos corrían tras una pelota de colores como gajos de arco iris; uno más pequeño se abstraía ante cubos del tamaño de naranjas que manipulaba sentado en el césped; una niña atildaba a una muñeca de pelos color berenjena y falda con estampado de fresas.

Más a la distancia y en el linde del sitio un vagabundo de zapatos con agujeros a mansalva veía todo sonriente, custodiado por medio clan de perros polvorientos y quietos como esfinges domésticas fraguando acertijos.

Sebastián se enfocó en unas ancianas abrigadas como para arrostrar el ártico. Una de boca contrita recibía torpes cucharadas de avena de una nieta pecosa que se las arreglaba para darle likes a algunos videos medulares del celular; y otra sonreía beatífica al descubrir el escrutinio letárgico de una ardilla detenida en su ascenso a un árbol cuyas ramas toleraban con docilidad los zarandeos imperturbables del viento.

Y ocurrió que muy dentro de la psique de Sebastián de repente brincó como chapulín un nuevo personaje que se despojó del lodo de su rostro agrio de muslim.

Quizá fue merced a la tranquilidad del lugar, o tal vez por el flujo como de promesa manifiesta del día; el caso fue que Sebastián se sintió parte de un engranaje donde su amante sólo constituía un recuerdo más.

Entonces vislumbró al nuevo personaje que parecía interpretar partes de la historia que debía contar. Aspiró y soltó el aire una y otra vez, hasta diluir el nudo que atenazaba su interior.

Una sonrisa le ablandaría el rostro, pues por fin su corazón se apaciguó.


Texto agregado el 16-09-2025, y leído por 24 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
17-09-2025 Que manera de relatar tar perfecta y fluida te acompaña siempre. El amor y el engaño,hacen que la pluma se niegue a escribir;pero cuando se pone toda la fuerza que tienes,de pronto resulta fácil el olvido y llega a tu mente esa inspiración tan esperada... Me gusto mucho (5*) Cariños Victoria 6236013
17-09-2025 De dónde menos se espera salta la inspiración, desesperado por Sebastián, dejas un final feliz, sabes? Me dieron ganas de escribir leyendote. Un abrazo desde una ladera del volcán xinantecatl y por supuesto cinco aullidos Steve
16-09-2025 Querido gato, no subís textos seguido, pero cada uno es de excelencia, te felicito!!! MujerDiosa_siempre
16-09-2025 Tu texto me suena a puro y agradable surrealismo, a un vuelo de la imaginación que se despega del dato tangible para regresar colorido de belleza y misterio. 5* XZEPOL
 
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